Hoy, una de nuestras mayores debilidades políticas radica, sin duda, en los campos de la comunicación, la información y la cultura. Eso es más claro releyendo el Informe MacBride, aunque algunos lo subestiman y lo tratan como una reliquia de buenas voluntades e impotencias a granel. Aunque otros lo piensan como referencia añeja sepultada bajo palabrerío diplomático que, incluso con los prestigios de los autores involucrados, no consolida una lucha global para la democracia en comunicación ni para la comunicación en democracia. No obstante, algunos creemos que se trata de un documento de referencia oficial, e internacionalista, que es, y seguirá siendo, una carta obligada y guía práctica en la interpelación social a las tareas incumplidas y a las que debería hacerse hoy.
Se ha recrudecido la disputa por el sentido. Todos los factores de concentración monopólica, en información y comunicación, que tanto preocuparon a la comisión internacional que elaboró el Informe MacBride (1980) han empeorado. En lugar de “un solo mundo, voces múltiples” ha crecido un solo mundo de pocos dueños con máscaras múltiples. La velocidad monopólica –y sus complejidades– es una casa de espejos, y espejismos, que concentra todo y se camufla como muchedumbre de unos cuantos. La ilusión de la elección con las voces múltiples silenciadas.
Pesa sobre nuestro presente la subordinación de los avances tecnológicos (con sus think tanks) dedicados a la subordinación de conciencias, y operan como máquinas de guerra ideológica, en tiempo real, para solidificar la dictadura de la industria bélica en todas sus expresiones, es decir, en todos sus disfraces. Los medios y los modos de la información y la comunicación sometidos a un modo de producción de sentido en el que no tiene cabida el sentido de lo social ni el sentido de la libertad y la democracia participativa. Todo peor. No abundaremos aquí en la diversidad de fuentes que lo prueban. ¿Qué hacer entonces? El Informe MacBride propone una lista de iniciativas que escudriñan alternativas y soluciones de actualidad pasmosa, que al no ser vinculantes terminan siendo mayormente ignoradas. (https://rb.gy/xu1dps).
Ahí abundan, con plena vigencia, las claves de la acción, véase: I. Fortalecimiento de la independencia y la autoconfianza. II. Consecuencias sociales y tareas nuevas. III. La integridad profesional y las normas. IV. La democratización de la comunicación. V. Promoción de la cooperación internacional y problemas que requieren nuevo estudio. Todo ello aparece en el apartado “La comunicación futura”; en las páginas de conclusiones y recomendaciones del informe. Son acciones, anticipadas a los tiempos, que en nuestros días pesan sobre los estados como una losa de interrogaciones que buscan respuestas mientras se complejiza uno de los problemas sociales más serios de hoy.
Ahora somos un archipiélago inmenso de voluntades comunicacionales emancipadoras, pero un archipiélago inconexo. Es tarea de hoy enlazar voluntades y acciones como prioridad organizativa inexcusable en la prensa, la radio, la televisión, las redes digitales y en todos los organismos de la sociedad civil, de los movimientos sociales y las fuerzas políticas más diversas que deben ejercer su derecho a la comunicación y la información sin más demoras. Eso es agenda para el presente inmediato.
Sean MacBride adelantó palabras que parecen escritas esta mañana: “El uso pleno de la comunicación en todas sus variadas formas es vital para asegurar que la humanidad tenga más que una historia: para asegurar que nuestros hijos tengan un futuro”. Hoy estamos en el epicentro de una “guerra mediática” híbrida; están desplegadas todas las armas ideológicas, financieras y militares del capitalismo. Recibimos y obedecemos lenguajes colonizantes para que compremos compulsivamente individualismo y desorganización. Avanza una multiplicidad de frentes hacia un neonazifascismo que se coagulan condensando rentablemente odios y miedos. Reina el lawfare (guerra judicial); los linchamientos mediáticos; las fake news y el espionaje, mientras algunos gobiernos siguen transfiriendo enormes sumas de dinero a los monopolios. El arsenal monopólico de las empresas de “comunicación” se organiza y se despliega como “entretenimiento”, como iglesias mediáticas, como noticiarios y como programas de concursos. Se despliega todo género de manipulaciones simbólicas. Y empeora en periodos electorales. Ésta desarrolló la guerra cognitiva de la OTAN (https://rb.gy/nomcxi).
Afortunadamente el archipiélago inmenso de voluntades comunicacionales emancipadoras, aunque aún inconexas, avanza en la clarificación de los enemigos y de las tareas. Avanza hacia una comunidad de sentido emancipador para una salida humanista superadora y de nuevo género. El presente nos demanda una nueva comisión internacional para el estudio y la intervención social en los problemas de la comunicación, la información y la cultura. Actualizar el Informe MacBride, organizada y ordenadamente, contra la concentración monopólica de medios. Hoy es más urgente en “un solo mundo con voces múltiples”, un nuevo orden mundial de los medios, los modos y las relaciones de producción de sentido. Y si bien la reivindicación del Informe MacBride es materia de debate, también es cierto que su carácter de antecedente debe ser útil hacia la constitución de una nueva comisión internacional más inclusiva, diversa y transformadora… esta vez vinculante, emancipada y emancipadora. Hoy debería ser posible. Para que conquisten los pueblos las palancas comunicacionales suficientes y muevan montañas de conciencia emancipadora. Porque es urgente.
* Director del Instituto de Cultura y Comunicación y Centro Sean MacBride. Universidad Nacional de Lanús
** Segunda de cinco entregas del proyecto conjunto entre La Jornada y el Instituto de Cultura y Comunicación y Centro Sean MacBride de la Universidad Nacional de Lanús, Argentina.