La guerra la llevó a poner su vida en pausa. Sin proyectos ni objetivos, atorada en una monótona rutina, lejos de su esposo, de sus dos perras y del país que la acogió por 27 años, la mexicana Larissa García entró en una etapa depresiva.
El conflicto la orilló a refugiarse en Bucarest, Rumania, junto a su hija Miroslava, de 13 años, donde si bien tienen paz y tranquilidad, para Larissa ha sido como una cárcel en libertad, “como estar en un bonito limbo”.
“Una migración forzada es muy dura. Nos expulsaron de nuestro hogar de una patada, nos arrebataron a nuestra familia. No he aprendido rumano salvo para saludar y despedirme; no he buscado trabajo ni me he seguido con mi empresa de importación y distribución de cosméticos. Ha sido muy duro sicológica y emocionalmente, es como si hubiera apretado el botón de pausa”, detalla en entrevista con La Jornada.
A un año del inicio del conflicto que le trastocó todo, esta mujer de 51 años de edad se permite hablar de nuevo con este diario, al igual que lo hizo a principios de marzo de 2022, en la fronteriza ciudad rumana de Suceava –cuando junto a otros connacionales recibió apoyo de la misión enviada por el gobierno de México–.
Su vida se convirtió en sobrellevar el día a día. “Lo único que haces es despertar, después desayunas, haces la limpieza del departamento, comes, vuelves a limpiar, ves una serie, checas Twitter, lees las noticias, duermes. Simplemente sobrevives. Mi única distracción era ir al parque, a veces he podido viajar a otros países de Europa, pero no disfrutas. Existo, pero no vivo”.
Sus reflexiones la han hecho concluir que, ante la normalidad, las personas no se dan cuenta que parte de estar vivo es tener sueños y objetivos, y trabajar para alcanzarlos; inclusive, que existan problemas y diseñar estrategias para resolverlos.
Poco a poco se dio cuenta de que estaba sumida en depresión y buscó ayuda de una especialista. Fue gracias a ese proceso que pudo reflexionar y revalorar sus prioridades.
Así, ya analiza el regreso a Kiev pese a los riesgos. Será en abril que ella y Miroslava estén de nuevo en su casa, junto a su marido y/o padre y sus perras. “Esto no va a terminar en dos o tres meses, va a durar lo que tenga que durar”.
Cientos de miles tuvieron que huir del conflicto al igual que Larissa. Datos del Alto Comisionado de Naciones Unidas para los Refugiados (Acnur), al 21 de febrero de este año se registraban 8 millones 87 mil 952 desplazados por esta guerra.
Ismael Torrentera es uno de las decenas de mexicanos rescatados en dos vuelos humanitarios enviados a Rumania el año pasado por el gobierno de Andrés Manuel López Obrador. Este hombre de 40 años, que vivió siete en aquel país, se asentó en su natal Tlaxcala, acompañado por su esposa y la madre de ésta, ambas ucranianas.
Su estancia en Tlaxcala se concretó gracias a una oportunidad laboral que le ofreció el gobierno del estado. Es especialista en informática y se le apoyó con un cargo al frente de un área dedicada a esa disciplina.
Por el momento no tienen planes a mediano y largo plazos. “Nuestro único proyecto ahora es sacar el día a día. El segundo plan es tal vez establecernos en Irlanda, pero todo es confuso. Tendremos que empezar no de cero, sino de menos uno. Aún no tenemos nada en concreto. Nuestro sueño es regresar a Ucrania”.
Al iniciar la invasión, Alex Ricalday, mexicano de 38 años, salió por sus propios medios de Ucrania junto a su esposa, que entonces tenía siete meses de embarazo. Primero estuvieron en Polonia, pero finalmente lograron llegar a Estados Unidos. Hoy viven en Alabama y trabajan desde casa, a distancia.
Su bebé nació en suelo estadunidense y hoy tiene nueve meses. Si bien la vida les cambió, hoy la prioridad de ambos es el pequeño.
“Nos costó la adaptación, pero fue un alivio saber a nuestro hijo a salvo. Hace unos meses pudimos visitar Kiev para que la familia de mi esposa lo conociera. Estuvimos cinco días. Y aunque aparentemente la capital está más segura, preferimos mantenernos en Estados Unidos. Estamos sobreviviendo, a la espera que la guerra termine para volver”, apunta Alex, quien también habló hace un año con La Jornada, justo cuando huía en carro del país.
Mónica Vázquez, mexicana que colabora desde hace seis meses en la oficina de Acnur en Moldavia, nación fronteriza con Ucrania, relata que en este tiempo dos experiencias la han marcado: la separación de las familias y la complejidad sobre todo para los adultos mayores. “Para todo mundo es difícil empezar de nuevo, pero hacerlo a los 85 es todavía más”.