El artista Alberto Beltrán fue uno de los hombres fundamentales de la gráfica y la pintura mexicana, junto a creadores como Leopoldo Méndez y Pablo O’Higgins, “pero su modestia lo hizo guardar una enorme distancia con los aplausos”, sostuvo la escritora Elena Poniatowska.
La tarde de este miércoles, en el Museo Nacional de Culturas, la también periodista compartió una semblanza cariñosa, íntima y plena de admiración por el caricaturista y pintor entregado a los pobres, en la serie de actividades Alberto Beltrán: a 100 años de su nacimiento.
Poniatowska destacó que Beltrán ilustró su libro de crónicas Todo empezó el domingo (1963), “tuvo un talento natural fuera de serie, que los tres grandes del arte de México, Orozco, Rivera y Siqueiros, habrían avalado”.
El ilustrador, añadió la colaboradora de este diario, “me hizo descubrir en 1957 un país entrañable: el de los tamaleros, de la plaza de Garibaldi, de la Torre Latino (que nunca se ha movido en terremoto alguno), el del Zócalo, el del Bosque de Chapultepec, el de las azoteas, el de box en la Arena México, el del hombre de los toques. Todos esos personajes populares son la parte esencial de nuestro país”.
Cuando el gobierno de México le otorgó el Premio Nacional de Artes en 1985, el grabador se opuso a la exigencia de recibirlo de traje y corbata. Asistió “con su chamarra y su morral colgado al hombro, donde metió la escultura del premio. Ese morral es uno de los símbolos de la tenacidad y la modestia de Alberto Beltrán” (CDMX, 1923-2002).
Entre los grabados más reconocidos del artista está el de la entrada de Benito Juárez a la Ciudad de México en 1867; sus retratos de Ricardo Flores Magón, Emiliano Zapata y Francisco Villa pueden compararse con los de José Guadalupe Posada, opinó Poniatowska.
Contó que Beltrán nunca exigió crédito por su trabajo, “pese a la eficacia de sus grabados, que todavía hoy se reproducen. Ayudó a conservar nuestros idiomas originales”.
La ganadora del Premio Cervantes 2013 contó que la mayor aspiración del artista fue no diferenciarse de las personas de la calle y que consideraba que “todos los niños de México eran sus hijos, sobre todo los papeleritos de la calle de Bucareli.
“Su gran solidaridad con los obreros y los campesinos están en sus dibujos. Leal a sí mismo y a su vocación, Alberto Beltrán recorrió hasta el pueblo más perdido de la República Mexicana y conoció mejor que nadie el arte popular que dibujó, fotografió, atesoró y catalogó con amoroso cuidado.”
En 1973, Beltrán obtuvo el Premio Nacional de Periodismo, seguido de más premios y distinciones. Desde 1978 fue integrante de la Academia de Artes e ingresó en el Seminario de Cultura Mexicana en 1980.
Elena Poniatowska recordó que cuando su amigo murió, el 19 de abril de 2002, fue velado en el periódico El Día, como él había pedido. “Ahí se celebró la destreza de un extraordinario dibujante y una persona severa entregada a los más pobres”.