Desde hace dos semanas, alrededor de 200 migrantes procedentes de Haití y Venezuela permanecen en la plaza Giordano Bruno, ubicada en las esquinas de Roma y Lisboa, colonia Juárez. Ahí utilizan pedazos de cartón para dormir en el piso, otros usan las bancas de cemento como cama y algunos se quedan en 55 casas de campaña, sin acceso a un baño portátil.
La mayoría de los extranjeros, quienes forman familias completas hasta de ocho integrantes que viajan con niños desde Brasil, Chile y Perú, tienen una cita en la Comisión Mexicana de Ayuda a Refugiados (Comar) en la segunda quincena de mayo, por lo que permanecen en el espacio público ante la falta de recursos para pagar una habitación de hotel o un cuarto, que en promedio cuesta 300 pesos por noche.
En tanto, los vecinos y comerciantes de las calles Liverpool, Hamburgo, Lisboa y Bruselas dividen sus opiniones ante la presencia de los migrantes.
Verónica, administradora del edificio de departamentos y oficinas Bruselas, refirió en entrevista que “hay muchas quejas de los inquilinos porque huele a orines. Tienden la ropa casi frente al edificio y dan mala impresión a las visitas. Al principio, (los residentes) no se quejaban, pero la situación cambió, porque este otro grupo hace más ruido. A los que se fueron antes del puente largo, hasta los ayudaban con ropa y cobijas”.
Eduardo Ramírez, habitante de la calle Hamburgo, aseveró que una farmacia y una pizzería decidieron mantener cerradas las cortinas ante la presencia de los migrantes, por lo que se han visto disminuidas las ventas de los negocios. Y aunque aseguró que no ha tenido incidentes con los extranjeros, sí se complica la movilidad en la plaza.
Comentó que estas personas en movilidad “se encuentran en condiciones indignas, inhumanas y criminales. Deberían colocar aunque sea baños o llevarlos a un albergue”, y cuestionó que a unos pasos, en la calle Roma, se ubica el plantón de la comunidad otomí.
Mario González, quien atiende un puesto semifijo de tortas, indicó que las ventas han disminuido considerablemente, porque “la gente ya no pasa”. Las encargadas de un establecimiento de uñas señalaron que “bajó la clientela, porque antes venían a comer y pasaban a hacerse uñas u otro tratamiento”.
Saúl Cruz, quien se dedica a la construcción, opinó que “no es mala onda, pero es algo inseguro. Antes era tranquilo y podíamos comer ahí donde están”.
En contraste, Jimmy, encargado de una tlapalería, expresó: “No tengo ningún problema, no me afecta, pero deberían darles un albergue. Todos somos seres humanos y a ellos les tocó la desgracia de tener malas condiciones en sus países”.
Elisa, residente de la calle Liverpool, relató que ha invitado a su domicilio a comer a dos matrimonios con sus hijos; les ha dado prendas, baño y la oportunidad de lavar la ropa. En tanto, la comunidad otomí les permite utilizar el baño, bañarse y conectar sus celulares.