Ciudad de México. En el centro del ring destaca el nudo de piernas y brazos de dos luchadores trenzados. De súbito, el público mira que está a punto de suceder un sacrilegio: la mano brutal de Templario jala la máscara de su oponente. El grito gutural, casi agónico, implora: “¡Noooo!, ¡no le quites la máscara!”
Dragón Rojo Jr. y Templario contendieron por convertirse en el Rey del Aire VIP 2023 del Consejo Mundial de Lucha Libre, en la Arena México la noche del viernes 27 de enero, luego de superar a otros ocho luchadores aspirantes de esa distinción. La función incluyó otros tres encuentros, uno de los cuales fue protagonizado por seis luchadoras.
Mientras Dragón Rojo Jr. se aferraba con angustia a su capucha, los concurrentes levantaron brazos frenéticos, se llevaron las manos a la cabeza. En segundos que parecieron eternos, volvieron a desgañitarse: “¡Nooo!” Los niños trataban de mirar mejor y se recargaban en los asientos de adelante. La tensión se notó debajo de las pequeñas máscaras que usan. Algún aficionado tiró su cerveza al piso y ni se dio cuenta. Una anciana gritó hasta que su voz se convirtió en susurro: ¡La máscara no!
Templario obedeció y detuvo su intento, pero en un instante se convirtió en la víctima. Dragón Rojo Jr. lo dominó y se esforzó también en despojar al otro de la prenda distintiva en este deporte espectáculo. La reacción de los asistentes fue menor, exhaustos parecían aceptar el final trágico. Atestiguaban el inminente apocalipsis. Sin embargo, ninguna máscara fue arrancada esa noche.
La máscara reina en este recinto de la colonia Doctores en la Ciudad de México. Antes de iniciar la función nocturna, la zona congrega a cientos de personas. Los tradicionales establecimientos de comida se dividen el espacio con puestos donde se venden máscaras, camisetas, llaveros y parafernalia. El bullicio de las animadas conversaciones sólo es cortada por los ofrecimientos: “¡Tacos, tacos, pásele!” y “¡Máscaras de a 50!”
Miles de diseños variados
Hay vehículos estacionados al frente de la arena con nombres y efigies de luchadores; un camión ofrece fotos y firma de autógrafos de Soberano Jr. En las paredes hay pinturas con la faz de celebridades de la lucha. Es el reino de la máscara; en los puestos ambulantes hay miles de ellas, con variedad de diseños, que refieren a figuras conocidas o no, al lado de muñecos del reconocido KeMonito, quien asistió a los combates, cuyo precio es de 200 pesos.
Las personas van arribando a la función; una familia típica de madre, padre e hijo pequeño pasa mirando todo detrás de sus máscaras.
Una vendedora de alrededor de 40 años contó a este diario que cada noche le compran entre 20 y 30 máscaras, cuyo valor oscila entre 150 pesos, si son para niños, y 200 las de adulto; 50 pesos por las más económicas. Recuerda que desde hace 30 años se dedica a esta labor.
El interior de la Arena México vive su propio bullicio. Los asistentes buscan asiento, mientras charlan felices y expresan sus expectativas para la noche. Hay asiduos aficionados y los eventuales. Un grupo de jóvenes de tez blanca se hace de sus lugares. Uno de ellos dice medio en serio, medio en broma, que ahí “no salpica el sudor”. Más adelante ironiza: “¿Qué me van a hacer? Mi mamá dijo que no viniera a esto”; durante los combates, pregunta con cierta inocencia: “¿Esos son los técnicos o los rudos?”
Las máscaras brillan cuando las luces se apagan y el público queda sumido en la semipenumbra; se distinguen entre el butaquerío por los reflejos de sus motivos plateados o dorados y las telas de las que están hechas. Los reflectores se concentran en el cuadrilátero. Se escuchan los silbidos del respetable.
Las emociones se incrementan, aparece Místico y pide aplausos, compite por la ovación con Dragón Rojo Jr.
En la zona llamada “ring rojo”, un grupo de jóvenes extranjeros enmascarados conversa en inglés. Unos a otros se cuentan de qué trata lo que observan. Durante los combates son los más exaltados, agitan la reja cercana, se levantan de su asiento y gritan “¡Mistícou!, ¡Misticú, ¡Mishikoo!”
Los seis foráneos también aventuran insultos en su español chapucero. Para la foto, uno de ellos extiende los brazos y muestra su musculatura mientras gruñe. A duras penas entienden quién gana cada combate.
Alrededor de las 10:30 de la noche se apagan las luces y los luchadores abandonan el ring. La emoción se detiene y varios niños duermen. Sus padres los cargan a casa. Las máscaras, como en el mismo sortilegio que las hizo aparecer sobre los rostros, desaparecen en las afueras de la Arena México. Las personas ya pueden ir en paz, la lucha y su magia han terminado por esta noche.