La necesaria transición energética integral y justa obliga a buscar caminos virtuosos. Sí, para acceder al gran objetivo de cero emisiones a partir de 2050 el reto es limitar el aumento máximo de temperatura en dos grados Celsius.
Deberán ser caminos que no sólo impulsan gobiernos y políticas públicas, el consenso y la participación sociales son imprescindibles, entre otras cosas porque parte sustantiva de los lineamientos a seguir compromete usos y costumbres sociales en la disposición final de energía, la que permite iluminación, calefacción, aire acondicionado, cocción y conservación de alimentos, utilización de equipos de trabajo y entretenimiento, calor de proceso, movimiento de personas y mercancías, entre otros usos finales.
En ese marco hay al menos tres lineamientos esenciales y de largo aliento: eficiencia energética integral, electrificación del consumo final y descarbonización de la generación eléctrica.
El primero exige impulsar la eficiencia en producción, transformación, transporte, transmisión, consumo final y –también– manufactura de equipos e insumos y disposición de desechos y residuos. El segundo, buscar máxima penetración de electricidad en esa energía final de hogares, industrias, edificios, servicios públicos, comercios, unidades agropecuarias y transporte. Y el tercero, lograr una generación de electricidad con máxima descarbonización, sustituyendo fósiles contaminantes y no renovables por renovables limpias, solar fotovoltaica y eólica, por lo pronto. Ya vendrán otras.
Si se logra esa mayor eficiencia integral –técnicos dixit– el incremento de energía primaria necesaria podría ser cada vez menor. Incluso, aseguran, es posible un círculo virtuoso de consumo cada vez menor por unidad de producto como indicador de esa eficiencia.
Esto permitiría que los 275 millones de barriles de petróleo equivalente que se consumen hoy diariamente en el mundo, llegaran en el año 2050 a no más de 250 millones (International Energy Agency, Net Zero by 2050, A Roadmap for the Energy Sector, París, 2021).
Gran reto será acceder al escenario cero emisiones en 2050 sin renunciar, agregan, a los imperativos de mayor bienestar y justicia social, como abatir y erradicar el hambre, la pobreza, la desigualdad, la explotación social y sus causas. La segunda y tercera medidas se desprenden de la realidad y el panorama tecnológicos. Salvo sorpresas, el proceso de generación de electricidad hoy acepta la máxima sustitución de fósiles contaminantes y no renovables, con las fuentes solar fotovoltaica y eólica. Así, si la electricidad llega a representar no menos de la mitad del consumo final de energía en 2050, debemos estar ciertos que 80 por ciento provenga de fuentes renovables. Aunque…¡Cuidado! Pese a sus grandes ventajas –siempre viendo la huella de carbono– no se pueden ignorar sus problemas para atenderlos con astucia. Por ejemplo, indisponibilidad continua; variabilidad temporal; baja eficiencia de conversión; alto costo inicial; gran espacio de instalación; falta de coincidencia entre áreas de recursos y áreas de demanda: emisiones en procesos previos y posteriores; así como exigencia de sólidos reforzamientos de redes. Pero todo esto no niega sus enormes ventajas. Primordialmente renovabilidad, nulo o bajo costo variable de producción y ausencia de emisiones en la generación. Por ello, es necesario revisar mecanismos, formas y costos de integración a los sistemas eléctricos, pues dadas su intermitencia y su volatilidad, no se pueden comprometer ni la seguridad ni la confiabilidad del suministro eléctricos. Veremos más detalles. De veras.