En el mundo hispánico, el 28 de diciembre, Día de los santos inocentes, se cuentan mentiras con supuestas caras de verdad.
Bastante más contundente y directo, en Brasil decimos que el 1º de abril es el “Día de la mentira”.
Hace mucho –hace exactamente 59 años– hubo en mi país un golpe de Estado que instauró una dictadura militar que duró 21 años y, como ahora lo comprobó el desgobierno de un ultraderechista desequilibrado llamado Jair Bolsonaro, dejó secuelas importantes en la sociedad.
Sus autores y defensores dijeron que se trató de una “Revolución” destinada a fulminar el peligro de que el comunismo se instalara en el país y asegurar la democracia.
La fecha oficial: el 31 de marzo de 1964.
Pura falsedad: no hubo revolución, hubo un golpe cívico-militar que empezó el 1º de abril y se consolidó al día siguiente, cuando el entonces presidente del Congreso, Auro de Moura Andrade, mintió al decir que el mandatario João Goulart había abandonado el país.
En Porto Alegre, capital de Río Grande do Sul, donde efectivamente estaba, Goulart intentó armar una resistencia. Fracasó. Y solamente el 4 de abril se exilió en Uruguay.
Esa formidable secuencia de mentiras ha sido manipulada hasta hoy. El pasado viernes, por ejemplo, más de dos centenares de militares retirados de las tres armas se reunieron en el Círculo Militar de Río de Janeiro –reducto de lo que existe de más abominable y abyecto entre los milicos– para celebrar la “Revolución del 31 de marzo de 1964”.
Repitieron, de esa forma, las ceremonias de celebración determinadas por Jair Bolsonaro en sus cuatro años como presidente de este país amnésico.
Lo más alarmante de todo eso es que las nuevas generaciones no parecen molestarse por semejante cuadro.
Y más alarmante aún, para quienes vivimos los nefastos años de dictadura y de la tan difícil retomada de la democracia, es contemplar toda esa indiferencia.
Hace pocos días, el 24 de marzo, se registraron 47 años del golpe militar de 1976 en Argentina.
Recuerdo cada hora de cada día de esa fecha de tinieblas, recuerdo a mis amigos muertos, recuerdo como fue mi segundo exilio, la huida de Buenos Aires hacia Madrid.
Pero también recuerdo los actos de ahora, del pasado viernes 24 de marzo en Buenos Aires y por toda Argentina, como una jornada más contra el olvido y el perdón.
Contra todo lo que ocurre y ocurrió en este país mío: aquí impera el olvido, y Brasil es la única nación de América Latina –¡la única!– en que ni un único agente del Estado, ya sea civil o militar, ha sido castigado por haber cometido crímenes contra la humanidad.
Sí, sí: el único país en que hubo amnistía para torturadores, secuestradores, violadores y asesinos.
Todo eso quizás ayude un poco a entender cómo semejante bestia –que elogia a la dictadura, dispara loas de gloria al golpe de 1964 y tiene a torturadores como mitos personales– haya llegado a ser electo presidente.
Todo eso tal vez ayude un poco a comprender cómo una figura nauseabunda como Jair Bolsonaro y su pandilla sigan sueltos por las calles.