Dos sismos de magnitud 7.8 y 7.5 azotaron una amplia región del sur de Turquía en sus límites con Siria, ocasionando una enorme cantidad de colapsos de edificios residenciales en varias ciudades y, hasta el momento, se contabilizan cerca de 40 mil fallecimientos. Se conoce sobradamente la enorme peligrosidad sísmica de esa región, aunque los estudios de efectos adversos de los sismos han subestimado sus potencialidades. Sin embargo, se ha tenido claro el factor de vulnerabilidad de las edificaciones, ya que se sabía que no habían sido construidas apegadas a las normas existentes, con todo y las limitaciones señaladas. Financiamientos para investigación sísmica e ingenieril han sido erogados desde instancias municipales hasta de organizaciones financieras internacionales, como el Banco Mundial, y sus productos difundidos. El problema es que los desastres tienen un componente esencialmente social que debe ser, también de manera esencial, incorporado al entendimiento de potenciales desastres. Éstos no son espontáneas apariciones de desgracia humana, son versiones negativas de ciclos del devenir humano.
La región afectada por los sismos en cuestión tiene características importantes que contribuyeron a la configuración de ese desastre, ya catalogado como el más grande de Europa por funcionarios de la Organización Mundial de la Salud. Además de la alta sismicidad la condición geopolítica que define inestabilidad política regional, con serios problemas de desarrollo socioeconómico y en condiciones permanentes de conflicto armado. Esto vale más directamente para el territorio sirio, pero también aplica a la parte turca que ha mantenido asedio de las potencias del llamado “occidente global”. Turquía es un miembro estratégico de la OTAN que, sin embargo, no se pliega a los dictados de la élites que gobiernan esa organización militar trasnacional, y el presidente turco sobrevivió un intento de golpe de Estado en 2016 y a la animadversión de los controles mediáticos que dan cuenta pormenorizada del desastre actual.
Otra circunstancia que ha intervenido en la magnitud del desastre turco es su modelo de “gestión de emergencias” inútil para la prevención y que deriva de la vinculación europea y sus “paradigmas” de cómo enfrentar los riesgos de desastre. Desde luego, la incorporación inherente de ese famoso concepto tan difundido por su capacidad de simulación (fingimiento) que es el de “resiliencia”, como la creación de fortalezas antiriesgo termina por ser desenmascarado por los propios desastres. Poner las barbas a remojar no es mala idea.
Desde luego que la huella del neoliberalismo está presente y en primer lugar entre las causas centrales del desastre turco-sirio. Los llamados “Tigres de Anatolia” o “capital verde” o capital islámico modelaron los ámbitos urbanos turcos que introdujeron cambios importantes en las políticas económicas nacionales para conformar “arreglos de gobernanza local favorables a las empresas”, entre las que destacaron las inmobiliarias. Por otro lado, la búsqueda de responsables obvios e inmediatos de la tragedia no ha tardado y la aprehensión de los más de 130 involucrados en la construcción ilegal de edificios vulnerables al colapso sísmico se ha hecho presente. Son personas las judiciables, pero también es un sistema de relaciones sociales y económicas que las ha permitido. El proceso del desastre en Turquía y Siria continúa su marcha y la conversión de la tragedia en una magna crisis humanitaria está en fase de desarrollo. Poner las “barbas a remojar” nos recuerda que similares procesos de desmesura del capital de las inmobiliarias se han sufrido en la Ciudad de México y en otras urbes importantes, como Puebla y Guadalajara. En el primer caso, el reconocimiento formal del gobierno de la ciudad de al menos 415 inmuebles vulnerables a fuertes sismos, así como la deuda aún no saldada del todo para las decenas de personas fallecidas y para quienes perdieron bienes por los sismos de 2017, nos obliga a renfocar el problema del llamado “cartel inmobiliario” en la Ciudad de México como un ejemplo de esos procesos de urbanización potencialmente desastrosos que ocurren en todo el país.
En Turquía se arrestaron a responsables de edificios colapsados y, en contraste, en nuestra nación no se ha logrado aún arribar a la identificación y judicialización de los causantes reales de esas muertes. Ése es un tema clave, es medular para prevenir desastres y es tan importante como la investigación en sismología, la ingeniería estructural y los cuestionables intentos de expansión de la alerta sísmica y sus temibles sirenas.
* Investigador del Ciesas-México
** Director del Cupreder-BUAP