–Juan Ramón, ¿has sentido coraje contra Santa Anna y ese coraje se agranda en Nueva York?
–Santa Anna fue un dictador, pero también un personaje tragicómico. Por muchas razones es detestable. Enrique González Pedrero lo estudió a fondo. ¡Le dedicó dos volúmenes! “¿No te aburre?”, le preguntaba, cuando los estaba escribiendo. Sus contradicciones eran tantas, me decía Enrique, que resultan hasta entretenidas. Pero claro, hay un fondo perverso en todo ello. Carlos Fuentes le escribió un libreto para ópera y García Márquez lo mencionó en su discurso del Nobel, ¿te acuerdas?, por aquello de haber presidido las pompas fúnebres durante el entierro de su pierna, que había perdido en la Guerra de los Pasteles.
–¿Participas en algunas actividades culturales de la población mexicana en Nueva York?
–Sí, en todas las que puedo, cuando tengo tiempo. En Brooklyn hay obras mucho más audaces que en Broadway, de mayor calidad. El consulado mexicano tiene un instituto cultural y he participado en algunas actividades a las que he sido invitado. Lo mismo en el Instituto Cervantes de España. También acudo con estudiantes que me invitan de las universidades de Columbia y Nueva York. Próximamente iré a Princeton. Siempre que puedo, participo en las actividades culturales más populares de la comunidad mexicana. El altar de muertos del año pasado, en el Centro Rockefeller, fue espectacular. No siempre tengo tiempo, porque la Organización de Naciones Unidas (ONU), sobre todo el Consejo de Seguridad, son muy demandantes, sin exagerar, había que estar en guardia 24 por 7 y luego, con la guerra... ya te imaginas.
–Nueva York es una de las cúspides de la vida intelectual y cultural del mundo. ¿Qué significa para ti vivir en esa ciudad extraordinaria? ¿Se aprende mucho allá?
–Aprendes de todo. La ciudad te enseña, la ONU te enseña, la distancia con tu país, nuevamente en mi caso 40 años después, te sigue enseñando. Con apoyo del ex gobernador Murat de Oaxaca hicimos una Guelaguetza en la explanada de la ONU, que fue un gran éxito, y trajimos unos alebrijes gigantes que luego se fueron también al Centro Rockefeller. La exposición de los muralistas mexicanos en el Museo Whitney, que ayudó a curar Hilda Trujillo, un poco antes de la pandemia fue espectacular, y cuando llegan Remedios Varo o Leonora Carrington al Metropolitan, cuando se expone arte surrealista, realmente las gozo al constatar cómo las disfruta la gente, cómo van descubriendo a nuestros artistas plásticos, que son, sin duda, nuestros mejores embajadores.
“Los museos, el teatro, la ópera, los conciertos y casi todos los espacios públicos de Nueva York son siempre una oportunidad de aprender. Pero no te creas que hay mucho tiempo libre. La ONU también es una gran carpa con cuatro o cinco pistas simultáneas todos los días y en cada una se mueve un tema sensible. Con frecuencia terminas exhausto.”
–Además de Tamayo y del pintor y caricaturista Miguel Covarrubias, muchos escogieron Nueva York como punto de arranque. ¿Ves ahora a muchos mexicanos iniciando su carrera en Nueva York?
–Sí, muchos escogieron Nueva York. Se cuenta que Diego Rivera atrajo más gente que Matisse en el Museo de Arte Moderno, y luego su famoso mural en Radio City, que le destruyeron porque tenía el retrato de Lenin o por el del mismísimo Rockefeller, brindando copa en mano, en plena prohibición. Los tres grandes pasaron por Nueva York. Siqueiros estuvo incluso en el taller de Pollock. Algo debe haber influido en su audacia, en su capacidad innovadora. Actualmente, Bosco Sodi está ya muy consolidado. Enrique Cabrera tiene algunas esculturas de toros y caballos que han sido muy exitosas. A otras las conozco menos, pero se habla de ellas: Frieda Toranzo, Arantxa Rodríguez. Creo que Nueva York sigue siendo una gran ciudad para la cultura, para la ciencia, para la diplomacia, y un gran espacio para la creatividad y para la libertad, de tolerancia y de convivencia.
–La muerte de Carlos Fuentes nos afectó a todos; te oí hablar con entusiasmo de la inteligencia del gran novelista mexicano. ¿Has encontrado a otros con quienes puedes hablar de esa misma manera?
–No, Fuentes no tiene remplazo. Seguramente hay otras y otros de gran tamaño, pero no conozco a quien haya llenado el hueco que dejó. Con Carlos me unía un diálogo permanente, siempre productivo, desafiante, afectuoso. La frontera más importante del ser humano, decía Carlos, es la que llevamos dentro, es la frontera entre el cuerpo y el alma. Nos enteramos de su muerte en casa de Celia Chávez, ¿te acuerdas? Fue una tarde muy triste que concluyó en su casa de San Jerónimo, acompañando a Silvia, rodeada de amigos. Carlos nos explicó, a través de su prosa, mucho de lo que somos, de lo que quisiéramos y de lo que no queremos ser. Su conversación era inagotable, llena de anécdotas, de evocaciones emotivas, pero también de preocupaciones sociales e intelectuales. Fue miembro de la llamada Generación de Medio Siglo en la Facultad de Derecho de la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM). La UNAM nos convocaba, nos enlazaba. Y su gran pasión fue nuestra ciudad, la Ciudad de México. Qué manera de vivirla y de contarla. Pienso que fue para él, lo que París fue para Balzac. Todos sus personajes, sean personas comunes, héroes o villanos, resucitan siempre en la misma tierra que los vio nacer, la Terra Nostra de México. Pero hay algo más en Fuentes que siempre me impresionó: su libertad, su obsesión por ser libre en el tiempo. Su memoria me conmociona. Con él se fue un tiempo, un tiempo mexicano.
–¿Los migrantes te buscan o no tienes relación con ellos, porque ese no es tu papel?
–Si te refieres a los migrantes mexicanos en Nueva York te diría que conozco a muchos; procuro ayudar siempre que puedo pero, en sentido estricto, el tema es consular, no me toca ni tengo las herramientas para resolver sus problemas. Ahora, la migración como fenómeno global, con todas sus implicaciones, sus causas, sus consecuencias, etcétera, sí es un tema, y muy álgido, dentro de la agenda de la ONU, pero eso nos da motivo para volver a hablar pronto.