Una constitución de alcances globales es sin duda una utopía, pero muy necesaria como instrumento de un nuevo orden jurídico y social. Así lo plantea y desarrolla Luigi Ferragioli, el respetado garantista italiano de los derechos fundamentales en su obra Por una Constitución de la Tierra: La humanidad en una encrucijada.
Su punto de partida para promover el proyecto de una carta magna supracionacional en el planeta es casi simple: de países a países hay un trasiego permanente de mercancías, empresas, armas, drogas y dinero, y un semejante desplazamiento masivo de personas; se mantiene, además, una depredación constante de la naturaleza en todas partes. A estos movimientos se suma la amenaza de una guerra nuclear. Todos ponen en grave peligro a la vida humana y a su sustento natural en el globo. Se trata de numerosos actos que no están sujetos a leyes y tribunales globales que permitan aquellos que abonan a la paz, la dignidad y la mejora espiritual y material de los seres humanos, así como a la defensa y preservación de la naturaleza, o bien que castiguen a los individuos y estados que los violenten.
Desde Kant ( Sobre la paz perpetua) hasta Kelsen ( Derecho y paz en las relaciones internacionales), numerosos pensadores han reflexionado acerca de la justicia entre unas naciones y otras, como sustrato indispensable de la paz internacional. Ninguno había llegado a proponer un orden jurídico de carácter positivo como lo hace Ferragioli.
Son dos las realidades globales que justifican los presupuestos de la obra ferragioliana: por un lado, la extenuación de la soberanía de los estados nacionales a manos de la globalización empresarial –lo que el propio Ferragioli llama capitalismo duro–: en su expresión globalista todo lo invade, impone y destruye; por el otro, la herrumbre de la ONU y sus instrumentos. Seguimos atestiguando genocidios, guerras de agresión, bloqueos arbitrarios (“embargos”), abuso de los seres humanos –incluida la esclavitud– y de los recursos naturales, hambrunas y muertes por enfermedades curables. Y también, catástrofes naturales y pandemias.
El más reciente esfuerzo por establecer un orden jurídico internacional fue el Estatuto de Roma que creó la Corte Penal Internacional. Varios países aún no firman ese instrumento (son poco más de 120 los firmantes), entre ellos, Estados Unidos, Rusia y China; por lo mismo, se mantienen al margen de su aplicación.
La historia trágica del siglo XX mostró a la justicia tuerta y promotora de la impunidad. Por ello no estuvieron en el banquillo de los acusados (Nüremberg) Harry Truman, el presidente de Estados Unidos que decidió el lanzamiento de la bomba atómica sobre Hiroshima y Nagasaki, y Alfred Krupp, el fabricante de armas para el gobierno nazi.
La constitución que propone Ferragioli está dirigida a formar un “Estado de pueblos ( civitas gentium)… que abarcaría finalmente a todos los pueblos de la Tierra”. Sus fines serían garantizar la vida presente y futura acabando con todo lo que destruye a la naturaleza: desde los gases de efecto invernadero y la contaminación generalizada hasta los ataques a la biodiversidad. Igualmente, mantener la paz y la seguridad internacional mediante la prohibición de todas las armas nucleares y convencionales, la supresión de los ejércitos nacionales (el ejemplo de Costa Rica), el desarme de estados y personas, y dejar el monopolio de la fuerza a las instituciones de seguridad pública. En ese sentido, promover relaciones amigables, solidarias y de cooperación entre los pueblos para la solución de los problemas comunes.
Esa constitución establecería un régimen federado en que se harían efectivos el derecho a la vida, la integridad física y síquica, las libertades, el libre desarrollo de la persona y, con cargo a sus finanzas por vía subsidiaria, la salud, la educación, la subsistencia y la seguridad; asimismo, el derecho de los trabajadores en las decisiones que incidan en su vida, incluidas las relacionadas con la empresa.
El supraestado tutelaría los bienes comunes: el agua, el aire, los grandes glaciares, los grandes bosques y selvas. Estos bienes estarían sustraídos al mercado y a toda apropiación privada. Las instituciones e instrumentos de la federación global tendrían un carácter democrático donde todos los estados nacionales participarían en condiciones de igualdad.
Hay un punto que omite el proyecto de Ferragioli, muy propio de juristas y políticos de Occidente: la tendencia monopólica de la gran propiedad privada y sus consecuencias, esto es, aumento de la riqueza, de la desigualdad, y con ella del monopoder. Si esto no lo contrarresta una constitución planetaria, falsas resultarían sus bases. Algunos de sus presupuestos, sin embargo, no tendrían que esperar a cumplirse globalmente para que los estados nacionales buscaran ponerlos en práctica.