Alepo. Decenas de voluntarios preparan cada día sin descanso comidas calientes para los sobrevivientes del terremoto que acampan en centros de acogida y en las calles de Alepo, en el norte de Siria.
Desde el sismo del 6 de febrero, que causó cerca de 46 mil muertos en Turquía y Siria, las iniciativas solidarias se multiplican en Alepo, ya duramente afectada por la guerra.
En un local situado en un jardín público, voluntarios de todas las edades se turnan para preparar comidas, de las que hasta ahora se han beneficiado cerca de 70 mil personas.
"Distribuimos mayormente nuestras comidas en centros de acogida y a grupos de personas que parten al encuentro de otras que viven en la calle o en parques" a causa del sismo, explica a AFP Issam Habbal, de la asociación Saed.
Algunos voluntarios cocinan arroz en enormes calderos, mientras que otros reciben los víveres enviados por los donantes y otros empacan comidas calientes.
"Estamos en la ciudad de Alepo, famosa por su gastronomía", explica Habbal. "No aceptamos que las nuestras sean de menos calidad que las que se sirven habitualmente". La cocina alepina, con influencia árabe, armenia y turca, es famosa en la región.
Según las cifras oficiales, el terremoto causó 3 mil 600 muertos en Siria, de los cuales 432 en Alepo, considerada la capital económica del país antes del estallido del conflicto en 2011.
Cincuenta y cuatro edificios se derrumbaron, la mayoría en los barrios orientales, duramente golpeados por los combates entre 2012 y 2016, antes de que el ejército sirio -ayudado por las fuerzas rusas- recuperara el control total de Alepo.
Unidos para superar la catástrofe
La guerra en Siria, desencadenada en 2011 por la represión de manifestaciones prodemocráticas, causó cerca de 500 mil muertos, devastó las infraestructuras del país y desplazó a millones de personas.
El terremoto del 6 de febrero provocó pánico en Alepo y muchas familias se refugiaron en centros de acogida, ya que sus casas quedaron destruidas o dañadas.
Los corresponsales de AFP vieron en los primeros días a decenas de familias dormir en parques y plazas públicas, o bien refugiarse con sus hijos aterrorizados en coches, a pesar del frío.
Aunque las paredes de su casa siguen en pie, Sarkis Hagopian, un barbero de 21 años, se refugió con sus padres en un centro que depende de un monasterio. A su llegada, comenzó a ofrecer cortes gratuitos a los sobrevivientes.
"Soy barbero y no sé hacer nada más, así que ofrecí este servicio", detalla.
Desde el terremoto, viaja de un refugio a otro con su material, lo que le valió el apodo de "Sako el barbero", y la gratitud de los habitantes.
"En una situación así, hay que estar unidos. Así se supera la catástrofe", dice.
Sona Slokjian, que organiza espectáculos para niños, recorre también los centros de acogida acompañada de un payaso, con la esperanza de hacer olvidar el recuerdo traumático del sismo.
"Veo el miedo en sus ojos, pero al cabo de quince minutos se olvidan", afirma esta rubia de 38 años, vestida con un vestido rojo y blanco y cintas en su cabello.
Desde hace unas dos semanas, cada tarde, viaja de centro en centro con sus dos hijas y otros voluntarios para actuar. "Un niño necesita comer y beber, pero también quiere jugar y olvidar", destaca.