No hay duda sobre cuáles son los acontecimientos de estos últimos días que merecen ser comentados en esta entrega: de entrada, el rotundo fallo en contra del ex vicepresidente mexicano don Genaro García Luna, tan perentoriamente acordado (casi en automático) y por unanimidad, como legalmente debe de ser, por un jurado integrado en forma aleatoria y cumpliendo con el requisito de la imprescindible diversidad: género, edad, etnia, ocupación, posición económica. Reconociendo que el proceso de integración del jurado no provocó objeción alguna, no faltan ciertamente suspicacias sobre el desarrollo del juicio. Dos hechos llaman singularmente la atención.
El primero de ellos es lo que pudiera calificarse como el tono totalmente “ light” con el que los fiscales presentaron el caso de principio a fin. Decir que fueron sobrios, austeros en sus acusaciones, planteamientos y sobre todo recursos probatorios, apenas nos describe una actuación que a muchos nos resultaba demasiado endeble, muy poco expresiva y aún carente de una expresión dramática y efectista que el asunto reclamaba.
Ahora, a toro pasado, me comienza a parecer entendible, razonable y muy conocedora de la mentalidad, el talante de ese variopinto grupo de personas, de sus conciudadanos a los que tratan a diario en su desempeño profesional, en los servicios religiosos, el transporte o los estadios. El nivel escolar no era precisamente alto ni su posición económica notoriamente solvente. Era muy probable que no conocieran a ningún mexicano o que su experiencia con alguno no hubiera sido positiva. O, por supuesto, todo lo contrario. Y lo más probable es que jamás hubieran cruzado la frontera sur de su país ni conocieran del nuestro algo más que los tacos y el tequila. Entonces, lo que les pudieran contar sobre ese hombre, siempre tan serio, discreto, acompañado de su familia apenada, pero solidaria, podría provocarles lástima y aun admiración. Las cifras estratosféricas de dinero, propiedades y riquezas de todo tipo podrían impresionarles, pero también provocarles admiración y envidia. Además, para amasar esa inmensa fortuna debía ser un hombre muy inteligente, dedicado y valeroso. Y, ultimadamente, el dinero no se los habían quitado a ellos, y a los cientos de muertos ni los conocían. No dudo que si los fiscales hicieron en alguna de las audiencias el relato de ese bestial y estúpido thriller denominado Rápido y furioso, alguno de los jurados haya empezado a fantasear con que de su voto dependía la suerte del mexican Bruce Willis. Pues ésta es una razón de peso por la que pienso los fiscales hicieron, durante todo el juicio, un sobrio relato y enfocaron todos sus esfuerzos por mostrar al jurado los terribles daños que la vida delictiva del acusado había causado a su país y a su propia gente.
Si al jurado se le hubiera presentado el más realista documento fílmico con las imágenes crudas, sangrientas y de innegable autenticidad, como son las de la violencia extrema que los caponarcos ejercen sobre pueblos y rancherías de los estados de Guerrero, Zacatecas, Guanajuato (que se van quedando abandonadas porque las bandas de los criminales los obligan a cambiar sus cultivos tradicionales por otros más productivos, promueven su adicción a la droga y, lo verdaderamente infame, la cooptación permanente que el crimen organizado lleva a cabo todos los días sobre los adolescentes y jóvenes, con un presente huérfano de todo estímulo de vida, y con un futuro que, con suerte, les retrasa por breve tiempo su temprano y trágico final), no dudo que tales escenas, relatos, hubieran estrujado los sentimientos no sólo de los miembros del jurado, sino de todas las audiencias televisivas. Pero, ¿cuántas personas arriesgarían su seguridad y las de sus familias por inmiscuirse en asuntos que directamente no les afectaban? Bastaba sugerir que la posibilidad de una intromisión innecesaria podría traer consecuencias para las que más valía abstenerse. Entendible abstención. No es honestamente, ¿cierto?
Como siempre no sé cómo terminar… tampoco iniciar. Ustedes disculpen.