Cádiz. Como si se tratara de un paciente sentado en el diván frente a su terapeuta, académicos y escritores se hicieron una pregunta seca y primigenia: “¿Cómo se llama nuestra lengua?” Sobre todo cuando hay un consenso más o menos extendido entre académicos y escritores de que seguirla llamando “español” o “castellano” es un “arcaísmo”, el cual no responde a la realidad actual del idioma y que, además, tiene una connotación de dominación colonial. Durante la segunda jornada del Congreso Internacional de la Lengua Española se escucharon incluso algunas propuestas, como denominarla “hispanoamericana” o “ñamérica”.
En España se calcula que hay algo más de 45 millones que lo hablan, y en América Latina se calcula que son más de 430 millones, a los que debe sumarse los casi 2 millones de Guinea Ecuatorial y los más de 50 millones que la poseen como primera o segunda lengua y que viven en Estados Unidos. De ahí que muchos se pregunten por qué tiene que seguir llamándose “español” o “castellano” a una lengua común que trasciende dichos gentilicios.
El escritor argentino Martín Caparrós aseveró que “la palabra ‘español’ tiene muchos problemas, aunque no sea fácil decirlo en castellano. La del nombre es una vieja polémica, pero una que se mantiene como tal sin que le busquemos solución. Quizá sea hora de actuar. ‘Castellano’ es en última instancia el nombre del dialecto y la región que se extendió, pero no alude a ningún Estado nacional. ‘Español’ es lo contrario: el gentilicio y el adjetivo de lo que pertenece al reino de España. Es lógico, sería lógico, que 430 millones de personas que pertenecen a otros países no quieran pensar que hablan la lengua de otro. Ahí está el punto: una consecuencia de los siglos coloniales es que hay muchos países que hablan el idioma que todavía lleva el nombre del país conquistador. El inglés y el francés, por supuesto, y también el español”.
El asunto se trató en la mesa “El español, lengua común. Mestizaje e interculturalidad en la comunidad hispanohablante”, en la que también participó el mexicano Juan Villoro, quien apuntó que “hoy más de una quinta parte de los hispanohablantes son mexicanos. Referirnos al español o a la lengua castellana es en cierto modo un arcaísmo. En rigor, los aquí reunidos hablamos un idioma hispanoamericano”.
Caparrós insistió: “En un mundo en el que se reivindican todo el tiempo identidades mucho menores frente a afrentas tanto más tenues, no parece que las ex colonias se interesen todavía por nombrar la lengua que hablan con un nombre propio. Puede ser una tontería, o una gilipollez, o una pelotudez, o una huevada, o una pendejada o, incluso, una chuminada, pero quizás llegó la hora de empezar a pensar un nombre para esa lengua que no sea la del reino que la impuso a sangre y fuego. Un idioma común. Vale la pena buscarle un nombre a eso que hablamos”.
Se atrevió incluso a sugerir, como hiciere Villoro, que podría llamarse “hispanoamericano”, y explicó: “Por supuesto propondría la de ñamericano. En ñamericano, por ejemplo, la ‘z’ de lengua contra dientes no existe ni debería de existir, que es el mejor ejemplo de este raro chantaje cultural en el que 35 millones de habitantes están convenciendo a 435 millones de que los que se equivocan son ellos: la enorme mayoría. En ñamericano, ‘vosotros’ dejaría de existir y sería una pena, porque es útil y preciso, pero los más dejaron de usarlo hace siglos. El ñamaericano es sólo una opción mala, seguramente hay mejores, no pretendo que la encontremos ahora, lo que sí me gustaría es que empezáramos a ponernos de acuerdo sobre la conveniencia y la necesidad de buscarla. Y, así, algún día sabremos qué idioma hablamos; cómo se llama nuestra lengua”.