Ciudad de México. Ante líderes de varias naciones, el presidente Andrés Manuel López Obrador convocó a terminar con la desigualdad y la concentración de la riqueza “más ofensiva de la historia”, a fin de consolidar la democracia.
Al participar ayer vía virtual en los trabajos de la segunda Cumbre por la Democracia, convocada por su homólogo de Estados Unidos, Joe Biden, el mandatario mexicano subrayó que muchos de los grandes crímenes contra la humanidad a lo largo de la historia “han sido cometidos en nombre de Dios o en nombre de la democracia”.
El jefe del Ejecutivo lanzó varias preguntas ante sus pares –que habían hablado de la guerra en Ucrania, el acceso a las tecnologías y la igualdad de género– para regresar a la base aristotélica del concepto, “a su significado original y verdadero”: el poder del pueblo.
“¿Cómo hablar de democracia (en el mundo) si dominan las élites y no las mayorías? ¿Cómo hablar de democracia si no existe separación del poder económico y del poder político? ¿Cómo hablar de democracia si en los últimos tiempos se ha dado la concentración de la riqueza más ofensiva en la historia?”
No al poder sin pueblo
Y en esa línea, continuó: “La fortuna de una minoría ha aumentado sin límites, sin recato moral alguno, mientras mil millones de seres humanos viven con menos de un dólar diario. Por eso tenemos que alejarnos cada vez más del kratos sin demos, del poder sin pueblo, y asegurarnos que el propósito central del gobierno sea siempre buscar la felicidad del pueblo, gobierno del pueblo y para el pueblo”.
Lejos de esto, lamentó López Obrador, en los tiempos actuales existe “una mezcla de oligarquía y democracia, o una democracia simulada y mediatizada, es decir, en algunos países impera la oligarquía con fachada de democracia”.
Exhortó a los líderes mundiales que lo escucharon, entre ellos el premeir de Canadá, Justin Trudeau, a regresar a los principios fundacionales de muchas naciones que se asumen como democráticas, donde la felicidad de las personas es central para alcanzar la democracia.
“En 1776, la declaración de independencia de Estados Unidos planteó la búsqueda de la felicidad como uno de los derechos fundamentales de las personas, y estableció que garantizarlo era una de las funciones del gobierno; el artículo primero de la Constitución francesa de 1793 establece que el fin de la sociedad es la felicidad común; y el 24 de nuestra Constitución de Apatzingán de 1814 señala: ‘la felicidad del pueblo y de cada uno de los ciudadanos consiste en el goce de la igualdad, seguridad, propiedad y libertad’”.