Para entender la novedosa traza urbana de la colonia Condesa tenemos que remontarnos a 1881, en que se creó el Jockey Club, integrado por la aristocracia porfirista, con el objeto de establecer un hipódromo; las carreras de caballos eran un deporte considerado de prosapia.
Instalaron su sede en la lujosa Casa de los Azulejos, en la avenida Madero, coordinando desde ahí la construcción del Hipódromo de Peralvillo, que se tornó en sitio de encuentro de la “familia” porfirista.
Al paso del tiempo se pensó que el acceso era difícil, por lo que se acordó construir uno nuevo en terrenos de la hacienda de la Condesa, el cual se inauguró en 1910 con lujo y pompa.
Quince años funcionó de forma exitosa al término de los cuales, vencida la concesión y desgastado el negocio, los empresarios José de la Lama y Raúl Basurto, empezaron en ese predio la construcción de un fraccionamiento que habría de ser de los más modernos de la ciudad.
El arquitecto José Luis Cuevas, encargado del proyecto, decidió aprovechar la traza del antiguo hipódromo diseñando un original espacio que rompía con el tradicional de emparrillado, que había caracterizado todos los desarrollos urbanos capitalinos.
Otro atractivo fue la construcción de dos parques, uno de ellos con un teatro al aire libre. También consideró amplios camellones arbolados, dos agradables glorietas, fuentes y una plaza. Esto se completaba con un audaz mobiliario urbano que incluía bancas de concreto adornadas con azulejos y su farol integrado, todo rodeado de vegetación.
En sus inicios, el novedoso fraccionamiento, igual que ahora, dio cabida a las modas arquitectónicas de la época: art-decó, stream-line y zigzag, modernista, californiano y funcionalista, que dan una personalidad única a la Condesa, que ahora se enriquece con la arquitectura contemporánea.
La colonia creció y al empezar la década de los 40 la orden dominica vio la oportunidad de construir la Iglesia de Santa Rosa de Lima en una mezcla de estilos funcionalista y neocolonial, también denominado neobarroco, ya que copia formas y utiliza los materiales –tezontle y cantera– característicos de esa forma arquitectónica virreinal.
El templo que está en avenida Tamaulipas 177 se levanta sobre una planta de cruz latina, tiene una sola nave y un coro. El crucero se remata con una cúpula y un tambor octagonal. A la manera de los recintos barrocos ostenta retablos dorados y vitrales coloridos.
La patrona es Santa Rosa de Lima, quien nació en Lima, Perú, a fines del siglo XVI. Fue canonizada por el papa Clemente X en 1671 y se la considera la primera santa católica nacida en América.
Las obras de arte que decoran el templo conmemoran la vida de Santa Rosa, el Niño Jesús y Santo Domingo de Guzmán al recibir el rosario de la Virgen María. Dos capillas lo reciben a la entrada, una dedicada al Señor de las Maravillas y a Nuestra Señora de los Ángeles y la otra a Nuestra Señora del Rosario.
En la cercana calle de Alfonso Reyes 96 está el restaurante griego Agapi Mu (amor mío), que con sus toscas paredes blancas con toques azules lo trasladan a un rincón de alguna de las seductoras islas griegas con su comida típica. El chef y dueño, León Faure, quien vivió varios años en el idílico país ofrece su auténtica gastronomía.
Qué le parece de entrada compartir sus hojas de parra, las empanaditas de requesón con aceitunas negras, con poro o carne, y un pulpito en aceite de oliva. Yo no perdono la sopa fría de yogur con berenjena, pepino y pimiento, especialmente en los días de calor y la ensalada griega.
Las especialidades son fuera de serie: pescado relleno de pasas y piñones con puré de papa y ajo, o el filete de pescado envuelto en hojas de parra con salsa de huevo y limón. Los pimientos rellenos de piñón y queso feta y las costillas de carnero a la plancha.
Por supuesto hay musaka, el plato tradicional griego por excelencia: capas de carne picada de cordero, berenjena en rebanadas, y tomate, cubierto de una salsa bechamel y horneado.
Si le queda espacio, de postre pida un baclava, delicioso pastelillo de miel y frutos secos o la pera hidra, deliciosa combinación de almendras molidas y agua de rosas con la forma del fruto. Hay que terminar con un ouzo, la bebida tradicional griega muy parecida al anís, excelente digestivo.