Washington y Nueva York., El impulso del gobierno de Joe Biden para aislar a China, regresar a América del Norte la manufactura de componentes claves como los semiconductores y reducir las cadenas de suministro orienta la inversión de empresas extranjeras en México, pero líderes empresariales, sus asesores y economistas advirtieron que la incertidumbre sobre el “clima de negocios” es un obstáculo para que el país pueda aprovechar al máximo esta oportunidad.
“México está en una encrucijada. La creciente tensión en las relaciones de Estados Unidos con China es tal vez la última oportunidad” para cambiar la estructura de la economía mexicana, comentó Kevin P. Gallagher, profesor de políticas de desarrollo global en la Universidad de Boston.
En entrevista con La Jornada, Gallagher señaló que después de lograr altas tasas de crecimiento entre los años 50 y 80, el PIB real per cápita mexicano ha crecido muy poco cada año desde 1981. “El modelo de las recientes cuatro décadas no ha funcionado”, explicó. “Esta podría ser la oportunidad para hacer la transición de la economía del pasado a la del futuro”.
Hay amplia evidencia de que llegará más inversión. En la Cumbre de América del Norte, en enero, Estados Unidos, Canadá y México acordaron reubicar en esta región hasta 25 por ciento de su producción localizada en Asia. El incremento en este tipo de nueva inversión y migración de plantas, conocida como nearshoring, ya había comenzado antes de ese compromiso.
Los pros
“Era usual que la inversión estadunidense en México estuviera muy por arriba de 50 por ciento, a veces hasta 55 por ciento, del total de la inversión extranjera en el país. Ahora es 45 por ciento del total”, expuso Kenneth Smith Ramos, ex negociador comercial mexicano, quien actualmente es socio de la consultoría Agon. “Estamos atestiguando un incremento en inversión asiática”.
En comentarios durante un foro del Wilson Center en Washington, Smith Ramos resaltó que la ubicación de México es única para atraer capital extranjero. “Tenemos 14 acuerdos de comercio con 50 países. Esos 50 países juntos representan más de 65 por ciento del PIB mundial”, recalcó.
Este comercio funciona en los dos sentidos, dijo a su vez Steve Noah, un empresario estadunidense con sede en Iowa, campeón del comercio con México. “La gente frecuentemente cree que el TLCAN o el T-MEC se trataba de empresas estadunidenses buscando mano de obra barata”, apuntó respecto del anterior tratado comercial de América del Norte y el actual.
“Pero esa no es la ventaja principal que ofrece México a empresas estadunidenses”, sino que el país facilita a esas compañías acceso a mercados a los cuales no llegan desde Estados Unidos.
“México tiene acuerdos comerciales con muchos países con los cuales no hay acuerdos similares con Estados Unidos”, detalló Noah en entrevista con este diario.
El premio real
Para promover el nearshoring, Estados Unidos y México han decidido establecer equipos de alto nivel que impulsen la cooperación en microchips y otros productos en América del Norte, reportó Bloomberg.
Sin embargo, el premio real es atraer a empresas con operaciones en China o que consideraban establecerse en ese país y lograr que trasladen esa producción a América del Norte. En marzo pasado, el Wall Street Journal informó de una delegación de empresarios con sede en China que visitó México para evaluar potenciales inversiones.
“Tenemos que participar en la diversificación que se está realizando a nivel mundial”, declaró al Journal Héctor Dorbecker, agregado de asuntos económicos en la embajada de México en Pekín.
Uno de los participantes en la misión comercial a México, el presidente de Prowealth Group, Huang Guohui, afirmó estar impresionado por la forma en que funcionarios y empresarios mexicanos estaban enfocados en desarrollar el sector manufacturero. “Claramente saben que esta es una oportunidad histórica. Me recuerda a China de hace 20 años”, aseveró Huang.
Los riesgos
Analistas y asesores con influencia en circuitos empresariales en Estados Unidos alertaron que algunas políticas del gobierno mexicano podrían limitar el potencial económico del país en torno al nearshoring.
Smith Ramos expresó preocupación por cómo México procede en las disputas de comercio en mecanismos el T-MEC y por los proyectos del gobierno mexicano para promover el desarrollo industrial.
“Vamos a gastar hasta unos 20 mil millones de dólares en una refinería en Tabasco, cerca de 10 mil millones en el Tren Maya en el sureste, proyectos que no necesariamente van a dar los resultados –y aquí lo digo de manera diplomática– que se desean”, indicó en su presentación en el Wilson Center.
Otro problema es que “las actuales políticas de energía de México promueven el uso de combustibles fósiles, minan el mercado de electricidad y frenan el despliegue de energías renovables”, escribió Lourdes Melgar, ex subsecretaria de Energía e integrante de la Junta Directiva de Petróleos Mexicanos durante el gobierno de Enrique Peña Nieto, en un informe para Brookings Institution en Washington.
Agregó que el gobierno de Andrés Manuel López Obrador “hasta ahora ha fracasado en entender” la primacía que sus socios de América del Norte y las empresas interesadas en establecerse en México le dan a los objetivos climáticos, así como “el papel que las energías limpias juegan en esta ecuación”.
Por su parte, el profesor Gallagher sostuvo que no sólo son las empresas estadunidenses las que se preocupan por la energía limpia. A lo largo de los próximos 30 años, enfatizó, el mundo entero va a penalizar a los combustibles fósiles y a promover inversión e incentivos para fuentes de energía renovable, como parte del compromiso de gobiernos, inversionistas y organizaciones internacionales que buscan cumplir con el Acuerdo de París sobre cambio climático.
Cuando llegó López Obrador al poder, Gallagher pensaba que había una enorme oportunidad en la intención del nuevo presidente de “romper con décadas de neoliberalismo”. Ahora considera que una pregunta clave es cómo puede México guiar la inversión generada en gran medida por el nearshoring para crear una transformación económica fundamental.
Reconoció que sería inviable mantener todo el petróleo mexicano bajo tierra, pero subrayó que en una década México no puede depender del combustible fósil para su desarrollo. Y propuso que los ingresos petroleros tienen que ser invertidos en una transición de las estructuras energéticas, ambientales, fiscales y sociales. “No es sólo construir un molino de viento para México, es cambiar la estructura de toda la economía”.