El monumental monolito de la diosa lunar Coyolxauhqui reapareció hace 45 años; se trata de uno de los hallazgos arqueológicos mexicanos más importantes del siglo XX, que le dio un nuevo impulso a la investigación del pasado mexica, el cual continúa hasta hoy.
Alrededor de esta gigantesca pieza, el Museo del Templo Mayor exhibe la muestra Coyolxauhqui: El astro, la diosa, el hallazgo, a 45 años de su descubrimiento, que permanecerá abierta este fin de semana y concluirá el 4 de junio.
El arqueólogo Eduardo Matos Moctezuma sostuvo en una conferencia que es “una figura con la que se preserva la memoria histórica y la cohesión del pueblo mexica, al tiempo que representa al bando vencido de los dioses, para justificar su carácter bélico de conquista”.
La exposición en el Templo Mayor recorre el fascinante universo mítico mexica, a través de una especie de viaje nocturno en las relaciones de la diosa lunar de los mexicas con el pulque, los conejos, lo femenino y la fertilidad. Reúne las ofrendas que acompañaban la figura al momento de ser hallada en 1978 por un trabajador de la compañía Luz y Fuerza del Centro.
En los años 70 se pensaba que no había mucho que descubrir sobre el imperio mexica, cuyas obras habían sido arrasadas a instancias del conquistador español Hernán Cortés.
La arqueóloga Patricia Ledesma, directora del Museo del Templo Mayor, explicó a la agencia Ap que al desenterrar el monolito no hubo dudas de que se trataba de un ente femenino, pero no tenían precisa su identidad. Al final, un arqueólogo atinó a nombrarla Coyolxauhqui, “la que trae cascabeles en las mejillas”, porque en el relieve de su rostro es fácil apreciar unas campanas diminutas.
El hallazgo permitió reafirmar las concepciones que se tenían sobre el mito mexica que explica el nacimiento del Sol.
La historia es que Coatlicue se embaraza mágicamente. Coyolxauhqui, una de sus hijas, y sus 400 hermanos –las estrellas– deciden asesinarla. Cuando iban a hacerlo, da a luz a Huitzilopochtli, dios del Sol y de la guerra. El patrono de los mexicas nace vestido y listo para el combate. Decapita a Coyolxauhqui y luego la avienta hasta las faldas de la colina, donde cae despedazada, como está representada en la piedra. Bajo la superficie del mito se encuentra el mensaje, dice Ledesma, de que “somos hijos del Sol”.
Cuando los mexicas ganaban una batalla importante, renovaban el Templo Mayor y sus esculturas. Las viejas se guardaban, probablemente debajo de las nuevas, y las más recientes permanecían visibles. Hasta ahora, los arqueólogos han descubierto cinco coyolxauhquis. La única completa es la que los trabajadores estatales encontraron hace 45 años.
De acuerdo con Ledesma, tras el hallazgo el arqueólogo Eduardo Matos –quien estuvo y sigue a cargo del Proyecto Templo Mayor– abría la excavación los jueves y la gente hacía filas para verla.
“Llegaba la gente y le daba flores, le ponía regalos. Era como un redescubrimiento de una sociedad que habíamos pensado perdida por la guerra”.
La carga simbólica es muy importante, explicó Matos en una conferencia sobre la diosa lunar, pues el destino de Huitzilopochtli es haber nacido para la guerra, “lo que justifica el carácter expansionista del pueblo mexica. ‘Nosotros somos el pueblo del Sol y nuestro destino es ir a la guerra’”, como diría Alfonso Caso, citó el arqueólogo.
La exposición reúne 158 piezas arqueológicas, una maqueta del recinto ceremonial de Tenochtitlan, cinco figuras de fieltro que representan a Coyolxauhqui, Huitzilopochtli, Coatlicue y dos centzonhuitznahua (hermanos de la diosa lunar).
Diego Prieto, titular del Instituto Nacional de Antropología a Historia, puntualizó en la apertura de la muestra que “la monumental talla hecha en bajo relieve empujó un gran trabajo académico, arqueológico, histórico y antropológico, el cual ha buscado recuperar la memoria, el ser y el pensar del pueblo mexica”.
Conforme la excavación del Templo Mayor se amplió, después del 21 de febrero de 1978, los expertos descubrieron que Coyolxauhqui aguardó cientos de años donde fue la base del recinto dedicado a Huitzilopochtli. Los mexicas la reconstruyeron a los pies de la casa del Sol triunfante porque representa la derrota de un mundo anterior al nuestro.
La agencia Ap consignó: la suya no es la historia de una diosa rota, sino una huella que recuerda que sobre este mismo suelo vivieron ancestros que pelearon y vencieron al preservar algo de su pasado, como la luz que se antepone a lo más negro de la noche.