Felipe Calderón Hinojosa retorció lo que le pareció necesario para acomodar el tema de la reforma del Instituto Nacional Electoral (que habrá de resolver en definitiva la Suprema Corte de Justicia de la Nación) con la guerra cristera (1926 a 1929). La evocación tramposa de la Cristiada fue hecha por el orondo Calderón al compartir pantalla con Mariano Rajoy y José María Aznar (¡felicidades, Chema, por el vigésimo aniversario de la mentira histórica que con el estadunidense Bush y el inglés Blair construyeron a fin de “justificar” la invasión a Irak!), para presentar un derechista frente internacional de “ex presidentes” y “líderes” de España y América Latina contra la “dictadura de las izquierdas”.
Así relató Calderón el “ataque feroz” contra el INE y las similitudes cristeras: “La ley propone que desaparezca toda esa estructura (la del INE) y exista una sola oficina con un solo funcionario. Nos recuerda a quienes descendimos (sic) de aquellos mexicanos que participaron en la guerra cristera, de los (años) 20, que no aparece en la historia oficial de México, cuando el gobierno mexicano decretó que sólo podría haber un sacerdote por cada provincia, estado, digamos una comunidad autónoma. Uno solo por cada región. Aquí se quiere un solo funcionario electoral para organizar las elecciones de 14 millones de votantes”.
El martirologio tuvo, obviamente, autodedicatoria: “Aquí declaro abiertamente mi condena a esa actitud autoritaria, persecutoria de López Obrador contra mí, contra quien fue su principal adversario en 2018, Ricardo Anaya, y muchos opositores a quienes nos han inventado causas penales para acallar nuestra voz”. Ah, ya encarrerado en el cinismo, denunció la “alianza de facto de AMLO con el crimen organizado”, aunque no precisó si tal arreglo lo habría hecho Genaro García Luna.
A menos de 48 horas del discurso presidencial que parecería colocarlo en desventaja rumbo a 2024, al decirse en la Plaza de la Constitución que Morena no cometerá el error de 1940 de optar por una candidatura sin el suficiente fuelle izquierdista o popular, el canciller Marcelo Ebrard presentó un libro autobiográfico para impulsar su aspiración de gobernar a México.
Se consideró más cerca que nunca de la posibilidad de llegar al máximo poder mexicano, se declaró perseguido durante el peñismo (en realidad, en el periodo de contubernio mancerista-peñista), subrayó su honestidad personal y su congruencia política y centró su oferta en la “clase media mayoritaria”, pues, dijo: “estamos a tiempo de cambiar para siempre” y pasar a ese estatus clasemediero. Tuvo como presentadores a Elena Poniatowska, Ricardo Raphael y Leticia Bonifaz.
Por cierto, resultaría complicado identificar a personajes políticos actuales, que estén en competencia por la candidatura presidencial de 2024 desde el partido en el poder, con quienes lo hicieron en 1940, cuando el derechista Manuel Ávila Camacho quedó como abanderado final y el izquierdista radical Francisco J. Múgica fue excluido. Sin embargo, advierte Anna Ribera Carbó, doctora en historia e investigadora del INAH, “los sectores moderados y conservadores siguen estando ahí, pues se manifiestan constantemente contra el régimen actual” (entrevista en video: https://bit.ly/401QTSp ).
Autora de, entre otros libros, Francisco J. Múgica, el presidente que no tuvimos, editado por el Fondo de Cultura Económica, Ribera Carbó señala lo que ocurría “hace 80 años y que se repite ahora: sectores de la derecha muy fuertes manifestándose contra la continuación de un proceso de transformación radical del país, de una transformación en un sentido social”. Por ello, agrega, es importante estudiar ese pasaje histórico de la sucesión presidencial de 1940 (que el presidente Andrés Manuel López Obrador abordó el sábado reciente en la Plaza de la Constitución), incluso con “la tentación” de leerlo en tiempo presente. ¡Hasta mañana!
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