En España se articulan alrededor de Vox. En Grecia, en torno a Amanecer Dorado. En Bolivia, apoyaron el golpe de Estado con discursos llenos de racismo. En Argentina intentaron asesinar a Cristina Fernández. En Brasil y en El Salvador llegaron al gobierno. En Estados Unidos protagonizaron el asalto al Capitolio…
En México existen desde hace tiempo, y ahora están cobrando fuerza. Se trata de grupos de extrema derecha, abiertamente fascistas o neofascistas: grupos supremacistas, antiliberales, ultranacionalistas, antidemocráticos, reivindicadores del nacional socialismo y del modelo tradicional de familia. Desde luego están en contra de los derechos de las diversidades sexogenéricas.
El panorama mundial es un excelente escenario para su resurgimiento y expansión. Como en el pasado, las crisis económicas de escala planetaria son abono para su crecimiento, y fue la de 2008 la que los llevó a autoreivindicarse como alternativa. Frente al “globalismo”, opusieron –falsamente– el ultranacionalismo. Más recientemente, la guerra entre Rusia y Ucrania, y el involucramiento de otras fuerzas mundiales, los ha llevado a reforzar su identidad. El contexto de colapso ecológico y pandemia les permitió reivindicar ideas ecofascistas, biologicistas y señalar a las “poblaciones eliminables y desechables”.
En nuestra nación están presentes en distintos sectores sociales. Sus grupos empresariales, élites políticas y rostros más mediáticos, impulsaron la realización de la Conferencia Política de Acción Conservadora en noviembre de 2022 en la Ciudad de México. Tienen una fuerte cooperación con los sectores anticomunistas de Estados Unidos y con quienes desde España piensan y dicen que el ecologismo y el indigenismo son el nuevo comunismo.
Su frente de difusión opera en foros de Internet, con páginas de memes en Facebook, canales en Telegram, cuentas de Instagram y podcast. En Twitter sus miembros más activos son principalmente jóvenes de entre 18 y 22 años, con ejércitos de robots que se activan para replicar sus mensajes o para acosar y amenazar a quienes los denuncian o cuestionan.
Hacen malabares en la historia para reivindicar figuras como Hitler, Franco, Mussolini y a otros personajes menos conocidos o con variaciones interpretativas como Yukio Mishima o Robert Brasillach. En su confuso coctel intelectual, reivindican a Palestina como país no por afinidad o identificación con el pueblo palestino, sino por pragmatismo y para difundir su antisemitismo. Constantemente exhiben sus prácticas esotéricas y su adopción de formas del coaching que utilizan para rozar su mística, identidad y disciplina.
Estos grupos llevan realizando un trabajo hormiga en escuelas, bares, gimnasios y clubes de pelea, barras de futbol, centros de tatuajes, en el mundo editorial y entre los grupos y fans del género musical metal, así como en los pentatlones. No hay que caer en el error de criminalizar o estigmatizar estos espacios y expresiones culturales, de lo que se trata es de identificar y señalar dónde se están moviendo y generar medidas preventivas como la difusión de información.
Al igual que en otras naciones, estos grupos reclaman la “libertad de expresión” para manifestar públicamente su ideología y realizar actividades de reclutamiento. Pero libertad de expresión no debe confundirse con la libertad de odiar y de expresar públicamente ese odio. No basta con rechazar toda expresión pública que atente contra la dignidad de las personas, hay que trabajar en las bases sociales que permiten que el odio anide en nuestras sociedades.
El combate al neoliberalismo y al capitalismo no puede ni debe darse desde un ultranacionalismo conservador, que atenta también contra la vida y la dignidad de las personas. La lucha contra el capitalismo es internacionalista, porque de esa dimensión es el sistema que explota y oprime. El Estado nación puede ser para algunos una estrategia de contención, de “campo de disputa”, pero esa estrategia no debe dejar de observar y trabajar en contradicciones y retos, como el colonialismo interno. El discurso nacionalista, patriota y reforzado con claves militaristas abre también las puertas a expresiones bárbaras.
Los anhelos y las tareas de emancipación de las clases explotadas, despojadas y oprimidas siempre han sido internacionalistas, de cooperación y solidaridad. Un sueño que abarca el mundo reconociendo la complejidad de la diversidad.
Menospreciar ahora la presencia, activación y expansión de estos grupos en México, puede generar graves peligros en el futuro. Utilizar su existencia para el golpeteo político electoral de la actual coyuntura, no ayuda a comprenderlos, erradicarlos y deja en total desprotección a grupos y personas independientes. A los graves problemas del crimen organizado, los feminicidios, las desapariciones forzadas, el despojo, el paramilitarismo y más, se debe evitar que se sume el fortalecimiento de grupos neofascistas, al tiempo que se trabaja en resolver todo lo otro. Atender lo urgente, lo inmediato y lo importante sin dejar de ver el largo plazo.
Permítanme un cierre necesariamente en primera persona: ¡Gracias a todos y todas por tanta solidaridad y cariño. No pasarán!
* Sociólogo
Twitter: @RaulRomero_mx