Moscú. El SARS-CoV-2, llamado por todos covid-19, desapareció de la agenda noticiosa de los medios de comunicación de Rusia, que centran su atención en lo que el Kremlin denomina “operación militar especial” en Ucrania, pero los enfermos siguen ahí e incluso se detecta un incremento constante, a razón de 10 mil 300 contagios diarios, a comienzos de este febrero, incluidos en las estadísticas oficiales que ya nadie consulta.
Después de varios meses de fallecimientos inexplicables desde el verano de 2019, por una pulmonía de génesis rara se solía decir, cuando cientos de miles de turistas chinos visitaban cada año Moscú y otras ciudades del país, el gobierno ruso cortó a comienzos del año siguiente toda comunicación aérea y terrestre con el vecino gigante asiático y anunció que el coronavirus había entrado en Rusia y comenzó a aplicar medidas para contener la previsible epidemia que se había originado en Wuhan, China.
Medidas
La primera se limitó a establecer una cuarentena de 14 días para los contagiados y las personas que habían contactado con ellos (en enero de 2022, el periodo de aislamiento se redujo a una semana) y, dependiendo de la situación en las entidades federales, se autorizó implantar restricciones adicionales.
En Moscú, por ejemplo, los enfermos diagnosticados tenían que darse de alta en una aplicación que, instalada en sus celulares, permitía controlar su ubicación las 24 horas, a riesgo de imponer altas multas por saltarse la prohibición de salir a la calle, bajo estricto control de una extendida red de cámaras de video y patrullas policiales por casi toda la ciudad.
Tras suspender las clases presenciales tanto en escuelas de nivel básico como universidades, así como habilitar parcialmente el trabajo desde casa, no tardó en llegar el impedimento de organizar cualquier actividad de masas, foros y congresos, desfiles conmemorativos y manifestaciones de protesta, cerrando sus puertas al público estadios, teatros, cines, museos, etcétera.
También comenzaron a limitarse los vuelos internacionales hasta que, en marzo de 2020, el gobierno decretó prohibir la entrada de extranjeros, salvo algunas excepciones reglamentadas, y de hecho Rusia cerró sus fronteras aéreas, terrestres y marítimas. Meses más tarde, los rusos obtuvieron luz verde para viajar al extranjero, aunque al regresar tenían que presentar una prueba PCR negativa o un certificado de vacunación.
Cuando Rusia ya había quitado prácticamente todas las restricciones epidemiológicas al transporte aéreo, hacia el verano de 2022, las sanciones de Estados Unidos y sus aliados por la guerra en Ucrania impiden vuelos hacia y desde territorio ruso, quedando algunos resquicios como Turquía o Dubái que encarecen y alargan los viajes hacia destinos que no quieren recibir a ciudadanos rusos en vuelos directos.
Desde febrero de 2020 se impuso en casi todo el país el uso obligatorio de cubrebocas y guantes (anulado el 15 de marzo de 2022), el régimen de distancia social y de autoaislamiento. De marzo al otoño de 2020 se vivieron en Moscú y en el resto de las entidades federales meses surrealistas en que se permitía salir de la casa sólo para ir a la tienda o farmacia más cercanas, para sacar a pasear a los perros a no más de 100 metros o tirar la basura, a riesgo de pagar una multa elevada por saltarse la restricción.
Empezó entonces a difundirse el sistema de códigos QR para los vacunados, afortunados que podían entrar a los sitios proscritos para el resto (restaurantes, cafeterías, museos, etcétera). De modo paralelo, se volvió requisito vacunarse para los trabajadores del comercio, restaurantes, sector servicios, transporte y sanidad. Desde el 3 de marzo de 2022 ya dejaron de utilizarse los códigos QR.
Y a partir de julio de 2022, Rusia suprimió todas las restricciones por la pandemia de coronavirus.
Biológicos
En parte, eso se logró al vacunar con la pauta completa a cerca de 90 millones de personas, aunque otros 50 millones todavía se resisten a hacerlo.
Uno de los primeros países en elaborar, a contrarreloj, un biológico contra la pandemia, cuando quedó claro que nadie quería aunar esfuerzos para encontrar un antídoto si ello supondría compartir las ganancias, y además que no habría reconocimiento recíproco de las vacunas, Rusia se lanzó de inmediato a la conquista de un mercado que prometía ingresos anuales equivalentes a la millonaria venta de armamento.
Y en esa carrera por superar a los otros fabricantes, se cayó en la trampa que advierte la sabiduría popular rusa a través del dicho de que no se puede vender la piel del oso antes de cazarlo. Con el respaldo político del Kremlin y financiado por el Fondo de Inversiones Directas dependiente de él, el instituto Gamaleya ofreció a diestra y siniestra la vacuna Sputnik, sin tener la capacidad suficiente para producir las dosis ni poder amarrar con empresas foráneas la producción necesaria.
Mientras en centros comerciales de Moscú se ofrecía vacunar gratis a quien así lo deseara, a los países interesados se enviaban de inmediato lotes de 200 mil dosis y, firmados los contratos, comenzaban los extraños retrasos en las entregas hasta que el comprador se indignaba y… recibía una nueva porción de vacunas. Y así los compradores caían en una suerte de círculo vicioso.
Estas fallas de comercialización nada tienen que ver con la calidad misma de la Sputnik, que es la única vacuna rusa que se exportaba y –en opinión de los expertos– no es peor que sus análogos de otros países, siendo atípico para todos su registro ante las autoridades sanitarias, por la premura de frenar un mal desconocido, el tiempo de elaboración del biológico y de experimentación antes de sacarlo al mercado.
Ahora, cuando la cresta de la ola pandémica parece quedar atrás, Rusia cuenta con 10 vacunas: la Gam-Kov-Vak (marca comercial Sputnik), la EpiVakKorona (patrocinada por la dependencia reguladora de la sanidad, creada para consumo interno), la Sputnik Light (versión de la vacuna homónima con efecto reducido), la KoviVak (del centro Chumakov, con fama de excelente, difícil de encontrar por su producción muy limitada), la EpiVakKorona-N (en fase de pruebas), la Gam-Kovid-Vak M (marca comercial Sputnik M, especial para adolescentes de entre 15 y 17 años de edad), la Salnavak (del centro Generium, en fase de registro), la Gam-KOVID-Vak (biológico nasal, marca comercial Sputnik V) y la Konvasel (del instituto de vacunas y sueros de San Petersburgo).
La variedad existe, más bien en teoría, porque si usted quiere inocularse uno de estos inmunizantes lo más probable es que tenga que ponerse el biológico que haya en ese momento en el centro de vacunación, escasez que genera desconfianza en la población.
Versiones
El origen de la pandemia, tres años más tarde, sigue siendo un misterio en todos lados y en Rusia también circularon versiones para todos los gustos, ninguna reconocida como posición oficial del Kremlin, pues todas se basan en suposiciones que, al adolecer de falta de pruebas que corroboren las acusaciones, en el mejor de los casos se quedan en simples sospechas.
Mientras los rusos se preguntaban en sus casas si la causa eran los pangolines y otros animales salvajes vivos del mercado de Wuhan, una conspiración de las grandes farmacéuticas para sembrar el miedo y vender vacunas o un accidente en el famoso laboratorio de virología de la ciudad china, en febrero de 2020 comenzó a cobrar ímpetu en Twitter, Facebook, Instagram y otras redes sociales la versión de que el covid-19 era una creación de la Agencia Central de Inteligencia (CIA, por sus siglas en inglés) para debilitar la economía de China.
Estados Unidos acusó a Rusia de estar detrás de esa “campaña de desinformación”, lo cual mereció un rotundo desmentido por parte de Maria Zajarova, portavoz de la cancillería rusa.
Poco después, el diario Krasnaya Zvezda, órgano del ministerio de Defensa ruso, publicó el artículo “El coronavirus: guerra biológica de EU contra Rusia y China”, tesis que repitió el diplomático Igor Nikulin, quien se presenta como ex asesor del secretario general de Naciones Unidas, en el canal Rossiya-1 de la televisión pública, al afirmar que el Pentágono y la CIA escogieron Wuhan por ser la sede de un importante laboratorio virológico.
El historiador y politólogo Nikolai Starikov, en marzo de 2020, publicó en su página web que el covid-19 “se creó en 2015 en un laboratorio secreto del Pentágono”, afirmación que se basa en un despacho de la poco conocida agencia noticiosa Regnum, que a su vez menciona como fuente un artículo en la revista Nature, que...
Hasta febrero de 2022, conforme iba decayendo el impacto de la pandemia, Rusia dejó de difundir más teorías conspirativas, pero al extenderse la guerra el tema volvió a ser noticia en una comparecencia del general Igor Kirilov, jefe de las tropas de defensa radiológica, química y biológica, quien sostuvo que “entre los ensayos para crear armas biológicas en los laboratorios de Estados Unidos en Ucrania, también se hicieron experimentos con cepas del coronavirus”.
Un mes más tarde se creó una comisión parlamentaria –con 14 diputados e igual número de senadores– cuyo propósito es investigar hasta qué punto los laboratorios estadunidenses en Ucrania se dedicaban a desarrollar armas biológicas y tiene que elaborar un informe con sus conclusiones para el presidente Vladimir Putin y el gobierno antes de la fecha fijada por ley, el 23 de marzo siguiente.