Nik Cohn sería reconocido como el periodista cuyo artículo inspiró la película Fiebre de sábado por la noche, pero antes de consagrarse fue un joven reportero de una ciudad, que le tomó el pulso a la primera ola de rocanrol: Auambabuluba BalamBambú compila sus impresiones, reditado por Felguera Ediciones.
Hay que entender el espíritu de los tiempos para entrarle a la perspectiva de Auambabuluba BalamBambú, de Nik Cohn, periodista británico que era adolescente durante el pico de popularidad del rock en Londres, donde la música de los jóvenes se transformó en el mayor producto de exportación; aún más importante, en su forma embrionaria, el rock presicodelia catalizó una visión compuesta de discos simples de 45 revoluciones. El autor atravesó su juventud en una época en que el molde era nuevo y el truco simple. Lo llamativo es que, trátese de Estados Unidos o de Inglaterra, hubo una enorme cantidad de solistas que rodeaban el estilo sin despegarse de una forma más anticuada. Para pasar de ser sólo una banda más a romper la pared y convertirse en lo que Cohn consideró un acto trascendente, era necesario poseer una combinación de carisma escénico, talento para interpretar composiciones no necesariamente propias y, en algunos casos, cierta comprensión de su propia capacidad para regenerarse y, finalmente, llegar a un grado de adoración del cual nadie suele volver más creativo. Cohn plasmó la aceleración de una cultura que elevó y descartó a sus ídolos a una nueva velocidad.
El cambio en la cultura joven significó que un par de aportes distintivos en la guitarra, lo suficientemente poco sutiles como para repetirlos hasta el infinito, un gesto moderado de desprecio y un poco más, bastaran para crear mitos indestructibles: Eddie Cochran era capaz de incluir su riff característico en los dos lados del mismo simple, no era intencional y el resultado fue contagioso, lo suficientemente perverso para encantar a los jóvenes, pero poseedor de una inocencia que le permitió no ser linchado por agrupaciones ligadas a la moralidad. En el libro se elogia la manera en que unos pasos de baile y unos puntos más de volumen significaron un corte de mangas mágico hacia las generaciones previas.
Por cada concursante al trono, una habilidad
Por cada concursante al trono, una habilidad diferente: Gene Vincent lucía peligroso sobre el escenario, como un motociclista con tenencia de armas y poca paciencia; Buddy Holly podía extrapolar elementos del escenario novedoso de los secundarios, donde se desarrollaba el drama juvenil y crear canciones que apelaran a sentimientos humanos en menos de tres minutos. Otros se beneficiaron de su buen aspecto o, como Bill Halley, de tener el reloj sincronizado a la hora indicada; algunos hasta parecían intercambiables, meros héroes accidentales con capacidad de menearse o enternecer a sus consumidores potenciales. Así, personaje a personaje, se va completando de a poco la primera revisión del rocanrol, lo que no significa que en las décadas posteriores hayan resurgido héroes olvidados, renegados, cuya ubicación geográfica o nivel de salvajismo los hizo candidatos perfectos para una valorización post mórtem.
La era de los grupos en el rock significó para Cohn una continuación del espíritu anterior y el comienzo del fin, la industria no era capaz de lanzar la suficiente cantidad de solistas y The Beatles hicieron el resto del trabajo, incluso antes de los discos con concepto y la valorización de las letras vía Dylan, el poder destellante de los de Liverpool significó en Estados Unidos bastante más que la creación de la idea del megaestrellato. Bajo este efecto, hasta The Monkees, formados para protagonizar un show televisivo, lanzaron unos versos casi amenazantes: “Encontrarás mi nombre en tu libro de reglas”.
Auambabuluba BalamBambú quita el velo sobre la idealización de los años 60 en la música; hay decenas de actos olvidables, clones de viejos cantantes vestidos con ropas novedosas, oportunistas o afortunados que forjaron una carrera, beneficiados por la gran explosión y entre toda esa mezcla es que el oyente debía buscar para encontrar un par de experiencias especiales. Para el autor, “los artistas negros suelen ser mucho más interesantes que sus pares blancos”. Phil Spector es nombrado como el arquetipo del productor estrella enloquecido, capaz de apilar éxitos memorables hasta volverse multimillonario, generando aún entonces la pregunta: ¿Qué queda en la vida de un artista luego de convertirse en un estandarte del superpop?
La sicodelia fue el cierre del rocanrol tal como lo quería Cohn; la figura del jipi y los diferentes aspectos de la contracultura suponían un código que alejaba al gran público. Sobre el final, Cohn miró horrorizado un show estroboscópico de Pink Floyd con Syd Barrett, uno puede imaginarse no sólo el cambio estilístico, sino que este último y compañía estiran una versión de Interstellar Overdrive hasta disolverla, un desprecio al poder de síntesis de la era anterior, mientras el público enloquece y el grupo mira hacia el suelo.