Ciudad de México. Tres musas aparecieron en el Complejo Cultural Los Pinos. Sus nombres: Gretel Cazón, Gardenia María Laborde y Marlene Martínez. Vinieron de Cuba con la intención de inspirar con su música. Sus herramientas: una voz, un piano y unas percusiones. Con ellas crearon armonías y melodías de un género que une a dos pueblos: el bolero.
Las deidades sonoras echaron mano de historias –escritas hace décadas–, que se incrustaron en el alma de los asistentes a la sala Adolfo López Mateos, que poco hizo justicia al talento y preparación de las tres músicas que se entregaron por medio de 15 piezas extraordinariamente bien ejecutadas, que, pese a las limitantes acústicas del lugar, fueron suficientes para elevar el espíritu al cielo.
“Vibramos un latido musical en un mismo espíritu”, afirmó Gretel a los asistentes, a los que recetó un menú fabuloso inmerso en el sentimiento.
Gretel Cazón es canto. En sí misma es escena que se puede representar en cualquier lugar o espacio, y así lo hizo en el mencionado lugar donde su potente y educada voz transportó a una divina caja de recuerdos.
La cubana, quien también es una actriz reconocida en teatro, teatro musical y televisión en la isla, apareció en México con su figura histriónica imponente; lo hizo con la seguridad que le ha dado la academia, pero, sobre todo, su amor por la música, en este caso la del bolero. Fue cobijada con un manto creado por las cuerdas del piano de Gardenia María Laborde y los golpes en las percusiones de Marlene Martínez. Juntas prepararon esa cena gourmet con delicias sonoras saborizadas con mucho filin, ése que La Cazón, como gusta que le llamen, derrochó esa noche acompañada de sus diosas.
Vivir en un bolero se tituló la velada bohemia, que más bien fue un acto de amor, un lazo de amistad, pues se trata de un género musical que es un puente natural entre dos pueblos. Hay que recordar que México y Cuba presentaron una iniciativa para que sea inscrito en la Lista Representativa de Patrimonio Inmaterial de la Organización de las Naciones Unidas para la Educación, las Ciencias y la Cultura (Unesco). Es un proyecto binacional que más bien es pasión conjunta.
Piezas emblemáticas
Interpretaron piezas emblemáticas de Ernesto Lecuona, Miguel Matamoros, José Antonio Méndez, Bobby Capó, Osvaldo Farrés, Consuelo Velázquez, Bobby Collazo y Agustín Lara, “el más cubano de los mexicanos… porque es cubano, aunque sea mexicano”, asestó Cazón, quien en gesto de noble agradeció a nuestro país por acoger a “nuestros trovadores y hacerlos sus hijos”.
Cuba y México “son un único latido… las canciones son de todos”, insistía la intérprete, que inició su vida artística como cantante lírica en el Centro Nacional de Música de Concierto, de su país. Cazón, egresada también del Instituto Superior de Arte de la isla en la especialidad de arte lírico, domina el escenario, modula la fuerza de su voz con el micrófono, al tiempo que Gardenia María la soporta con sus notas. El sabor lo da Marlene al golpe de los bongoes, güiro y claves.
Se escucharon clásicos como La Paloma, Cuando se quiere de veras y Solamente una vez, y “el trío de mexicanas”, de corazón, profundizaba su espectáculo, basado en fragmentos de la dopamina de los autores que decidieron “vivir cantando”.
Con histrionismo puro, Gretel empuñaba su micrófono y lanzaba andanadas plenas de romanticismo. Se escuchaban, asimismo, las líricas de Capó, Farrés, Velázquez y Collazo. Las letras de los boleros están en el ADN de cubanos y mexicanos; en el imaginario colectivo viven frases que todos conocemos, o que por antonomasia tarareamos. Por ello, a las artistas no les fue difícil conectar, pese a la precaria acústica. Y se escuchaba La gloria eres tú, de José Antonio Méndez, y Tú me acostumbraste, de Frank Domínguez, y la miel y el calor se derramaba por cada poro de la piel de los escuchas que, conmovidos, tararearon los temas sin cesar.
Como brisa de mar cerca del malecón habanero, la tonada de Noche cubana, de César Portillo de la Luz, acariciaba cual terciopelo las fibras más ocultas de los presentes. Alma mía, de María Grever, y Decídete (también de José Antonio Méndez) sonaban y La Cazón conmovía con su amplia tesitura y el largo alcance de su voz. Pedía ayuda del respetable para un acompañamiento con palmas; el beat lo ponían las percusiones y el piano patinaba hacia lontananza. Dieron ganas de bailar… aunque fuese con los ojos. Nadie se resistió al romance del bolero.
En una entrevista con La Jornada en noviembre de 2002, el compositor cubano César Portillo de la Luz, quien murió en ese año, consideraba a esa ricura llamada bolero “como un hecho artístico cultural, más allá del hecho musical entretenedor. Pienso que por haber nacido y por ser cantado en español, ya es parte de la cultura iberoamericana. Es necesario que analicemos y tomemos en cuenta no sólo a quien lo compone y a quien lo canta, sino los medios que ayudaron a difundirlo oportunamente desde los años 30; por medio de la XEW se hizo toda una política musical de la que surgieron compositores, cantantes y orquestadores nuevos…”
Nada novedoso es el amor de cubanos y mexicanos hacia el sensiblero género, que artistas como Gretel Cazón y su Trío de Musas pretenden ensalzar para hacerlo un tesoro inmaterial de lahumanidad.