“Me considero un sobreviviente de acoso escolar”, reconoce el entrevistado de identidad anónima al recordar lo que vivió durante sus estudios de primaria y secundaria. Desde entonces soñaba “de manera muy primitiva” con algún día poder ir a las escuelas para decir a los niños: “No se dejen si hay un pasado de lanza”. Lo que no imaginó es que años después lo haría protegido con una máscara, con el alias de Tacubo Luchador.
“Hoy día uso la lucha libre para hacer esta propuesta de intervención en las escuelas al hablar de prevención de la violencia y acoso escolar. Pueden ver una embarradita de cuentacuentos, una plática y movimientos de lucha libre; no es teatro ni stand up de comedia. Con los chicos y las chicas hago un híbrido relacionado con la cultura, el deporte, el activismo y la educación”, relata el profesional del encuentro entre rudos y técnicos.
Muy de mañana, Tacubo Luchador aparece caminando al doblar la esquina. Cruza la calle y causa cierta extrañeza al entrar a una concurrida cafetería en Coyoacán, donde asiste puntual a la cita con La Jornada. Lleva la máscara bien puesta y una sudadera roja con las letras de su nombre, escrito después sobre el vaso de su bebida. Vestido así también es como suele acudir a las escuelas para ofrecer lo que denomina “performance-conferencia” en algún patio o salón bien dispuesto, para que niños y adolescentes lo rodeen; algunas veces hasta han instalado un ring.
Enamorado de la lucha libre desde que la veía en la televisión, comenzó a practicarla desde muy joven. Debutó a los 15 años y poco después obtuvo su licencia. “Lo mío fue comenzar a luchar siendo un adolescente delgadísimo. De ahí pal’ real”; aunque ahora, continúa, “elijo mis batallas, pues se requiere una destreza impresionante al conjuntar entrenamientos, las funciones de lucha, las intervenciones en las escuelas, más todo lo que compone mi vida”.
La faceta de Tacubo de luchador contra el acoso se inició como un proyecto de investigación, y para cumplir su servicio social al estudiar la licenciatura en comunicación en la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM), por el que fue reconocido con el premio Gustavo Baz Prada en 2012.
Al final de sus charlas reserva un momento para saludar de mano o puñito a la larga fila de curiosos juveniles; además, tiene una mesa y sillitas dispuestas para quien quiera hablar con él.
En más de 11 años y 130 escuelas recorridas son muchas las historias que ha conocido, a veces de los mismos padres o maestros que aún no se recuperan de los traumas. Su lucha contra el acoso se ha convertido en su trabajo, por el que algunas veces le llegan a pagar como conferencista.
Hace poco, recuerda, se acercó un niño de unos 12 años; “lo que le estaban haciendo los compañeros era una pasadez muy fea. Hay que reconocer entre violencia, que son hechos aislados, y acoso, que consiste ya en violencia sistemática y constante”.
Cambia el ánimo de su voz, y comenta que cuando le vio las manos, tenía unas heridas tremendas que se causaba él mismo por el descontrol emocional que estaba viviendo.
Por eso invita a los lectores de este diario: “Si alguien vive acoso, busquen al Tacubo con un clavado en Internet; manden un inbox (en Instagram su cuenta es @tacuboluchador y en Twitter o @eltacubo); de alguna manera vamos a darles ayuda para una situación de prevención, o por el acoso y violencia que estén viviendo”.
Dice no ser bueno para recordar estadísticas, pero menciona que de acuerdo con la organización no gubernamental Bullying Sin Fronteras, en la encuesta de 2021 se habla de 180 mil casos graves en México y que al final de la pandemia hubo un aumento exponencial. “Todo, en el contexto de un país donde de 2006 a 2022 había más de 100 mil personas desaparecidas, de todas edades y en todos los lugares”, explica este personaje, claramente preparado sobre el tema y buen conversador, quien en su doble vida también es un experto comunicador.
“El acoso escolar es una consecuencia. Como investigador de las ciencias sociales puedo ver que el tejido social ha sido lastimado en muchas áreas y, definitivamente, gangrena a los escolares en todos los niveles, ya sea en escuelas públicas o privadas; sólo cambian las formas, pero, ¿cuál es más cruda que otra?”, inquiere con un dejo de frustración.
“Claro, ¡sí!, soy luchador, me gusta pegar madrazos, hacer buenas llaves y reconocer orgullosamente la lucha libre como elemento cultural, deportivo y del espectáculo en México, que es toda una tradición a escala mundial”, responde al preguntarle sobre su preocupación de hablar contra la violencia a través de un deporte de contacto corporal, y precisa enfático: “Pero es una actividad regida por reglas; tiene sus espacios donde se practica y requiere disciplina, un conocimiento que pasa de los maestros a los alumnos, como asimilar un deporte, un oficio o un arte. Nada tiene que ver con una manera descontrolada e ilegal de ejercer la violencia. Me puedo echar un buen tiro con un compañero del gimnasio, arriba del ring damos todo, pero después nos vamos por un café.”
Con la venia del Gallo Gasss
Su máscara es un diseño hecho con amor de muchas partes. Fue un trabajo en equipo en el que intervino hasta su hijo, entonces pequeño. Con la cresta roja de gallo, se inspira en los gorritos del polifacético Rubén Albarrán, vocalista del grupo Café Tacvba, y con la personalidad del Gallo Gasss, además de colores de la discografía de la chilanga banda.
Alguna vez Rubén le dijo al luchador: “No te vamos a cobrar derechos, ni izquierdos, por ser el Tacubo. Tú dale para adelante”. Eso afianzó su compromiso para llevar un mensaje y rendir un respetuoso homenaje a su banda favorita.
Expresa que “en el planeta Tierra hay mucha gente que abandera una causa a través de personajes, es todo un movimiento donde hay superhéroes de la vida real. Pero un traje o una máscara no te hace. Puede crear empatía con la gente, mas no es todo”.
Tacubo Luchador sabe que tiene una personalidad de colores brillantes, pero ha sabido mantener bajo control su “personalidad pavorrealesca”, así como aprendió a gestionar sus emociones, pues hay historias que lo han tirado. Sabe que debe transformar esto en ver cómo puede ayudar. Su sicólogo de cabecera, la meditación, la yoga y el deporte han sido sus herramientas para saberse en un mundo donde el dolor se abona en la no justicia.
“Todo lo que veo con la labor en las escuelas es hasta milagroso. Me hace notar una parte dolorosa, terrible y terrorífica de lo que vivimos en este país”, habla con la voz que se entrecorta. Se repone: “Siempre invito a que no nos ciegue, no nos quite la esperanza ni nos baje los brazos, ni nos hagan pensar que estamos condenados a esto. Hay mucho por hacer: apreciar un árbol, llegar a tu casa y abrazar a quien amas, disfrutar un café, ir a pedalear. Eso también es parte de una realidad que nos hace abonar a la paz”.