La búsqueda de fondo del debate de la igualdad entre hombres y mujeres encuentra un espacio de reflexión inevitable al conmemorar el 8 de marzo de cada año, y precisamente creo que es en el ámbito de la educación donde se ubica la verdadera oportunidad para reflexionar acerca de la desigualdad y las violencias que impactan a niñas, jóvenes y mujeres y donde, respetando todas las voces, debemos profundizar de cara a este gran problema.
El sistema educativo, como institución del Estado, es un espacio de producción y reproducción de ciertas prácticas y saberes entendidos, los cuales son establecidos y naturalizados en el espacio social y público y que los espacios educativos reproducen. Ejemplo de esto es la violencia hacia las mujeres y disidencias sexuales y de género, reforzando un reflejo de lo social en la escuela, de cómo se relacionan los cuerpos en función de su sexo-género.
Es así como es necesario un proceso de diálogo, consenso y gobernanza participativa que fomente el sentido de apropiación, así como la comprensión de que la igualdad de género aporta beneficios para todos.
Es necesario que las familias se involucren en las relaciones de enseñanza y aprendizaje, no como árbitros, jueces o clientes, sino como miembros de la sociedad civil que confían y se comprometen con una educación que transforme el futuro de sus hijos e hijas. Una educación que ofrezca igualdad de oportunidades o que sea inclusiva, y no sexista: al contrario, una educación libre de sexismo es el camino hacia una real transformación y una oportunidad para intervenir y detener la violencia de los espacios escolares, arraigada en la diferencia sexual y de género. De esta manera, se pone de manifiesto la desigualdad al habitar el espacio social y público en general, y en particular, el espacio educativo en las aulas.
Ser parte de la convicción de que una educación libre de violencias es posible y de que una educación feminista no sólo es una herramienta que permite vidas libres de violencia en las salas de clase, sino que además restructura, desde los cimientos, la sociedad en su totalidad. Para transformar la escuela no bastan hitos aislados o simbólicos. Hay maneras específicas que se han propuesto hace varias décadas desde las luchas feministas: un currículum no sexista que visibilice el papel de las mujeres en las distintas áreas, la formación de docentes y de la comunidad educativa en temáticas de violencia sexual y de género, la elaboración de protocolos de género en todas las instituciones educativas y, por supuesto, una ley de educación sexual integral, la cual podría integrar todas estas demandas.
Más allá de estar solo en el debate de abrir cuotas de género, la mejor receta es combinar ingredientes que permitan generar un espacio que haga sentir a las mujeres valoradas, acompañadas, poniendo el mérito, la experiencia, los conocimientos, habilidades, competencias y la energía de nuestras mujeres, por sobre los estereotipos. Estos son algunos elementos que podemos colocar en práctica en las organizaciones: reforzar el autoconocimiento; impulsar a que visibilicen sus puntos fuertes por sobre sus aparentes debilidades; generar crecimiento por mérito del esfuerzo propio y de sus habilidades; promover referentes, de éxito, en la misma organización, entre muchas otras.
A esto agreguemos un refuerzo en el cambio de lenguaje, desmitificando que diversidad de género es moda o marketing, pues está comprobado que mujeres en la alta dirección ayudan a las empresas en sus relaciones con los stakeholders y ello se ve reflejado en los resultados financieros. Finalmente, fortalezcamos con propuestas de contenido concretas, las habilidades femeninas, pues son claves en procesos de transformación como es la transición energética sustentable y sostenible que es tan necesaria para el mundo hoy.
Nuestro entorno es determinante para el desarrollo individual y crucial para nuestro comportamiento a futuro; es por ello que decididamente el esfuerzo en materia de igualdad debe concentrarse en las nuevas generaciones, donde debemos establecer las condiciones para que nuestros hijos y nietos no sean los que a corto plazo den una nueva cara al tratamiento de los derechos humanos en nuestro país; de no ser así, seguiremos tratando de corregir un fenómeno social con medidas coyunturales que sigan parcialmente atendiendo el tema de fondo.
Abordemos un escenario donde el respeto y la convivencia racional sean las que predominen en una sociedad que las necesita tanto. Es por ello que pensar en una sociedad donde la construcción de una paz social es posible; es imperativo realizar esos cambios de pensamientos y de actuar y que las condiciones de discriminación empiecen a ser cosa del pasado y que alejemos ese maltrato en todas sus manifestaciones, que son la base de un desarrollo integral de la sociedad.