Una situación preocupante se desarrolla en el sistema educativo nacional: la retórica grandilocuente de cambio educativo en la 4T ha servido de pretexto ideal para la exposición pública de un neomacartismo que parece dispuesto a combatir cualquier recuperación del pensamiento de Karl Marx, la tradición marxista y el pensamiento crítico en el sector. Una reacción que, de lograr interpelar a sectores amplios en la sociedad, podría conducir hacia el debilitamiento de la educación pública derivado de la censura no oficial de una tradición heterogénea de pensamiento necesaria para comprender integralmente la sociedad en la que vivimos.
El frágil consenso logrado con la promulgación de la reforma educativa de 2019 entre el lopezobradorismo y la oposición partidista en materia educativa se ha roto. Esto resulta evidente al tiempo en que grupos académicos liberales y voces de esa misma oposición han advertido una supuesta “deriva autoritaria” en educación por parte de la 4T. Lo anterior responde al menos, a tres factores: 1. La ausencia de Esteban Moctezuma en la SEP, quien funcionaba como enclave de “equilibrio” entre los distintos grupos de interés (privados, partidistas y de sociedad civil), 2. La publicación del denominado Nuevo Marco Curricular, el documento de política más “disruptivo” en materia educativa del actual sexenio. Dicho texto resultó polémico no únicamente por los conceptos “críticos” desarrollados en él, sino también por su condena abierta al neoliberalismo y un conjunto de estructuras de dominación que condicionan el trabajo cotidiano en las aulas. Además, establecía una lectura compleja del problema educativo en México que iba más allá de la preocupación en términos de resultados individuales en pruebas de logro de aprendizaje,3. La publicación del documento Un libro sin recetas para la maestra y el maestro, cuya jerga revolucionaria –primordialmente marxista– generó gran incomodidad en los mismos sectores de oposición y, finalmente, 4. La participación de funcionarios “izquierdistas” en la SEP y los cambios anunciados en torno a la producción de libros de texto gratuitos, con una recentralización en la autoridad federal. Ante ello, principalmente actores y organizaciones sociales vinculadas en distinto grado al mercado educativo y la industria editorial se han mostrado inconformes.
Tanto la publicación de la propuesta curricular y otros documentos oficiales, como el replanteamiento en la política de los libros de texto gratuitos, han sido acompañadas por una narrativa de cambio radical en la educación por parte de funcionarios claves del gobierno federal. Este despliegue mediático excede en el plano narrativo los límites establecidos previamente por la misma 4T en términos de normatividad, financiamiento y prácticas burocráticas en el sector. Hasta el momento, la retórica oficial de transformación y ruptura parece responder más a una suerte de especulación maximalista que busca compensar las limitaciones concretas de transformación educativa con una sobrecarga de conceptos, ideas y expectativas “radicales”. Es necesario mencionar que la disposición por parte de la SEP de un marco conceptual más amplio ha representado una oportunidad para que no pocas iniciativas educativas docentes puedan desarrollarse con un menor constreñimiento respecto a su condición política. Sin embargo, en términos de legitimación gubernamental, esta apuesta discursiva ha resultado útil porque para un sector importante del magisterio, “las cosas están cambiando“ y ya no hay mucho por lo cual luchar.
No obstante lo anterior, la retórica ha resultado suficiente para que académicos liberales y voces de la oposición partidista hagan eco de la guerra fría por medio de columnas de opinión, caricaturas periodísticas y entrevistas, aludiendo a una “amenaza totalitaria” que consiste en la imposición de un “pensamiento anacrónico” (marxista) a docentes y estudiantes. Si bien dichas intervenciones han dado un tratamiento poco cuidadoso al problema a nivel conceptual e histórico, han logrado ser escuchadas por parte de amplios sectores sociales debido a que se han llevado a cabo en medios de circulación nacional. Quienes han desempolvado sus ropajes anticomunistas, han apostado por seguir un guion informalmente establecido en la historia cuando se busca desprestigiar y golpear al pensamiento crítico: construir la percepción de una amenaza radical que representa un peligro inminente para la sociedad –o la educación– tal como la conocemos y lograr un consenso social orientado a su rechazo, aunque las circunstancias concretas apunten hacia el sentido opuesto. ¿O acaso no estamos en tiempos en los cuales el ethos capitalista y su lógica se ha integrado hasta la médula en los contenidos, prácticas y fines de la educación? ¿Cuál política educativa “marxista” persiste en tiempos donde grandes empresarios se asocian al gobierno federal para acreditar en habilidades y actitudes a futuros docentes? ¿A qué revolución se teme cuando la narrativa de ser un “agente de transformación” emprendedor se extiende cada vez más en el magisterio? ¿En verdad observan una apuesta de “extrema izquierda” en un proyecto educativo global cuyo principal intelectual ha sido Esteban Moctezuma, un seguidor de las ideas educativas de Bill Gates? Al parecer, quienes realmente sufren de anacronismo son quienes ven comunismo en todas partes.
La reacción virulenta contra la tradición marxista en educación afirma defender las libertades y un sistema educativo plural. Sin embargo, la evidente tentación de censura mostrada puede derivar en el empobrecimiento del debate público, la profundización del estigma sobre propuestas educativas alternativas, críticas del capitalismo y por ende el debilitamiento de la democracia y la diversidad en educación.