Primero fueron los chalecos amarillos, ahora las centrales sindicales. La rebelión ha vuelto a las calles de París. En juego están una parte de las pensiones que las grandes huelgas de 1968 consiguieron para el mundo del trabajo en Francia. La propuesta del presidente Macron consiste en prolongar dos años la edad de retiro. Ya en 2010, se había extendido, cuando la edad de retiro pasó de 60 a 62 años. En esta ocasión, las centrales sindicales han dicho: “¡no!”; y el ¡no! se transformó desde enero en un movimiento que no sólo abarca a los trabajadores, sino a una cuantiosa parte de la población. Lo que comenzó como un llamado a la huelga ha mutado gradualmente en insurrección.
Antier se celebró la novena jornada de huelgas y paros. Se extendieron al transporte, las industrias del acero y del plástico, decenas de otras ramas, el comercio y las escuelas. Los aeropuertos también quedaron bloqueados y los servicios de recolección de basura dejaron de funcionar. Las calles de la Ciudad Luz son hoy un gigantesco basurero. Todo ello para recordar que, en última instancia, lo que da vida a la ciudad es el trabajo. La brutalidad policiaca ha ido en aumento. En los primeros días, se trataba tan sólo de contener a los manifestantes. Hoy se les golpea, les disparan balas que arrancan los ojos. Pero lejos de replegarse, las movilizaciones se han diseminado por todo el país. Las redes abundan en imágenes de batallas campales por doquier, tomas de carreteras y formación de comités de autodefensa de los manifestantes.
Las pensiones en Francia, al igual que en la mayor parte de Europa, forman parte no de una cultura, sino de los fundamentos mismos sobre los cuáles se cimentan los ingresos generales de las familias del mundo subalterno. Reducirlas afecta a hijos y nietos, a los entornos elementales del tejido social. Existen poblaciones enteras en Francia en las cuales sólo habitan personas de la tercera edad. Un colapso de las pensiones traería consigo un colapso de ese mundo de vida.
A mes y medio de la rebelión, la polarización de los argumentos y de las posturas consigna la escena. El presidente Macron optó la semana pasada por la vía de la imposición abierta. No tuvo problemas para convencer al Senado de aprobar la medida (ahí cuenta con mayoría). Frente a la posibilidad de no obtener el apoyo suficiente en la Asamblea Nacional, se decidió por la regulación 49.3, que hace posible al Poder Ejecutivo imponer un decreto evadiendo la discusión y la votación de la asamblea. En respuesta, la asamblea interpuso un voto de censura que, de ser aprobado, podría haber depuesto al gobernante. Seis votos le extendieron una moción de vida perentoria.
El argumento de la coalición gobernante es aritmético: en 2000, 2.1 trabajadores sostenían el ingreso de un pensionado; en 2020, esta cifra se redujo a 1.7; en 2025 sólo serán 1.2 trabajadores. El Estado francés entraría así en un colapso de ingresos y una crisis financiera.
La Confederación General de Trabajadores respondió con un largo estudio. La base de su argumento es que el cálculo oficial no toma en cuenta a los millones de trabajadores inmigrantes indocumentados, ni tampoco al raudo aumento de productividad (la robotización y la digitalización). La institución encargada de las pensiones sostuvo el mismo argumento que el de los trabajadores. De ahí que la CGT haga el señalamiento de que la verdadera razón debe buscarse en otra esfera. En realidad, es el complejo financiero militar el que hoy día requiere de estos fondos.
Hace unos meses los países de la OTAN acordaron invertir 2 por ciento del PIB en gastos militares, lo cual supone que la OTAN no sólo se está preparando para una escalada de guerras, sino, como hace un par de años lo adviritó Giorgio Agamben, para confrontar las revueltas sociales que se avecinan en todo el continente europeo. Hoy, el régimen político militar de Europa depende en gran medida del desenlace de la crisis francesa.
En México, las pensiones fueron erradicadas en los años 90 por Ernesto Zedillo (IMSS) y en el periodo de Felipe Calderón (Issste). El gobierno de Morena ha hecho mutis al respecto. Las generaciones que ingresaron a trabajar después de 1997 no cuentan con pensión. Y los ahorros de las Afore son una mueca grotesca de lo que es una pensión, al igual que el argumento que los sostiene. Como se puede observar en la discusión francesa, las pensiones no son resultado del ahorro del trabajador, sino de la aportación que hacen los que están trabajando.
Y es esta la filosofía que debería prevalecer algún día en México, exactamente la contraria que hoy los bancos y las casas de inversión divulgan creando la ilusión de que basta con ahorrar para tener una pensión de retiro. Una ilusión perversa. La pregunta es: ¿por qué no están los jóvenes del país en las calles demandando sus pensiones como lo hacen los franceses?