En la tragicomedia política en torno a la primera acusación criminal contra un ex presidente en la historia del país anunciada la semana pasada, la figura más honesta y valiente es la estrella de pornografía Stormy Daniels, quien no oculta (literal y figurativamente) nada y que es experta en judo verbal cuando es atacada. Al preguntarle si teme estar en una corte como potencial testigo contra Trump en un juicio, respondió “lo he visto desnudo, no hay manera de que sea más aterrador con la ropa puesta”. Repite su ahora famosa frase de que su encuentro sexual con el entonces empresario en el 2006 fueron “los peores 90 segundos de mi vida”.
Muchos insisten en que es poco importante este caso contra el golpista Trump. Vale subrayar que la acusación criminal no es por pagar dinero a cambio de silencio sobre un aventura sexual extramarital (aunque sí enfrenta otro juicio esperado por violación sexual el próximo mes). Hasta donde se sabe –los cargos se revelarán este martes, cuando Trump sea fichado en Manhattan– parte de la acusación gira en torno a un fraude de contabilidad por la forma en que se ocultaron los gastos, algo que Trump ha hecho toda su vida como empresario.
El punto aquí, insisten algunos, es que si un ciudadano común enfrentaría cargos penales por un delito parecido, ¿por qué no un ex presidente?; o sea, esto se trata de que “nadie está por encima de la ley” (a pesar del largo historial de impunidad de las cúpulas políticas y económicas del país).
El ahora delincuente en jefe siempre afirma que es el hombre más inocente de la historia. Declaró esta semana que la acusación en su contra es “un ataque contra nuestro país” y que con esto “Estados Unidos es ahora una nación de tercer mundo, un país en declive serio” (bueno, a veces puede tener tantita razón). Es como una parodia de Mussolini, pero nada chistosa, ya que él fue comandante en jefe del país más poderoso del mundo y ahora está en campaña para reocupar ese puesto.
El delincuente en jefe ha demostrado su capacidad de desatar violencia política y el espectáculo judicial es un asunto de seguridad pública tanto local como nacional. Desde que se anunció la acusación, el fiscal distrital, quien encabeza el caso, ha recibido múltiples amenazas de muerte, muchas de ellas racistas (él es afroestadunidense) y antisemitas, reportó el NY Daily News. “Oye, títere culero de George Soros, si quieres ir por el presidente Trump, ven por mí también. Recuerda que estamos en todas partes y tenemos armas”, fue uno de los mensajes. Trump y sus aliados han acusado falsamente al financiero y filántropo Soros de haber donado fondos para elegir al fiscal distrital, parte de la narrativa neofascista con la añeja teoría de la conspiración de que detrás de sus enemigos están “judíos ricos” que “controlan todo”.
Pero después incluyen al financiero judío anticomunista en un elenco realmente extraordinario de “enemigos”, incluido el movimiento Black Lives Matter, los “antifa”, junto con una ensalada de anarquistas, comunistas, socialistas, maoístas, demócratas de izquierda radical y ni hablar de los inmigrantes invasores del país, entre otros.
Trump, quien difundió una foto de él con un bat de beisbol junto a la cabeza del fiscal, y sus repetidas amenazas de que habrá “muerte y destrucción” si proceden los casos en su contra (hay otro local y dos federales que podrían culminar en otras acusaciones criminales graves), todo indica que hay una invitación abierta a la violencia política para defender al gran inocente.
“Las cosas están mal, la gente errónea está en la cárcel y la gente errónea está fuera de la cárcel; la gente errónea está en el poder, y la gente errónea está fuera del poder…”, decía el historiador Howard Zinn. Tal vez, aunque sea excepción, habría un tantito de justicia si este delincuente queda fuera del poder y hasta en la cárcel. Pero eso dependerá más de los movimientos de resistencia democrática que de un juez.