Su lectura resulta ligera, como debe ser un libro de esta naturaleza, pero, además, a pesar de que su autor es 17 años más joven que yo, no faltan coincidencias: El Colegio de México, donde él se licenció en estudios internacionales y yo me doctoré en circunstancias muy amargas; el terremoto del 85, cuyas consecuencias él afrontó desde el Zócalo y yo desde Tlatelolco, etcétera.
En 1989 regresé a “mi provincia”, donde me dediqué con ahínco a la historia de Jalisco y la del tequila, pero nunca he dejado de seguir la trayectoria de Marcelo y sufrir las arremetidas en su contra.
Destacan las de Fox y Calderón, mas la peor fue la de Peña, quien contó para llegar a la Presidencia con el respaldo de muchos como yo, hartos de la “docena trágica” (2000-2012), pero resultó un auténtico enemigo de los verdaderos principios del Partido Revolucionario Institucional. Incluso tuvo el cinismo de declarar, casi al término de su gestión, que ese PRI que lo había llevado a la Presidencia ahora debía cambiar sus colores, su nombre y su plataforma ideológica.
No ha sucedido así, pero la bajeza de su actual dirigente es una muestra clara de que el PRI ya no es lo que fue. Estoy convencido de que, si bien a la sombra de este partido se cometieron muchas fechorías, también se llevó al país hacia una modernidad que mucho llegó a favorecer –aunque no lo suficiente– a las clases bajas y medias. Les guste o no, ahora Morena tiene mucho del PRI de antes, empezando por un gran conjunto de sufragantes de origen tricolor que contribuyeron de manera importante a su aplastante victoria en la elección de 2018, en la que el país, afortunadamente, se “levantó en urnas” en vez de hacerlo en armas.
Seguir la trayectoria, en este libro, de Ebrard resulta reconfortante, pues abre la posibilidad de que el Camino que tomó México en 2018, pletórico de antecedentes que mucho tuvieron que ver para llegar a ese día, puede continuar con algunas rectificaciones originadas en la propia experiencia y los avatares de sus principales dirigentes.
Para mí, de acuerdo con lo que ha sido mi vida, la parte medular de este libro y que más me congratula con mi amigo Marcelo es su gestión actual.
Siempre admiré la política exterior de mi país cuando se sustentó en principios establecidos por grandes personajes como Isidro Fabela, entre otros, a la sombra de Lázaro Cárdenas. Hubo luego otras figuras hasta llegar a Jorge Castañeda, “El Bueno”, quien me incorporó a la Secretaría de Relaciones Exteriores (SRE) en 1981.
He de recordar que en aquellos tiempos, gracias a sus principios básicos, el prestigio de México era muy grande: la no intervención, la solución pacífica de controversias, la autodeterminación de los pueblos y la vocación por el derecho de asilo. Si no me equivoco, en México se asiló a perseguidos políticos de todos los países de América Latina, a excepción de Costa Rica. No se diga también de varios europeos, especialmente de España.
Fox fue quien más “la regó”, por andar de lambiscón con Aznar –ejemplo del franquismo español contemporáneo– le entregó a nueve asilados políticos vascos en nuestro país, tres de los cuales incluso tenían la nacionalidad mexicana.
Así pasaron pésimos años hasta que Videgaray, quien no sabemos qué aprendió en la ya maltrecha cancillería mexicana, por andar de lambiscón de su amigo gringo, expulsó al embajador de Corea del Norte.
He seguido con gozo el desempeño de Ebrard en la SRE y hasta le he echado algunas porras públicas, dentro de mi modestia, pero la lectura de su capítulo que versa sobre sus acciones de política exterior ¡me emocionó hasta las lágrimas! Soy viejo y llegué a pensar que no podría volver a pronunciar con el orgullo que lo hago ahora la palabra Tlatelolco.