En la plataforma digital Spotify esplende un oasis: The Classical Takeover: Roger Eno.
No es un álbum, no es un cidí, no es un vinilo. Obedece, en cambio, al nombre de “Lista pública” y en el argot de moda se denomina “set list”.
Cuatro horas con 20 minutos de música dividida en 45 “canciones”, término que a la usanza reúne por igual eso, una canción, que una sinfonía que una cantata que un poema sinfónico que una conga que un quéseyo.
Recomiendo con fervor esta set list por una razón fundamental: brinda paz a nuestro corazón.
Toda playlist es una miscelánea cuyo inventario obedece a motivos, temas, orientaciones, inspiraciones y quehaceres. Hay playlists para trapear e incluso para leer. Cosa, por cierto, que aún no domino: o leo o escucho música, porque ambas artes, el de la lectura y el de la escucha, me absorben por completo una a la vez. Una por una.
Las hay también para escuchar en el infierno, es decir, en el tráfico; en el limbo, es decir, doquier, y también para disfrutar en el paraíso, es decir, en nuestro espacio de protección, en nuestro rincón íntimo.
The Classical Takeover es una serie que puede firmar quien guste, porque cualquiera de nosotros puede armar una playlist y subirla a Spotify. Yo debo confesar que no he podido por mera falta de tiempo y exceso de trabajo, pues tal tarea requiere muchas horas, que no tengo. Circula por ahí una playlist que se llama “Disquero de Pablo Espinosa” y me apena no tener tiempo de alimentarla, pero me reconforta que los discos que reseño y recomiendo están precisamente en Spotify y así quien quiera puede acceder a ellos y hacer sus propias listas.
El Classical Takeover de Roger Eno tiene una idea central, un motor, una razón de ser, una inspiración: la belleza.
Las 45 piezas que engarza una a una son bellísimas y si me preguntan por la más bella, responderé que la segunda: la Sonata en Fa menor de Domenico Scarlatti, ejecutada por el pianista turco Fazil Say, viejo conocido del Disquero. Es sencillamente hermosa. Es la gracia hecha sonido, es una plantita que crece frente a nuestros ojos. Es un gesto lindo, un mohín. Es el rubor en tus mejillas.
Es la lágrima escondida, escandida. Es el rulo, el rizo, el cairel. La intensidad.
Esa sonata de Scarlatti vale por toda la lista, y eso que apenas vamos en la segunda pieza de 45. La primera, la obra que encabeza esta gran playlist, es asaz de hermosa también y se titula El lamento de Dido, y canta el dolor que la descuartiza cuando es abandonada por Eneas.
El amor no correspondido, el amor abandonado, el amor rechazado, viene y va aunque siempre enfundado en belleza. La pieza numerada cinco es el episodio 24, Der Leierman, del estremecedor ciclo de lieder de Franz Schubert: Winterreise, a partir de poemas de Wilhelm Müller, quien relata un hecho dolorosísimo: un hombre amaba a una muchacha pero ella lo dejó.
Los poemas de Wilhelm Müller cantilan las profundas reflexiones del abandonado mientras pasea, solo.
El consenso aplastante indica que la versión del barítono alemán Dietrich Fischer-Dieskau al ciclo Binterraise (Winterreise) es insuperable. Sin embargo, me uno a la moción de Roger Eno, quien pone sobre la mesa la versión estremecedora de Thomas Quasthoff porque nos brinda el cenit, la cumbre, la elevación. Pone en sonido un poder mágico: el poder de la intuición. Y eso es lo que estremece.
Además de la belleza, lo interesante de esta playlist es que se trata prácticamente de una autobiografía estilística de Roger Eno, quien nos pone a escuchar no solamente la música que le gusta, sino la que más le inspira, y para demostrarlo entrevera, mezcla, salpica y salpimenta fragmentos de su propia obra junto a las obras que ama.
Es así que la cuarta pieza, Bells (with voices), de su autoría, acompañado por la familia Eno: Cecily Eno, Lotti Eno en su ejecución, nos muestra a un autor capaz de crear belleza como han hecho Scarlatti, Schubert y todos los grandes maestros cuyas obras clamorosas nos convida.
Ah, no he subrayado que Roger Eno es hermano de Brian y que Brian Eno es el hermano famoso porque a él se le atribuye la invención de la música ambient. Whatever it means: la invención y la música ambient. Porque no se puede atribuir a una sola persona el minimalismo ni el romanticismo ni el barroco. Todos los movimientos musicales son productos comunitarios y responden a un contexto histórico y se hilvanan siempre en colmena en la línea del tiempo de la historia de la música. Lo que pasa es que el disco Música para Aeropuertos de Brian Eno es precisamente una de las grandes maravillas de la historia de la música: de esos discos que uno puede escuchar horas y horas y soñar, reír, sonreír, flotar.
Así como esta digresión surgió solita, así es la lógica de toda playlist: una pieza lleva a la siguiente (algo así como el algoritmo de Spotify, pero en humano), es entonces momento de decir que la mayoría de las piezas que podemos escuchar en la lista de Roger Eno, provienen de álbumes que ha reseñado el Disquero a lo largo de los años (as times goes by, como en Casablanca).
De manera que tenemos frente a nosotros otra manera de alargar el placer: escuchar un fragmento de los que propone Roger Eno y luego irnos al álbum al que pertenece ese pasaje y de ahí pasar a otro autor, a otro álbum, a otra historia.
Un poco como la estructura narrativa de Rayuela, de Julio Cortázar, que se puede leer en sus fragmentos, las famosas morellianas, que no son las que está usted pensando, sino los fragmentos “prescindibles” que engarzó el Enormísimo Cronopio para verter sus reflexiones sobre la poesía.
Por cierto, se cumplen 60 años de la publicación de la Rayuela de Cortázar, nuestro maestro de música, y eso amerita un Disquero, más adelante.
Por lo pronto, distingamos otra vertiente virtuosa vindicativa victoriosa de la playlist que hoy nos ocupa: Roger Eno nos pone sobre la mesa (en este caso tornamesa) versiones con voces de obras sublimes.
Es el caso de su propia obra, Bells, que ya mencionamos líneas atrás, y también tenemos, entreveradas, versiones con voz de obras maestras como
el fragmento de Los planetas, de Gustav Holst: Neptuno, el místico, donde un coro sin palabras nos deja así, mudos.
Hay pasajes que les recomiendo mucho escuchar en caso de que prefieran no transitar las casi cuatro horas y media de esta lista. Me refiero al corte numerado como 20: And So, de la compositora estadunidense Caroline Shaw, a quien ya hemos dedicado espacio en el Disquero porque su obra es un banquete de manjares.
La música de Caroline Shaw es un vertedero de asombros. Utiliza la voz humana como instrumento del gozo, el hallazgo, la poesía. En su obra And So, que nos convida Roger Eno, ella juega con el célebre verso de Gertrude Stein, extraído de su poema “Sacred Emily”: A rose is a rose is a rose.
Hay mucha magia en la sesión de escucha que nos propone Eno. El track 16 es un efluvio de alquimia: los Cuatro interludios marinos de la ópera Peter Grimes, del compositor británico Benjamin Britten.
Y ya que dije Britten, aprovecho para destacar que otra de las virtudes de The Classical Takeover: Roger Eno, es la presencia, como vertebración, de compositores que aparecen y reaparecen; es el caso de Britten, cuya bella serie llamada Friday Afternoons (momento, por cierto, en que esto se escribe) incluye el canto del cucú y así se llama el Opus 7 de Britten: Cuckoo!, entonada por un coro de niños.
La presencia relevante que vertebra, anima, hace flotar el alma mientras escuchamos esta playlist, es la de Franz Schubert. Además de su Winterreise, aparecen episodios de su Trío con piano número 2 y de su Quinteto de cuerdas opus 163.
Schubert, con Brahms, This Mortal Coil, Erik Satie, Luciano Pavarotti con su espectacular do de pecho de Nessun Dorma, Allegri con su Miserere, Guillaume de Machaut con su uso alucinante de la voz humana, Hanna Peel con una música mágica y hermosa como una aurora boreal…
He aquí, frente a nosotros, en nuestros oídos, el Nirvana. Vayamos a nuestro lugar seguro, a nuestro rincón íntimo y seamos felices. Escuchemos, vivamos esta noble música aquí propuesta.