Antonia Brico a la batuta es un huracán, tierno torbellino. Al mismo tiempo delicada y firme, rotunda. Verla dirigir es una lección de vida. Debida. Su presencia sobre el podio es tan sólida y decidida que deja atrás cualquier atisbo errátil. No deja lugar a dudas: Antonia Brico (1902-1989) es una de las mejores batutas en toda la historia de la música.
Las pruebas están a la mano, en grabaciones que se pueden ver en YouTube y en un documental maravilloso: Antonia: A Portrait of the Woman, que filmó en 1975 su alumna y amiga Judith Collins. Gracias a ese filme, la infame historia universal ha comenzado a voltear a ver a un portento de persona, una artista grandiosa, un bien de la humanidad.
La Academy of Motion Picture Arts & Sciences Film Archive y The Film Foundation realizaron una notable restauración de esa película, gracias a los fondos aportados por la George Lucas Family Foundation.
Ese documento fílmico es la evidencia más eficaz de la valía, importancia e insurgencia de una mujer que hizo historia, de manera semejante al acto de plantar una semilla para que el árbol crezca imponente e imparable, poco a poco.
Un efecto del resurgimiento, florecimiento de la imagen y ejemplo de Antonia Brico es el filme Tár, que nos ocupó la semana pasada y que vuelvo a recomendar con fervor. Sigue en cartelera. En esa película, sólo se menciona a Antonia Brico al inicio y nada más, pero su presencia permanece las más de dos horas que dura la acción dramática, a manera de homenaje.
De manera simbólica, Lydia Tár, personaje central, interpretado magistralmente por Cate Blanchett, es la primera mujer en dirigir a las dos orquestas más importantes del orbe: las filarmónicas de Berlín y de Nueva York, como titular de ambas, a diferencia de Antonia Brico, quien vivió el desdén del mundillo de la música de concierto, club de Tobi.
Acto vindicativo, la película Tár.
Ahora los invito a disfrutar los videos en YouTube donde se documenta la manera de dirigir de Antonia Brico: se planta sobre el podio con una seguridad plenipotenciaria, hojea presurosa la partitura en busca del pasaje a pulir con la orquesta que tiene enfrente, da indicaciones, cumple el ritual/ceremonia en que consiste todo ensayo de orquesta:
Ocho antes de B, indica. Lo que quiere decir: ocho compases antes de la sección B, que es la manera como los directores de orquesta ubican al total de los músicos en el pasaje a estudiar.
Su manera de entablar comunicación con los músicos es dulce, pero firme; enérgica, pero cariñosa; su autoridad es absoluta.
Esos valores son dignos de ser destacados por razones que no son obvias: hay que recordar que cuando Antonia Brico dirigió orquestas en el mundo, era la época de los directores de orquesta tiránicos, dictadores, duros, maltratadores, que humillaban, incluso insultaban a los miembros de la orquesta. La autoridad de Antonia, en cambio, era la mayor: autoridad moral, autoridad de conocimiento de causa.
Hablaba el mismo idioma de los integrantes de la orquesta: el idioma del amor a la música.
Es una delicia verla trazar la anacrusa, concentrar la mirada en el centro de la orquesta y escuchar cada uno de sus movimientos sonar: levanta ambas cejas, sonríe, danza sobre el podio y suena Schubert, la Novena Sinfonía, la Grande, música sonriente que avanza cuatro, cinco compases, y Antonia hace sonar la batuta contra el atril, en señal de detener la locomotora y corregir el rumbo:
“Clarinetes y fagotes, disminuyan el tono y acorten las frases", y las canta y pide: “Do it nice and warm”.
Es por eso, por el ejemplo de Antonia Brico, que Cate Blanchett / Lydia Tár dice al inicio del filme: “El arte de la interpretación es el arte del hallazgo y los mayores descubrimientos en música suceden en los ensayos, nunca en los conciertos”, y por eso Tár es un homenaje monumental a Antonia Brico y los pasajes de la película durante los ensayos son medulares.
Antonia Brico fue reconocida por sus pares: Wilhelm Furtwängler, director titular de la Filarmónica de Berlín la invitó a dirigir esa orquesta y al finalizar el concierto hizo declaraciones a la prensa: “Ella es magistral”.
Bruno Walter, el director de orquesta a quien debemos el conocimiento, décadas después, de las sinfonías de su amigo Gustav Mahler, invitó a Antonia a dirigir la Filarmónica de Nueva York y la recomendó con Jan Sibelius, con quien Antonia mantuvo fructífero amorío.
Antonia Rico es una de las máximas autoridades en las sinfonías de Sibelius. Las versiones con sus anotaciones manuscritas en las partituras son un referente, pero solamente para iniciados, porque a la hora de enlistar a los directores expertos en Sibelius, los musicólogos la ignoran olímpicamente a pesar de ser la más importante de todos.
El 10 de enero de 1930 es una fecha histórica: fue cuando Antonia Brico dirigió a la Filarmónica de Berlín. En la mañana, durante el ensayo final, prácticamente grita las notas de la Sinfonía Nueve de Dvorak y luego las del Concierto para Piano de Schumann. Los críticos berlineses no tuvieron opción: aclamaron decididamente a la gran directora de orquesta.
Pero Antonia vivía el desconsuelo de ser ignorada, ninguneada, rechazada. Pedía a gritos que le permitieran dirigir más de los cinco conciertos que le concedían cada año; argumentaba, demostraba con hechos que tenía todas las capacidades técnicas y la autoridad de causa para ser nombrada directora titular de alguna de esas orquestas importantes que dirigió solamente como invitada.
Su persistencia era de acero. Convenció a Eleanor Roosevelt de fundar una orquesta sinfónica con más de 100 mujeres y así dirigió la New York Women Symphony Orchestra, pero ella quería dirigir como titular a la Sinfónica de Denver, y al ser nuevamente rechazada regresó a Europa; dirigió a las principales orquestas en Reino Unido y en Finlandia trabajó con Sibelius y, persistente, invencible, regresó a Denver para dirigir a la Denver Bussines’s Men, que trocó a la The Brico Symphony, “a non-profit, semi-professional comunity orchestra”.
Detalle importante: la maestra Antonia Brico era anunciada como Dr., o Doctor, de la misma manera que en el filme Tár todos, sin excepción, llaman “Maestro” en vez de Maestra a Cate Blanchett / Lydia Tár.
El sistema patriarcal imperante en el mundo de la dirección de orquesta no termina por aceptar el poderío de las mujeres sobre el podio. Las mujeres que blanden batutas en la actualidad han recorrido caminos sinuosos, tortuosos y muy pocas han llegado, entre ellas la estadunidense Marin Aslop, quien fue recientemente la primera mujer titular de la Sinfónica de Baltimore, y la lituana Mirga Grazinytè-Tyla, quien es desde 2016 la primera mujer titular de la Sinfónica de Birmingham, donde sucedió a Sir Simon Rattle.
El poderío sobre el podio de Marin Aslop es impresionante, como lo es también Mirga Grazinytè-Tyla, a quien recordamos esgrimiendo la batuta con evidente embarazo de ocho meses, en estado de gracia, y en un concierto donde logró dominio tal sobre la orquesta, que hubo un momento en que ella bajó poco a poco los brazos, puso la batuta sobre el atril, colocó sus manos en sus caderas y cerró los ojos, mientras la orquesta seguía sonando, en uno de los episodios más sublimes que nos haya tocado presenciar.
Esos casos, en los que los directores consagrados bajan los brazos y dejan a la orquesta tocando sola, es una demostración de dominio técnico que pueden hacer unos pocos en el mundo. Hemos visto a Zubin Mehta en Bellas Artes bajar del podio frente a la Filarmónica de Israel y recargarse en la puerta lateral, sobre el proscenio, cruzado de piernas y de brazos y sonriendo, mientras la orquesta toca sola. O bien a Zeiji Ozawa de pronto sentado, como niño, sobre el podio, mientras la Sinfónica de Boston toca sola.
Pero lo que hizo Mirga Grazinytè-Tyla es insuperable. La más espectacular demostración del poder es dirigir en silencio el silencio.
Las mujeres que hoy dirigen orquestas en el mundo deben a Antonia Brico el ejemplo, el camino despejado, la lucha tenaz y denodada por lograr su lugar en el mundo: al frente de una orquesta, poniendo orden en el orbe, inundando de belleza las salas de concierto.
Antonia Brico vivió intensamente, luchó sin denuedo, tuvo grandes amores (Jan Sibelius, Albert Schweitzer, entre ellos), nunca se rindió. Su final es también epopéyico: una caída, fractura de pelvis, muerte en solitario en un asilo de asistencia para ancianos en Denver.
Pero hoy y cada día, Antonia Brico está más viva que nunca. En plataformas digitales están sus grabaciones con oberturas de Mozart y otras joyas. En la mente de muchos, porque no hay registros fonográficos, suenan sus portentosas versiones a lo más difícil, profundo y potente del mundo: las sinfonías de Anton Bruckner.
Brilla tu luz eterna, amada Antonia Brico.