Confieso que la muerte del comandante Hugo Chávez Frías el 5 de marzo de 2013 me paralizó. Intentaba escribir en esos días y resultaba muy difícil la concentración.
Recuerdo una de sus últimas apariciones durante la campaña para las elecciones presidenciales de 2012 y me resultan inolvidables: bajo una lluvia intensa, allí a la intemperie, no sólo de la naturaleza, sino de su propio cuerpo, respondiendo a la voluntad increíble de un hombre indudablemente debilitado físicamente que se aferraba a la vida, porque sabía que su país estaba bajo el esquema de un eterno golpismo y que faltaba mucho trecho en el camino para consolidar la revolución, lo vimos sonriendo y cantando.
La historia de un encuentro
“Hay una historia que fue escondida durante siglos al pueblo venezolano para que no recordara el pasado de resistencia y lucha que tenemos. La fuerza que me impulsa, como cuando te impulsas en un paracaídas, viene del padre de la patria Simón Bolívar y la que necesito para andar viene de ese pueblo que creyó en mis palabras, en esas mujeres de los barrios pobres que nos enviaban comida cuando estábamos presos. Ahí estaba el amor que yo encontraría en las calles desde que salí de prisión hace tres meses, (marzo de 1994). Es ese padre el que me da la fuerza histórica y es ese pueblo que salvará a Venezuela, que liberará a Venezuela”.
Esa fue la respuesta del ex teniente coronel Hugo Chávez Frías a una pregunta que le hice durante una larga entrevista después de la primera conferencia con la prensa extranjera a la que citó el militar luego de salir de prisión en marzo de 1994.
El presidente de entonces, Rafael Caldera, había dispuesto la liberación de los detenidos por el alzamiento cívico-militar, que Chávez comandó en febrero de 1992, dos años después de la primera rebelión popular que se produjo en la región contra las medidas neoliberales que intentó imponer el ex presidente Carlos Andrés Pérez. La represión del Caracazo fue feroz y dejó un millar de muertos.
Viajé en los primeros días de julio desde Buenos Aires a Caracas, enviada por La Jornada para un reportaje sobre la grave crisis que atravesaba ese país.
La rebelión
Chávez encabezó un alzamiento militar y cívico contra el gobierno de Carlos Andrés Pérez pero, por contratiempos en las guarniciones que se habían comprometido, fracasó. Se hizo responsable entonces del golpe y en breve discurso al ser detenido manifestó sus razones a sus compañeros y al pueblo venezolano y al final dijo aquella frase de su retirada por ahora.
Pero el manifiesto evidenciaba que no se trataba de una típica asonada militar para instalar las dictaduras que asolaron a América siempre subordinadas a Estados Unidos, la sede imperial de la cual aún dependemos.
Su natural inteligencia apresuró asombrosamente los caminos de la dialéctica. ¿Quién más hubiera ascendido a un gobierno, como él hizo en febrero de 1999 –después de ganar en las elecciones presidenciales de fines de 1998– rompiendo con el decadente bipartidismo y las falsas “democracias” en ese país para instalar de inmediato un proceso Constituyente, para lo cual no dudó un momento en que se hiciera con la participación del pueblo?
Ese mismo pueblo siempre relegado por los gobernantes del “puntofijismo” para los cuales era un lejano convidado de barro, ni siquiera de piedra.
Este hecho único fue entendido por Chávez como prioritario, porque con las viejas constituciones y las leyes de la Cuarta República, ningún cambio profundo podía hacerse en Venezuela.
Basta con leer la Constitución de la República Bolivariana de Venezuela para entender la visión política de alguien como Chávez, que nunca fue inventado por nadie. Fue una construcción popular auténtica, capaz de rescatar de las cenizas el bolivarismo en su esencia de lucha anticolonial e independentista para convertirlo en el pensamiento contrahegemónico en tiempos del retorno colonial por diversas vías, en el contexto de la brutal expansión global con que el Imperio entró al siglo XXI.
Difícil explicar a Chávez e innecesario, pero todo lo que llevó adelante lo hizo con una sorprendente audacia revolucionaria, fruto de una encarnadura dialéctica que lo hacía partir rápidamente desde la cruda realidad hacia la solución de los problemas, desde los más pequeños, y casi imperceptibles para otra mirada que no fuera la suya, hasta los que requerían una construcción política que lo llevó a transgredir todo lo establecido, yendo tan lejos como alcanzaran sus pasos y más aún.
Desafío a un imperio en decadencia
Poco se habla en estos tiempos de la entereza y decisión que tuvo Chávez, en su gira por todos los países de la “lista del mal”, según la llamaban Washington y sus socios.
Él sabía que cada paso lo condenaba aún más ante un imperio en decadencia y por lo tanto más feroz, como lo está demostrando con los genocidios provocados en el siglo XXI.
Decidió recuperar la vigencia de la Organización de Países Exportadores de Petróleo (OPEP), y lo hizo en su viaje de 2000 por naciones productoras, entre ellas Irak, Irán y Libia.
Nunca medía las consecuencias de sus acciones, si estas significaban lograr justicia para los pueblos. Poco tiempo después de su regreso de aquella gira, en un encuentro – antes de una entrevista– mencionó su fuerte emoción por haber estado en Irak, en la capital Bagdad, donde el 14 de septiembre de 1960 se había creado la OPEP.
Chávez sabía detalle por detalle lo sucedido en aquellos días. Fue una decisión histórica que tomaron en esos momentos cinco países productores de petróleo: Venezuela, Irán, Irak, Arabia Saudita, Kuwait, que iría creciendo con el tiempo en su cantidad de miembros. Pero lo que emocionaba a Chávez es que con su viaje a Irak rompió el aislamiento de ese país impuesto por Estados Unidos después de la Guerra del Golfo Pérsico en 1990. Fue el primer jefe de Estado del mundo en hacerlo.
El 11 de agosto se reunió con Saddam Hussein y en referencia a las declaraciones condenatorias del gobierno de Estados Unidos por esta visita, advirtió que Venezuela era un país soberano y podía tomar sus propias decisiones.
Y fue solidario en todo momento con todos los pueblos y gobiernos, que en este siglo XXI fueron invadidos colonialmente y ocupados, produciendo los grandes genocidios en nombre de “la democracia” y el “humanitarismo”, lo que para Chávez evidenciaba la perversión del imperialismo en su fase final.
Estoy convencida de que este hombre luminoso de nuestra América tenía alguna secreta premonición de vida breve, por la rapidez con que hizo todo lo que hizo –que analizado rigurosamente– es portentoso, no sólo por América, sino por todos los pueblos del mundo a los que me consta amaba.
La sinceridad campesina de Chávez era su fuerza ante el pueblo, que así lo entendía, pero también ante el mundo.
Tratar de explicar lo que significó Chávez para su país y para América Latina es aún más difícil, como entender, sin dogmatismos, sus propuestas para un socialismo del siglo XXI, que nada más y nada menos partía de la exigencia extraordinaria de rastrear hasta los mínimos detalles del pasado de nuestro continente, escarbar a fondo en los nichos ocultos de identidades perdidas o agazapadas, y llamar a renaceres, imposibles de entender para el academicismo duro o encerrado entre paredes de vidrios blindados.
Vuelta al socialismo
Retornar al socialismo, pero no desde el simplismo de una propuesta vaga, sino de la construcción de un proyecto que requería incontables liberaciones en un mundo atrapado por el poder financiero. Además, en un territorio que apenas estaba saliendo de procesos dictatoriales en la mayoría de los países, y de la dictadura global que se instaló en los años 90, que tuvo el efecto de un huracán feroz para los pueblos nuestros americanos.
Estados a punto de desaparecer, soberanías arrasadas, intoxicaciones mediáticas masivas, capaces de paralizar a los pueblos, encantamientos neoliberales y una cantidad de intelectuales –lo que hace más destacable a los que resistieron– que se rindieron a las ofertas del mercado, el verdadero y definitivo “eje de todos los males”.
¿Cómo no abrevar en las fuentes del heroico pasado, en las luchas de emancipación, en Simón Bolívar, en José Martí, en los hombres todos de la independencia y en sus objetivos, confiscados por el incipiente capitalismo que estaba cimentando el camino hacia el imperio, que hasta hoy sigue manejando los hilos de nuestra dependencia?
Hugo Chávez Frías sabía desde mucho antes de qué se trataba el enemigo a enfrentar. Investigando aquella figura dialécticamente incomparable del Árbol de las tres raíces podemos advertir cómo fue el desarrollo político de ese joven militar, que junto a otros compañeros comenzó a conformar clandestinamente lo que sería el núcleo base de lo que vendría más tarde.
La amistad con Fidel Castro
Chávez había asimilado lo sucedido en América Latina, en la Revolución Cubana y su dirigencia, que respetaba y admiraba, y que nunca se equivocó en la percepción de quién era este verdadero líder popular. El recibimiento del comandante Fidel Castro en su viaje a La Habana en 1994 tejió entre ambos una amistad indestructible. Fue el encuentro que marcaría el futuro de la soñada unidad latinoamericana.
También se inspiraría en figuras como los generales peruanos Juan Velasco Alvarado o el panameño Omar Torrijos, en el héroe dominicano Francisco Caamaño Deño, en Juan Domingo Perón en Argentina, en las coincidencias y diferencias de cada uno de estos procesos.
Todo lo incorporaba con gran sabiduría sin perder la ingenuidad del asombro permanente, que es lo que daba frescura a sus palabras y a la forma en que podía comunicarse con el pueblo abiertamente, sin intermediarios.
Recuperar el pasado de lucha y resistencia de América, desde la “conquista” española en adelante, era para él uno de los pasos más importantes con un objetivo definido: la emancipación e independencia definitiva. Esto marcaría el carácter emancipatorio del proceso de integración y unidad, que era su mayor obsesión.
Chávez planteó como prioridad la urgencia de la unidad latinoamericana, como el viejo sueño de los patriotas que derrotaron al colonialismo español en diversas batallas en el siglo XIX mediante la unidad de los pueblos y ejércitos, como los que comandaban el venezolano Simón Bolívar y el argentino José de San Martín.
La independencia lograda fue castrada de raíz por Estados Unidos, que entró rápidamente a jugar su juego expansionista, imponiendo formas diversas de colonialismo y neocolonialismo encubierto. La región, bajo hegemonía imperial, fue intervenida a lo largo de todo el siglo XX para impedir que surgieran gobiernos desafiantes, sembrando de dictaduras a América Latina.
Integración latinoamericana
Entender que los organismos de integración, como la Alianza Bolivariana para los pueblos de América (Alba), la Unión de Naciones Suramericanas (Unasur), la Comunidad de Estados Latinoamericanos y Caribeños y el Mercado Común del Sur (Mercosur), están trazados con un criterio emancipatorio que hace la diferencia con lo que es la Unión Europea, tan debilitada hoy. Por eso Venezuela resulta una nación estratégica para la unidad en estas circunstancias.
Las democracias que sucedieron a las dictaduras, al genocidio del siglo XX y dentro del mismo esquema de dominación se planearon en Estados Unidos en 1990, “democracias” tuteladas bajo el diseño de los diez mandamientos del Consenso de Washington, que llevó al neoliberalismo rampante que asoló, y asola, la región, derivando en un asalto a los estados nacionales, diezmándolos, destruyendo logros sociales, educativos y culturales, acumulados después de largas y cruentas luchas, lo que llevó a las resistencias locales.
Tras el Caracazo reprimido violentamente y que dejó unas mil víctimas fatales y centenares de heridos, cayeron las máscaras de las falsas “democracias” venezolanas y se pusieron en evidencia los pactos de los partidos de la burguesía que aseguraban la permanencia de un bipartidismo con la exclusión de las mayorías venezolanas.
Esto lleva a entender los planteamientos hechos por Chávez, quien al frente de jóvenes militares, estudiantes y grupos de izquierda encabezó dos años después una rebelión que en nada se parecía a los golpes planeados en Washington. Sus propuestas eran revolucionarias al declarar que los militares se negaban a ser usados para reprimir al pueblo y su programa advertía contra las falsificaciones democráticas, la corrupción reinante, la necesidad de la participación popular y recuperación soberana. Manifiesto cuidadosamente ocultado por los medios masivos de comunicación.
Para Hugo Chávez Frías las ideas de Bolívar, con marcada influencia de la Revolución Francesa, debían ser parte de una verdadera y patriótica tradición militar, que nada tenía que ver con las “contrainsurgencias” que impuso la dependencia de los ejércitos latinoamericanos del Pentágono estadunidense y que llevaron –en obediencia a doctrinas de seguridad imperiales– a imponer dictaduras en todo el continente en defensa de intereses ajenos, en sujeción colonial.
Para Chávez, la resurrección del pueblo venezolano en el llamado Caracazo recogió de las cenizas las luchas de resistencia tan bien ocultadas en las historias oficiales de nuestros países.
Allí estaba la verdad de Venezuela, en ese pueblo sometido a la marginación y la exclusión.
Después de un periodo de incertidumbre ideológica generada por la caída del muro de Berlín y la Unión Soviética, era casi imposible imaginar que debajo de estos fuegos que parecían un relumbrón circunstancial incubaran las bases de un nuevo socialismo sólo 10 años después.
A partir de la recuperación del Estado venezolano y el nuevo proceso constituyente se producirían cambios en lo interno y en las nuevas relaciones políticas, económicas y sociales.
Un gobierno surgido del voto popular comenzaría a producir transformaciones revolucionarias amparadas por una nueva Constitución aprobada masivamente por el pueblo, imponiendo una legalidad a estas medidas en el marco del sistema capitalista imperante. ¿Cómo producir transformaciones en esas circunstancias sin que estallara la respuesta del poder económico e imperial del que dependía cada uno de nuestros países? Y si se producía la emergencia de ese poder resquebrajado, pero potente, ¿cómo soportar la embestida?
Chávez lo entendió rápidamente, dando pasos precisos, gigantes, tanto a lo interno como a lo externo, cuando aún no habían llegado en esos principios del desafío los gobiernos hermanos, que acompañarían si dudar esa brecha abierta con luces independentistas “en el nombre del padre Bolívar”.
En 2002, el empuje de su pueblo logró que por primera vez en América Latina y el mundo un golpe de Estado inspirado por Estados Unidos, como se comprobó fehacientemente, fuera derrotado precisamente por ese pueblo y sectores patrióticos y constitucionalistas del ejército. La del 13 de abril de ese año fue una jornada de enorme heroísmo popular.
Venezuela comenzó a existir internacionalmente, se latinoamericanizó rápidamente, como no había sucedido bajo ningún presidente anterior.
Enfrentó Chávez la temprana injerencia de Estados Unidos no sólo en su país, sino en el continente. Su fuerza fue avasalladora en esto y pronto el fuego se extendería a medida que llegaban Luiz Inácio Lula da Silva en Brasil (2002), Néstor Kirchner en Argentina (2003), Tabaré Vázquez en Uruguay (2004), Evo Morales en Bolivia (2005), gobernantes surgidos, en todos los casos, de las luchas populares contra el neoliberalismo de los años 90.
Nada sería lo mismo y comenzaba un periodo único en América Latina. El escenario regional cambió asombrosamente.
En 2012, ya enfermo, visitó Buenos Aires por última vez, ocasión en que Chávez me expuso: “Stella, de lo que te dije en 1994 era lo que te dije que le iba a cumplir al pueblo venezolano. Lo he hecho, lo he hecho en todos los aspectos, aunque aún falta mucho para la liberación. Pero yo sé que, más tarde o más temprano, en el siglo 21, podremos formar la Gran Patria Grande que soñaron todos nuestros héroes. Sólo con creatividad, sobre la marcha, hay que ir creando, porque esto no está escrito en ninguna parte. Eso es un abrazo de mí para vos”.