El 23 de marzo de 2020, cuando la pandemia de Covid-19 obligó al cierre de poco más de 258 mil escuelas, públicas y privadas, en todo el país, y 34.4 millones de alumnos desde prescolar hasta educación superior y posgrado interrumpieron sus actividades educativas presenciales, el Sistema Educativo Nacional (SEN) ya enfrentaba múltiples dificultades.
En educación básica y media superior, uno de cada dos niños y adolescentes de hasta 17 años vivía en condiciones de pobreza; al menos 20 por ciento de los estudiantes pertenecían a hogares con los ingresos más bajos, mientras dos de cada cinco pertenecían a familias en las que la madre o el padre no terminó la secundaria o no fue a la escuela, de acuerdo con datos de la Comisión Nacional para la Mejora Continua de la Educación (Mejoredu).
Especialistas, directores y profesores de educación básica reconocen hoy que la pandemia no sólo generó secuelas físicas postcovid, sino que también dejó una profunda huella en la comunidad escolar. El cierre de las 228 mil 804 escuelas de preescolar, primaria y secundaria, así como las casi 21 mil de bachillerato y los 5 mil 847 planteles universitarios, generó una “ruptura violenta de la cotidianidad educativa”, aseguró Juan Manuel Rendón, ex director de la Benemérita Escuela Nacional de Maestros (BENM) y experto en temas educativos.
La suspensión de clases presenciales, agregó, trajo consecuencias negativas, pero también un aspecto positivo: permitió repensar una escuela diferente, desde una lógica distinta. “Una de las derivaciones más importantes es la capacidad de los docentes para adaptarse a las clases a distancia y generar nuevas estrategias de enseñanza para sus alumnos. Hubo muestra evidente de creatividad y capacidad pedagógica en esos casos”.
Directores y profesores frente a grupo señalan, a su vez, que si bien hubo pérdida en el nivel de los aprendizajes esperados, “también se adquirieron saberes inesperados. Aprendimos que es posible enseñar español y matemáticas cocinando en casa o cuidando de plantas y mascotas”, estableció Pedro Hernández, director de la primaria Centauro del Norte. “La escuela no abrió sus instalaciones, pero los maestros nunca dejamos de trabajar”, apunta.
El cierre de los centros escolares, añade Francisco Bravo, director de la primaria Leonardo Bravo, si bien generó un “importante atraso escolar en muchos alumnos, también destapó las profundas desigualdades sociales y carencias que enfrentan nuestros estudiantes. Fue evidente que no estábamos formando para la vida ni para responder a sus necesidades. La pandemia nos enseñó que la escuela debe cambiar”.
Pandemia y TIC
Los docentes narraron que, de un día a otro, “pasamos de dar clase frente a grupo en un aula, a verlos sólo mediante una pantalla en la sala de su casa”. Ofelia, maestra de cuarto grado de primaria, destacó que otro gran reto fue aprender sobre la marcha cómo usar las Tecnologías de la Información y la Comunicación (TIC).
La Encuesta para la Medición del Impacto de covid-19 en la Educación (Ecovid-ED), elaborada por el Instituto Nacional de Estadística y Geografía, revela que si bien 56.4 por ciento de la población consideraron que las clases a distancia mantenían a sus hijos alejados de los contagios, al mismo tiempo, 58.3 por ciento reconocieron que no aprendían, o adquirían menos conocimientos que en la modalidad presencial.
En tanto, 27.1 por ciento manifestaron preocupación por el difícil seguimiento en los aprendizajes de los alumnos, y 23.9 por ciento consideraron que existía falta de capacidad técnica o habilidad pedagógica de los padres para ayudar a sus hijos en casa.
Pese a ello, más de 80 por ciento de los contactos entre docentes, alumnos y padres durante el confinamiento se realizaron mediante redes sociales, correo electrónico y chats. Menos de 20 por ciento fueron en plataformas digitales, que en muchos casos fueron diseñadas y creadas por los propios maestros.
Sin embargo, las condiciones en las que millones de alumnos accedieron a la educación desde casa también fue heterogénea. En la educación básica, “no fueron pocos los casos en que los alumnos se quedaban solos en su vivienda. Teníamos niños de ocho, nueve, 10 y 11 años que, al mismo tiempo que tomaban clase, cuidaban de sus hermanitos de prescolar, sin nadie más en casa”, comentó Antonio, profesor de primaria.
Ignacio, mentor de secundaria, recuerda que “durante los peores meses de la pandemia, tuvimos que ingeniarnos sobre cómo lograr que los 40 adolescentes de un grupo se conectaran y te prestaran atención, aunque fuera por unos pocos minutos. Muchas veces no tenían crédito en su celular para conectarse a Internet o compartían el teléfono inteligente con otro hermanito de primaria, o simplemente preferían sólo ver videos o jugar en línea”.
En nivel medio superior también hubo pérdidas de aprendizajes básicos, reconocen catedráticos universitarios. “En la BENM tenemos alumnos que prácticamente cursaron todo su bachillerato en línea. Hay estudiantes que tomaban clase mientras trabajaban como conductores de taxi para plataformas digitales o cubrían turnos laborales completos”, comentó Rendón.
Directores y maestros reconocen que, tres años después del inicio de la pandemia “enfrentamos el desafío de la recuperación de aprendizajes básicos para que los estudiantes puedan seguir su trayecto educativo, pero también reconocemos que no volvimos a la misma escuela, porque nos dimos cuenta que como profesores tenemos la capacidad de “generar currículum”, es decir, conocimientos que requiere nuestros alumnos, que enfrentan condiciones específicas, “aunque no esté en los planes y programas de estudio”.
El balance pospandemia en la escuela es que “nos dimos cuenta que debemos dar un giro a lo que hacemos en el aula todos los días, porque tenemos que responder a nuevas necesidades. La pandemia lo movió todo. Nosotros no somos los mismos ni los alumnos ni los padres de familia, incluso ahora reflexionan más sobre lo difícil que es la tarea de educar a sus hijos”.