Se trata de un manuscrito o alguna pieza de escritura en que el original se ha eliminado u ocultado para plasmar una escritura posterior, pero sobre una superficie en la que hay remanentes de lo antes escrito.
Además de lo que literalmente se describe, la noción de palimpsesto es una útil metáfora. Útil para pensar el proceso de los cambios en nuestra propia vida y, también, de las nociones de la sociedad en la que vivimos y a las que vamos adaptando nuestra existencia. Rescribimos de manera constante para acomodarnos y resistir.
En esto cabe distinguir una cuestión más amplia y referida a la historia que sirve de referente y, también, a las historias que nos vamos contando de manera continua. Mientras menor sea el consenso que se sustente en la imposición de criterios autoritarios, más rica será la metáfora y amplio y fructífero el acto mismo de crear palimpsestos.
Vaya, que importa y mucho quién y cómo elimina u oculta la escritura anterior y lo que pone en su lugar. Eso se hace de modo relevante desde el poder, de cualquier tipo que sea y de modo permanente, es parte de su propia naturaleza. No está necesariamente vinculado con la verdad.
También puede surgir de lamojigatería.
En días recientes se desató una fuerte controversia alrededor de unas nuevas ediciones de libros del escritor británico Roald Dahl (1916-1990), conocido por su amplia obra que incluye populares narraciones para niños y jóvenes ( Las brujas, James y el melocotón gigante, Charlie y la fábrica de chocolate y más).
El editor, Puffin Books, del gigante Penguin Random House, alteró ciertos pasajes de las obras en un acto asimilable a la corrección política hoy en boga y ligado, se dice, al cambio de las sensibilidades sociales. El asunto tenía que ver con aspectos propios de los personajes como su constitución física, el género, las ocupaciones y demás.
El pitazo lo dio el diario The Telegraph y fue ampliado al bote pronto por Salman Rushdie, sabedor pleno del significado de la censura –la de los ayatolas– y el alto costo que acarrea: aislamiento, un atentado y la pérdida de un ojo. De ahí, el caso se expandió de modo muy visible y critico por muchas partes. Dahl era ciertamente expresivo y duro, a veces grosero, en sus descripciones. Sus herederos han dado ya marcha atrás reponiendo los textos originales. Esta no es una mera anécdota, no nos equivoquemos. Es el problema de las buenas conciencias, de las que nos advirtió Carlos Fuentes.
La corrección política en su modo actual se conoce en Estados Unidos con el término woke (del verbo despertar) que surgió en la década pasada asociada con la necesidad de ser consciente política y socialmente; de estar atentos a los hechos que nos rodean, en especial los relativos a conflictos raciales y de justicia. El movimiento Mee Too en contra de la violencia es una variante de la cuestión y de carácter problemático.
Se trata, otra vez, del cambio de las sensibilidades provocadas por hechos identificables, como la violencia policiaca y también personal, así como con la discriminación contra personas o grupos sociales específicos. Una referencia genérica podría ser la de justicia social, concepto que debe tratarse con cuidado puesto que se asimila muchas veces con distintas formas de populismo.
Uno de los orígenes de las sensibilidades sociales cambiantes es naturalmente el que se desprende del quehacer político y su expresión concreta en la vida de las personas, de su carácter pragmático.
En términos gruesos esto tiene que ver con los conceptos genéricos de democracias y autoritarismos en sus distintas versiones e intensidades actualmente observables. Hoy, las primeras están ampliamente cuestionadas y las segundas arremeten con fuerza renovada.
Las sensibilidades de ciertas personas que se quieren imponer como en el caso de Dahl; o bien, aquellas que se desprenden de la ineficacia o de plano de la violencia del Estado y del quehacer cotidiano de los gobiernos, son reales.
Ambos fenómenos, tan distantes como pudieran parecer, son formas de palimpsestos. Se repone una escritura por otra en la misma superficie donde permanecen necesariamente algunos remanentes y con distinto énfasis. La verdad no es un componente necesariamente necesario, como se puede ver hoy a las claras en muchos países y en muchas situaciones: mentiras flagrantes de políticos, manipulación de la gente, migraciones enormes, uso indebido de datos personales, trampas asociadas con dinero y la especulación, auge de las actividades criminales, maniobras electorales fraudulentas y una cada vez más larga serie de etcéteras.
A un año de la guerra en Ucrania, Putin persiste en su propio palimpsesto. Una rescritura facciosa de la situación y una avalancha de muerte y destrucción sin miramientos, hasta la amenaza nuclear. Sus contrapartes fabrican sus propios palimpsestos, lo que no minimiza las acciones rusas.
Los regímenes autoritarios se aferran al poder e imponen sus creencias e intereses sobre el conjunto de la sociedad, reduciendo los espacios de confrontación de las ideas y, sobre todo, el ámbito de las posibilidades. El control de las poblaciones mediante la tecnología avanza rápidamente. Con ello, avanza la complacencia de la gente.
Las democracias dan de tumbos, como bien se advierte en América Latina y tantas otras partes del mundo. El saldo para el conjunto de los ciudadanos no es positivo. La diversidad de opiniones, intereses y expresiones vitales prevalece y los patrones de convivencia se vuelven un bien escaso. La polarización y el señalamiento de los que no se pliegan, usado como método expreso para gobernar, genera conflictos crecientes en todos los terrenos de la vida colectiva.