Hoy hablar de educación exige considerar los aprendizajes de la pandemia de SARS-CoV-2, que tuvo lugar en un contexto mundial de desigualdades sociales y económicas, brechas digitales y de género, cambio climático y despojo de grandes territorios.
El distanciamiento social nos forzó a reducir las relaciones personales a la mediación de la tecnología disponible, aceleró la economía digital y mostró que el acceso al conocimiento y la democratización de los saberes depende del consumo y la disponibilidad de la base digital.
Para continuar con las actividades académicas, el gobierno de México instrumentó el programa Aprender en casa , esfuerzo del profesorado que fue reconocido por los estudiantes, quienes, sin embargo, expresaron, en consulta de la Secretaría de Educación Pública (SEP) que no fueron satisfechas sus necesidades de inclusión en cuanto a sus ritmos y estilos de aprendizaje, señalaron dificultades de acceso y disponibilidad a tecnologías de información y a una lengua diferente al español en la red, además aumentó la violencia de género y faltó apoyo en los hogares. La SEP reconoce en la introducción al nuevo plan de estudios que “el confinamiento significó estrés, desequilibrio emocional, depresión, aburrimiento e incertidumbre. Se redujeron los ingresos familiares, aumentó el consumo de comida chatarra, bebidas alcohólicas y otras sustancias nocivas; hubo sobrexposición a videojuegos, televisión y redes sociales. Enfrentamos deserción escolar y, lo más grave: aumento en la tasa de suicidios (12 por ciento) de niños y adolescentes en edad escolar. […] Fue necesario replantearse el ejercicio mismo de la docencia, hubo que trasladarse a las comunidades y levantar salones de clase en espacios rurales abiertos para que quienes no tenían medios tecnológicos continuaran estudiando”.
Hoy más que nunca hay necesidad de escuchar al estudiantado y resignificar el papel de la escuela. Es urgente revalorizar la educación y fortalecer su relación con la vida comunitaria.
Resumo algunos elementos conceptuales que propone la Nueva Escuela Mexicana. Se trata de un paradigma educativo que reconoce que en la vida escolar hay personas de diferentes pueblos, grupos y comunidades, con distintas condiciones de salud, migración, orientaciones sexuales, identidades de género y estilos de vida; donde se expresan lenguas de diversos grupos étnicos, con preferencias culturales y políticas distintas. Tiene como fundamento el cuarto párrafo del artículo 30 de la Constitución Política: “La educación se basará en el respeto irrestricto de la dignidad de las personas, con un enfoque de derechos humanos y de igualdad sustantiva”. La comunidad debe ser el núcleo integrador de los procesos de enseñanza y aprendizaje y es fundamental dar prioridad a la opinión de los niños y adolescentes sobre los derechos que los protegen, los problemas y decisiones que afectan su vida y la de su entorno; e integrarlos en los espacios en los que conviven, dentro y fuera de la escuela. La educación debe ir más allá del desarrollo científico, humanista y artístico, tiene que promover estilos de vida saludables, respeto a la naturaleza, buen trato hacia los demás, evitar comportamientos depredatorios y colonialistas, así como actitudes racistas, discriminatorias y machistas. Las relaciones escolares tendrían que ser libres de cualquier violencia, abuso y acoso físico, sicológico o sexual. El campo de “una vida saludable” se centra en aspectos de alimentación, prevención de adicciones, educación integral de la sexualidad e identidad, actividades físicas, salud mental y habilidades socioemocionales.
La Nueva Escuela Mexicana es laica y promueve el ejercicio de sus derechos incluyendo los derechos sexuales y reproductivos. Estos últimos tienen como marco la reforma al artículo tercero constitucional que por primera vez establece que los programas deben tener una perspectiva de género e incluir la educación sexual y reproductiva; así como la prioridad número 11 del Consenso de Montevideo, que señala la necesidad de “asegurar que los programas de educación integral para la sexualidad, respeten la autonomía progresiva del niño y las decisiones de adolescentes y jóvenes sobre su sexualidad, con enfoque participativo, intercultural, de género y de derechos humanos”.
La novedosa propuesta curricular promueve la autonomía profesional del magisterio, y confía en que los estudiantes pueden apropiarse críticamente de las normas y los conocimientos que la escuela y las redes sociales le ofrecen; no sólo hay que expandir el acceso a las tecnologías de información, también es necesario redimensionar su papel, porque no pueden sustituir al maestro ni a la escuela.
El nuevo paradigma implica un esfuerzo colosal de toda la sociedad, para transformar a mediano y largo plazos las mentalidades, para fortalecer la participación de las comunidades y de las familias, como parte de una sociedad diversa y plural que debe coadyuvar para formar a las nuevas generaciones con principios de solidaridad, igualdad sustantiva, sexual y de género, así como de libertad, interculturalidad, justicia ecológica y social.
* Secretaria general del Conapo.
Twitter: @Gabrielarodr108