Muchos expertos en temas militares se preguntan qué sentido tiene que Rusia despliegue misiles nucleares tácticos en Bielorrusia si los 700 kilómetros que separan Moscú de Minsk nada le aportan a fortalecer su capacidad de defensa.
Con el enclave de Kaliningrado, el antiguo Königsberg alemán que la Unión Soviética se apropió tras la capitulación hitleriana en 1945, convertido en fortaleza militar y naval donde desde hace 20 años tiene decenas de sistemas de misiles Iskander puede alcanzar cualquier blanco igual que desde Bielorrusia, y algunos más rápido. Eso, sin contar con que puede destruir cualquier capital europea con los bombarderos y misiles estratégicos dislocados en el resto de su vasto territorio.
Sostener que, al acondicionar 10 aviones para portar bombas atómicas y entregar unos cuantos sistemas Iskander, sólo se pretende disuadir a Occidente de no agredir a Bielorrusia sale sobrando, cuando el jueves anterior Moscú y Minsk acordaron elaborar una concepción común de defensa, que, por otro lado, el llamado Estado de la Unión, una suerte de estructura supranacional que aspira a concretarse en confederación, que están tratando de formar desde hace dos décadas, ya incluye acudir en ayuda del otro en caso de agresión foránea.
Argumentar que lo hace, como respuesta simétrica, porque desde hace tiempo lo viene haciendo Estados Unidos en Europa, no parece sensato, aumenta el riesgo de un estallido accidental de una devastadora guerra nuclear y da argumentos a los adversarios de Rusia. En realidad, lo condenable no es que Moscú despliegue armas nucleares tácticas en Bielorrusia; lo lamentable es que Washington lo hizo primero y nadie debería hacerlo.
Quedan, pues, dos posibles explicaciones: la primera, que el Kremlin busca con ello involucrar más a Bielorrusia en su guerra en Ucrania, que hasta ahora presta su territorio, pero se resiste a enviar tropas, y la segunda, que se trata de un típico ardid del presidente Aleksandr Lukashenko, quien –tras modificar la Constitución para renunciar a ser Estado desnuclearizado– ahora pretende asegurar la continuidad de su régimen en caso de que Rusia, por la razón que sea y dependiendo de cómo evolucione la contienda en el vecino país, deje de estar gobernada por Vladimir Putin: bastaría con proclamarse “potencia nuclear”.