Lo sucedido la noche del lunes pasado en la estación del Instituto Nacional de Migración de Ciudad Juárez, Chihuahua, que dejó al menos 38 personas fallecidas provenientes de Centroamérica y América del Sur, de las cuales –según las últimas informaciones– 29 eran de Guatemala, es muestra de cómo las políticas migratorias que se aplican en México, y en el resto del mundo, son totalmente inaceptables.
Hay desatención inhumana no sólo de los países por los que esas personas se van desplazando en sus azarosos caminares; también hay desatención de los organismos internacionales cuyos funcionarios desplegados por el mundo y relacionados con el tema migratorio deberían vigilar esos tránsitos y alertar posibles tragedias. Lo más grave es que al momento de entrar, en este caso a México, no se les ofrece posibilidades con la agilidad necesaria para ir resolviendo sus muy precarias condiciones. Precisamente, al no tener claridad para sus estancias, los invade la desesperanza que desata la necesidad de llamar la atención y que en ocasiones lleva a tragedias como la que México tiene que lamentar hoy. La política de contención, prohibicionista, impuesta por Estados Unidos es inaceptable, debe ser eliminada y México debe replantearse una política migratoria soberana que ponga en el centro el respeto irrestricto a los derechos humanos, lo que supone un amplio espectro de obligaciones por sus autoridades.
En primer lugar, deben erradicarse los centros de detención, evitarse las deportaciones, los albergues sin condiciones dignas de estancia que se convierten en verdaderas cárceles, pero sobre todo se requiere agilizar la tramitación de documentos que les permitan el libre tránsito por todo el país. Esto supone mayores presupuestos, hay que solicitar apoyo a los organismos internacionales de Naciones Unidas para que la Comisión Mexicana de Atención a Refugiados pueda realizar su enorme trabajo con mayor agilidad y otorgar lo más pronto posible los documentos correspondientes. En este marco, la Guardia Nacional sería absolutamente innecesaria en las fronteras y permitiría reorientarla para enfrentar la inseguridad criminal, no para detener migrantes. En segundo lugar, discutir opciones, visas humanitarias, visas de trabajo, visas de asilo y refugio, todos aquellos documentos a partir de los cuales puedan transitar y buscar trabajo por el país, sin problemas hasta la frontera norte, si esas son sus intenciones, deseo que México no debe impedir. Esta es una cuestión que debe tener muy claro Washington porque México no es responsable de cuidar la “frontera gringa”, y mostraría que en el país se respetan las libertades de todas las personas.
Esa sí es la forma de ordenar la migración y es lo que puede hacer México solo.
Pero para cambiar e instaurar una nueva política migratoria soberana y no respuestas obligadas al vecino del norte es necesario ir a las causas del nuevo fenómeno migratorio y por ello es importante formar un frente latinoamericano para discutir y debatir sobre el momento actual y poder comprender por qué se han disparado los casos y cuáles son los mecanismos para su resolución.
Obliga a poner sobre la mesa 40 años de política neoliberal, con sus enormes desigualdades económicas, inseguridad, recurrentes desastres climáticos, pobreza y, por supuesto, conflictos geopolíticos mundiales que buscan alinear a los países a los intereses de Washington. Lo más grave: una histórica y desmedida expoliación de las potencias del norte sobre los recursos naturales, minerales, sobre los países latinoamericanos, empresas trasnacionales que se instalan en el sur global por los bajos salarios de los trabajadores, sin ningún beneficio para los países receptores que se ven sumidos en contaminación, elusión de impuestos y, sobre todo, ningún compromiso para compartir tecnología.
En el caso de México, la consecuencia ha sido mantenerse como simple maquilador, por más que ahora podamos hablar de “maquila tecnológica”, condiciones todas propiciadas por la firma de acuerdos de libre comercio (TLCAN y T-MEC) que no han hecho más que generar graves impactos sociales, económicos y ambientales, además de dominar la alimentación creando graves distorsiones de salud; sin dejar de lado que ahora la Unión Europea está muy interesada en ratificar el TLC UE-México y no hay duda de que el litio está siendo factor decisivo.
Por todo ello, la integración latinoamericana se presenta, hoy más que nunca, como la opción posible y necesaria para defender las relaciones internacionales al servicio de los pueblos, libre de colonialismo con un enfoque multilateral, cuyas relaciones de cooperación permitan integrar mercados laborales regionales bajo la cultura de la igualdad y la inclusión social.
Gracias, querido Carlos Payán