El amor por la naturaleza germina con la exposición María Sada: Biofilia en el Museo Nacional de Arte (Munal), que se instala con el ruido brutal de una cascada, la espiral de una amonita de 350 millones de años, la ensoñación brumosa en un bosque de niebla y la devastación que provocan los incendios. Los grandes maestros del paisajismo y el naturalismo, entre ellos José María Velasco, Félix Parra, Dr. Atl y Tina Modotti, se unen en un diálogo con las pinceladas preciosistas de la artista regiomontana.
“Uno de los puntos que subrayamos es que se trata de una exposición sin dogmatismo. No estamos en un discurso de ecología, sino de cómo arte y naturaleza se convierten en agentes poderosos de comunicación y reflexión”, declaró el curador Héctor Palhares en conferencia de prensa.
En Biofilia, que se inauguró ayer y suma unas de 70 piezas, algunas de ellas realizadas ex profeso para la muestra, se incluyen pintura, escultura, fotografía y arte decorativo. El pormenor de una hoja o una rama, un tronco que recobra sentido en medio de la sala, son parte del preciosismo de María Sada que convive con ecos de artistas viajeros y científicos del paisaje que existieron hace siglos, todos dan cuenta del hombre frente a la vida, de pie frente al entorno.
En 1986, el biólogo estadunidense Edward O. Wilson asignó la palabra biofilia, a partir del griego, al amor por la vida, a la naturaleza y a todo el entorno, relató María Sada (Monterrey, 1954) durante el encuentro con los medios. A partir de este concepto, aunque ya trabajaba en el paisajismo, fue capaz de profundizar. En las lecturas de libros de biólogos y viajeros, además de artistas, logra un acercamiento y comprensión de dónde vivimos y cuál es nuestra relación con este mundo.
Una declaratoria que sintetiza este amor de Sada se conjunta en el mosaico de pinturas en pequeño formato que da título a la exposición. El gusto por la naturaleza se reforzó después de leer a Wilson, lo que llevó a la revisión de algunas piezas, entre éstas la mirada de un gorila en un zoológico de Ámsterdam, una cascada en Islandia que, con un ruido brutal, perfora la tierra, el río Amazonas inundando, la selva llena de sonidos de aves, un árbol antiguo que cicatriza, un fósil de 350 millones cuya espiral hace pensar en la evolución y el mar Caribe en el centro, que cobija la vida.
Destacan unas cajitas japonesas, usadas como moldes para hacer dulces que, intervenidas con imágenes de aves y flores, parecen flotar sobre pétalos de buganvilias que dan la bienvenida al visitante en el segundo piso del museo en Tacuba 8, en el Centro Histórico. En esta sala, las imágenes de rosas, alcatraces y bromelias conversan con las obras de otros creadores que la anteceden. Óleos, maderas de sabino, papel amate y lino son algunos de los materiales en la exposición temporal que hacen soñar con la naturaleza.
También, un colorido óleo de un musculoso cuerpo masculino, junto a una fotografía de Saturnino Herrán, es una declaratoria del interés por la figura humana y el desnudo que desarrolló María Sada en etapas tempranas de su trabajo, antes de decantarse por las veredas en medio de bosques y selvas.
Carmen Gaitán, directora del recinto, expresó: “Me conmovió profundamente esta pincelada delicada, certera, acuciosa, entregada, en la que podemos ver una reflexión profunda, una mística, una manera de estar en el mundo y entenderlo”, dijo al introducir la obra de Sada exhibida en el Munal, donde incita al entendimiento de que no debemos destruir nuestro entorno.
Destacó que la artista innovó en las formas tradicionales del arte, entre éstas el entendimiento del paisajismo utilizando un discurso contemporáneo. “Custodiamos aquí un acervo muy importante de paisajistas mexicanos, con José María Velasco a la cabeza”, que se engarza hasta Sada desde una tradición muy lejana en el estudio de la naturaleza y el preciosismo de lo que nos da vida, como el público podrá constatar hasta el 25 de junio, cuando concluye la exhibición, la primera que inaugura este año el Munal.