Tuxtla Gutiérrez, Chis. A pesar de cuatro intentos por cerrarla, la Escuela Normal Rural Mactumactzá (ENRM) cuenta casi un siglo de historia. La lucha por mantenerla abierta está presente en cada mural y leyenda inscrita en sus instalaciones: “Aquí estamos los mismos de siempre, no nos vendemos, no nos rendimos… ¡Resistimos!”, se lee en el arco de acceso al plantel.
Fundada en 1931 en la ex hacienda La Chacona, nace como la Escuela Normal Rural de Cerro Hueco, para convertirse en 1936 en Escuela Regional Campesina. En 1941 sufre una nueva transformación y se crea la Escuela Práctica de Agricultura. Es en 1956 cuando surge como ENRM, que opera desde 2003 sin internado y como escuela mixta.
Al cumplir 67 años, la normal de Mactumactzá (el cerro de las 11 estrellas, en lengua zoque) o Mactu, como la llaman quienes ven en ella no sólo una escuela, sino una segunda casa, reivindica los principios que le dieron origen.
“Como hijas de campesinos, Mactu no sólo nos ofrece la posibilidad de ser maestras; también nos enseña nuestros derechos, a darnos cuenta de que no tenemos por qué soportar ningún abuso”, afirman Mariana y Lucía, alumnas de primer y segundo años de la licenciatura en educación primaria.
Foto ‘La Jornada’.
ia.Destacan que en Mactu “todas las decisiones son colectivas. Tenemos nuestra propia organización estudiantil, que es la que define los reglamentos internos con los que estructuramos las tareas que se deben cumplir para mantener limpio el plantel y que operen de forma correcta el comedor y los dormitorios”.
Incluso, señalan, son los alumnos quienes definen cuáles de sus compañeros realizarán las labores de difusión e información sobre la ENRM. “Todo lo que tenemos ha sido resultado de la lucha y la movilización. Este 67 aniversario nos hace recordar que son casi siete décadas en pie de lucha en las que se trabajó con mucho esfuerzo para lograr que sobreviva”, aseveran.
A la sombra de palmeras y árboles tropicales, recuerdan que los gobiernos estatal y federal “siempre han buscado excusas para cerrar nuestra normal. En vez de apoyarnos, porque se supone que la autoridad está para eso, para el bien del pueblo, nos hemos tenido que movilizar hasta para exigir el derecho más básico, que es tener acceso a la educación”.
Junto a decenas de compañeros que realizan labores de limpieza de la escuela, refieren: “Aquí todos somos hijos de campesinos, conocemos las privaciones. Sabemos de la necesidad de las personas que viven en pobreza, de padres que tienen tres, cinco y hasta siete hijos, que no cuentan con los recursos suficientes para poder darles educación. De ahí nace la necesidad de ver mundo, de querer cambiarlo”.
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Ante las carencias que enfrentan en sus comunidades, recuerdan que “no sólo los hijos de millonarios necesitan estudio, nosotros como personas pobres también queremos seguir estudiando”.
La posibilidad de ser profesoras, explica Lucía, “es superación para nosotros. Ser maestra es llevar a tu comunidad algo que aquí te enseñaron, y que si no existiera la ENRM, no lo conoceríamos. En la escuela aprendemos a practicar un deporte, a bailar, a tocar la guitarra y la marimba, a jugar ajedrez y futbol, a nadar, incluso a reforzar lo que sabemos para trabajar el campo y cuidar animalitos”.
Mariana asegura que a pesar de que en 2003 el ex gobernador Pablo Salazar eliminó el internado, operan dormitorios en el plantel, lo que les ha permitido mantener una convivencia colectiva. “Mactu nos refugia. Para nosotros es nuestra segunda madre, otra casa en la que podemos dormir, en la que sabemos que hay un plato de comida para nosotros, donde puedes descansar en un colchón, en una cama”.
Ejercer presión
La ENRM, que a finales de marzo conmemoró su 67 aniversario con actividades académicas, culturales y deportivas, “siempre ha sido una escuela incómoda para el gobierno”, sostienen. Como normalistas rurales, explica Lucía, “nos enseñan a no callar, a no dejarnos ante el tirano, a seguir luchando y exigir el derecho que nos corresponde, por eso no nos queda más que ejercer presión”.
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Recuerdan que han salido a luchar “por el recurso del comedor, porque si no hay dinero, de qué vamos a comer. También nos movilizamos en años anteriores para exigir que el examen de ingreso fuera presencial y no en línea, porque en las comunidades indígenas, de donde provenimos la mayoría, ni luz hay, mucho menos Internet y computadoras”.
Las movilización de los normalistas han sido constantes, reconocen: por recursos para su comedor, la recontratación de personal docente y administrativo, incluso para exigir que se emita la convocatoria de ingreso a su plantel y no disminuya la matrícula, “porque de no luchar, Mactu ya no existiría”, advierten.
En otras normales públicas, explica Lucía, se cobran cuotas de ingreso y hasta 2 mil pesos semestrales, pero acá en Mactu todo es gratuito. “En nuestra escuela no nos tenemos que preocupar dónde voy a dormir, qué voy a comer. Además, aquí tenemos biblioteca e Internet”.
Ante los campos de cultivo y corrales donde cuidan de diversos animales, las dos futuras maestras rurales señalan sonriendo: “Queremos que Mactu viva muchos años, que se conserve como una escuela que nos refugia, que nos ayuda a saber que como personas tenemos derechos que nadie nos puede arrebatar”.
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