Ciudad de México. Las flores “además de ser bonitas, dan vitaminas”, afirma Alma López Gómez frente a su invernadero instalado en una superficie de 128 metros cuadrados en un predio de la calle Cafetal, colonia Granjas México, Iztacalco, donde cultiva al menos 40 tipos de plantas.
Pensamientos, jazmines, begonias, crisantemos, monalisas, margaritas, panalillos, ojos de canario, mastuerzos, aretillos, nueras y suegra, así como clavelines, entre muchas otras que envuelven la vista con los vivos colores y tonalidades de sus capullos.
No son de ornato, son cultivos orgánicos con plantas que ella misma germina porque sus pétalos se usarán para decorar, aromatizar y aderezar platillos salados, ensaladas, repostería y cocteles en restaurantes de ciudades como Cancún, Acapulco, Querétaro y San Miguel de Allende, además de la Ciudad de México.
Alma Rosa López (arriba de frente) con sus hermanos, Julio César y Efraín, conforman la cooperativa Un alma con Lili, dedicada al cultivo de diversos tipos de flores comestibles en un terreno de la alcaldía Iztacalco, con las que adornan pasteles y cocteles. Foto Yazmín Ortega Cortés.
El trabajo lo realiza con dos de sus hermanos: Efraín, “mi mano derecha y mi patrón”; Julio César, su padre, Amado López González, y un amigo de la familia, Juan González Jiménez, con quienes formó una sociedad cooperativa en 2019 al diversificar el negocio familiar dedicado a la comercialización en la Central de Abasto de hortalizas y diferentes variedades de lechuga: italiana, sangría, escarola, romana y orejona, que producen en Puebla y la zona chinampera de Xochimilco.
Quería empezar algo que fuera suyo, pero inspirado en su madre Lilia Gómez Becerril, quien tenía la inquietud de emprender algo por ella misma, pero enfermó y ya no tuvo tiempo de hacerlo, pues falleció en 2017.
Aunque estudió la carrera de derecho, por la enfermedad de su madre, Alma, quien se había dedicado a la administración, debió aprender a sembrar. “Fui y aprendí no sólo a sembrar lechugas, sino a valorar a la gente que trabaja en el campo”.
Foto Yazmín Ortega Cortés.
El nombre de la cooperativa Un alma con Lili. Distribuidora Mexicana de Productos Orgánicos y Gourmet, combina de hecho su nombre, el de su madre y una frase de don Amado.
Cuando un amigo de la Central de Abasto le mostró flores comestibles que tenía en domos, nació su curiosidad y tuvo la certeza de que eso es lo que le hubiese gustado hacer a su mamá, se lo planteó a sus hermanos y a su papá, quien le decía que a todo lo que quisiera hacer le pusiera alma y pasión.
No rendirse, la clave
Empezó con cinco plantas de pensamiento y se le murieron. Con la frase de su papá en mente y la visión de su madre, perseveró y se arriesgó con dos cajas, cada una con 12 macetas, y comenzó a crecer su negocio al llevar sus flores a la Central de Abasto con las hortalizas, en la nave 2, sección 3.
Foto Yazmín Ortega Cortés.
Obtuvo un apoyo de la Secretaría del Trabajo y Fomento al Empleo del programa de Fomento, Constitución y Fortalecimiento de Empresas Sociales y Solidarias, el cual invirtió en la estructura y los plásticos del invernadero y complementó con recursos propios para hacer mesas con estructuras metálicas para tener las cajas de flores en lo alto, ya que antes estaban sobre cajones de madera, pero atraen babosas y otros insectos que las depredan.
Explica que las flores se cortan y depositan en servilletas humedecidas con un rociador dentro de un domo en el que caben 35 grandes y de 30 a 35 pequeñas. Cada paquete cuesta entre 35 y 40 pesos.
Sus clientes, dice, reconocen la calidad de sus flores, pues sus productos son garantía de eso. Un pastel que puede costar 300 pesos puede incrementar su valor hasta en 3 mil decorado con flores.
Foto Yazmín Ortega Cortés.
El apoyo de la dependencia “nos permitió avanzar, dar un paso grande“, por lo que busca un segundo apoyo para que crezca el negocio. Ahora aspira a tener un invernadero en un lugar más grande en la zona chinampera de Xochimilco.
Alma tiene dos hijos, David de 14 años, “que está concentrado en la robótica y se encierra en su cuarto con su computadora”, y Valeria Jazmín, a quién sí le gusta meterse al invernadero y espera que se anime a seguir sus pasos, aunque cuando la ayuda a cosechar “de cada cuatro flores que corta se come tres y mete una a la canasta; le digo que con ella el negocio se va a la quiebra”.
Alma cuenta que hay días en que se sienta frente al invernadero y se pregunta qué pensaría su madre si pudiera ver esto.