Cádiz. La ciudad de Cádiz es lo más parecido que hay en Europa o en España a La Habana o al viejo San Juan. Sus calles y edificios, el mar que la rodea, pero sobre todo el ingenio y la singularidad de sus habitantes, los gaditanos, la hacen una tierra fértil para la palabra. De ahí que la novena edición del Congreso Internacional de la Lengua Española (CILE) haya encontrado aquí un lugar ideal para reflexionar y debatir en torno al mestizaje lingüístico, a la interculturalidad y a la ruptura de las fronteras y los clichés entre las hablas culta y popular.
El director del Instituto Cervantes, Luis García Montero, uno de los anfitriones del encuentro, hizo referencia en uno de sus discursos a una frase muy conocida en España de la cantaora andaluza Lola Flores, que muchas veces suele ser motivo de mofa por la supuesta forma errónea de utilizar la gramática. Pero el poeta granadino no sólo citó la frase íntegra, sino que además la defendió como un uso correcto del idioma y acorde a una forma particular del hablar andaluz. “‘Si me queréis ¡Irse!’”, pidió Lola Flores a las personas que estaban invadiendo y entorpeciendo una celebración de familia. Para celebrar ahora el centenario de su nacimiento, podemos afirmar con rigor de filólogo, que las palabras de La Faraona responden a un modo de hablar de la Andalucía occidental en el que el pronombre ‘se’, que es un pronombre de tercera persona, se desplaza a la segunda persona”.
Vindicación de lo popular
Esta declaración de intenciones sirvió para que durante el CILE se apartaran durante unos días las descalificaciones denigratorias por los usos y costumbres en el habla popular, que es tan diversa como heterogénea en los países hispanohablantes. Los académicos, en todo caso, están ahí para registrar, constatar y explicar la evolución natural de la lengua, que es viva y en perpetuo movimiento.
Una muestra de esa reivindicación del habla popular se expresó de forma dinámica en las calles de Cádiz, que también defendían la manera en la que se comunican desde los campesinos del norte de México hasta las comunidades guaraníes de Paraguay. En balcones, terrazas, paredes de colegios o en las ventanas de las casas los gaditanos escribieron en cartulinas alguna de esas palabras que los ha hecho tan singulares en su forma de hablar, enarbolando así la diversidad y el mestizaje del idioma.
Algunos de esos vocablos que nacieron y se usan casi exclusivamente en Cádiz son, por ejemplo, “al liquindoi”, que viene de la expresión “at looking doing” y se ha convertido en una forma de decir que se está alerta; “guachisnai”, que procede de “What’s your name?”, y se usa para referirse a una persona extranjera o definir a una persona corriente. O cuando en Cádiz alguien dice que está en el “paraíso”, tal vez se refiera a que está en los asientos más altos de un teatro. O cuando quiere decir chiquillo lo abrevia a “quillo”; cuando sangra la nariz uno tiene “mosqueta”, se siente “biruji” hace referencia a los vientos frescos y cuando a uno le hacen una “ajogaílla” es que de broma le están sumergiendo la cabeza en agua.
Otras palabras típicas y que se ven en las calles de Cádiz estos días son “carajote”, que se refiere a que se pasan de buenas, y otras antipáticas a las que se les llama “malaje”, que viene de “mal ángel”. O el “pimpi”, que define a un embaucador.
Durante el CILE se repartió el libro El habla de Cádiz, de Pedro Payán, que documenta este viaje de palabras singulares en la ciudad, que tienen que ver con su historia, la cual se remonta a los fenicios.
Siempre con el ingenio y la singularidad del habla popular, en este ambiente libertario de la palabra, también en los camiones de Cádiz se hicieron lecturas improvisadas de poemas y de obras literarias como con la que se rindió homenaje a un madrileño, igualmente querido en esta tierra, Javier Marías, quien murió el año pasado.