“No me gusta el minimalismo”, sostuvo ayer el enemigo de la abstracción Pedro Friedeberg (Florencia, 1936), en la galería MAIA Contemporary, donde su visión es ostensible en su más reciente obra, exhibida en Hipnerotomagia, que ofrece un viaje onírico al conjugar la belleza de la aritmética, la obsesión por la geometría y paisajes con patrones que se repiten, sin faltar los objetos poéticos y los que se burlan de la vida cotidiana.
“El arte es un capricho”, declaró ante sus obras figurativas, con elementos insólitos, eróticos y de ensueño, que nacieron de la inspiración de uno de sus libros favoritos, Hypnerotomachia Poliphili, publicado en 1499. “El color no es absolutamente necesario, pero sí añade algo a la tristeza de la vida diaria”, deslizó en conferencia de prensa.
La Gioconda es multiplicada con 17 bocas en su enigmática y erótica sonrisa en la galería donde se instaló la serie de pinturas y esculturas en la exposición que se inauguró el 8 de febrero. Este eco de Da Vinci fue el último cuadro que pintó Friedeberg, apenas un par de días antes de colgar las piezas en los muros en la colonia Roma, como reveló el propio artista.
En otro de sus cuadros se admiran botellas de Coca-Cola junto a columnas griegas, blancas esculturas helénicas, pirámides y voluptuosas mujeres renacentistas al lado de modernos edificios de los que sobresalen muros moldeados con el rostro de la Monna Lisa. En Hipnerotomagia se exhiben pinturas y esculturas elaboradas durante los últimos tres años, aunque principalmente del año pasado y el actual.
El origen de estas piezas surgen de Hypnerotomachia Poliphili, libro atribuido por algunos a Francesco Colonna, quien narra, durante el nacimiento del siglo XVI, una historia bizarra, erótica y alegórica de un hombre que atraviesa por el terreno de los sueños para conquistar el amor. La obra literaria estaba acompañada con ilustraciones en técnica de xilografía.
“En sus tiempos era un viaje amoroso por un jardín bonito donde descubrían plantas especiales, mujeres muy hermosas, ríos caudalosos y arquitecturas muy bizantinas”, contó sobre la obra del fraile veneciano que se publicó antes de la invención de la imprenta, la cual, aclaró, escogió “no para ilustrarla, sino inspirarse”, pues de alguna forma tienen traducciones visuales, expresó quien también se llamó a sí mismo “un enamorado del pasado, que es tan rico”, como los mayas o totonacas.
“Aquí hay ornamentos del renacimiento, formas vegetales, animales, sobre todo hay muchas cosas que me gustan mucho, que son los logotipos de las marcas”, que se asemejan a ver “cinitos”, como querían los futuristas italianos hace cien años. Batman o una cebra son los elementos para experimentar con las formas y distorsionarlas.
Salir con los ojos abiertos
Una enciclopedia visual se hospeda en su mente, con el conocimiento de la estética y la imagen. “Hay que salir con los ojos abiertos”, dijo Pedro Friedeberg en referencia a la visita de lugares como Acapulco, Cuernavaca o Veracruz. En México “tenemos como 8 mil elementos, al salir a la calle puedes ver un perro sarnoso, un pordiosero, una señora millonaria peinándose en el salón de belleza. Lo mismo sucede al abrir un libro, ver un caballo e interpretarlo en distintos colores y 14 formas”.
Sobre su interés por las tonalidades, declaró que le fascina el turquesa, el lapislázuli y el dorado; “me gustan todos, menos el verde”. Usa los colores “para separar los elementos”, aunque la perspectiva es más idónea en blanco y negro, dijo el artista de 87 años, afable, dispuesto a la conversación, bromista a la hora de posar ante sus cuadros de geometrías repetidas, que lo mismo incluyen a Batman y Superman, junto a un perro, las tres gracias renacentistas y pasillos infinitos. Por momentos miraba atónito a la numerosa concurrencia de periodistas que acudieron a su exposición en la galería ubicada en Colima 159, colonia Roma Norte.
Llegó a México en 1939, cuando era niño, junto con sus padres, judíos alemanes que buscaron refugio en nuestro país durante la Segunda Guerra Mundial. “Yo tengo fe en que esto de los celulares acabe en unos años, como la máquina de escribir”, es la esperanza por las generaciones actuales, pues vivimos una época con una comunicación muy pobre.
Sostenido por una mano abierta, sobresale un tercer pie gigante, desnudo, sentado sobre uno de sus muebles fantásticos. Varios de éstos también se exponen en la galería, entre espejos de los que emanan múltiples manos. Lo más reciente de su trabajo denota vínculos con la historia del arte, la arquitectura y la ciencia, así como con elementos de contenido semiótico, además de una clara y pensada numeración con un significado euclidiano y de geometría sagrada, fundamental en su obra.
“¿Cuál es la mirada necesaria para ir a Hipnerotomagia?”, se le soltó a Pedro Friedeberg. Tras unos segundos, el artista, con los ojos cerrados y las manos tocando su cabeza, sentenció: “El significado es el absurdo y el ridículo”, después dijo que alguien definió el surrealismo como encontrar una máquina de coser sobre la mesa de operaciones, pues hay objetos poéticos creados por el absurdo. “Mi gran batalla ha sido contra el arte abstracto. Me parece una premisa pobre el arte abstracto y el minimalista. Hay que enriquecer el arte con muchas imágenes. Hay arte muy bueno en México, pero también arte muy aburrido”.
“Maestro, ¿qué le hace falta en la vida?”, le preguntó una periodista cuando terminaba de posar y caminar entre sus piezas de sueños y erotismo. Friedeberg, acorralado entre grabadoras, micrófonos y celulares, respondió: “Tiempo”.