Ciudad de México. La materia prima con la que se confeccionan las máscaras de luchadores en México es la imaginación, elemento que se ha mezclado durante nueve décadas con el arte popular para transformar esa prenda en un símbolo inconfundible de identidad nacional.
El 21 de septiembre se celebran 90 años de la fundación del Consejo Mundial de Lucha Libre (CMLL), fecha que se ha convertido en el Día Nacional de la Lucha Libre y del Luchador Profesional Mexicano.
Para comenzar los festejos, presentamos en estas páginas diversos testimonios y reflexiones alrededor del preciado objeto que en muchos casos es la columna vertebral de ese deporte. Como bien definió Carlos Monsiváis (1938-2010), en el ring la máscara fulgura como “el recurso teatral óptimo, al mismo tiempo intimidador y divertido, amenazante y jocoso; se presta a las complicidades del espectador”.
En los años 80, el cronista tuvo voz de profeta al vaticinar que habría exposiciones de esas piezas en los museos de arte, como ocurre en nuestros días, pues la lucha libre en el país, en virtud del uso de la máscara, “es ya un género expresivo y fantástico del más alto orden”, puntualizó entonces el autor.
Si en un principio los arquetipos del rostro superpuesto o del rostro fantástico (como El hombre de la máscara de hierro o El fantasma de la ópera) aterraban, exorcizaban o intimidaban, las máscaras de luchadores se convirtieron “en la idea del rostro deseable, el rostro que cada quien hubiese querido tener, y gracias a eso se ha extendido (su uso) de manera tan extraordinaria”, detalla el periodista en el documental Gladiadores en la arena mexicana, realizado hace cuatro décadas por Televisión Española.
“Sin las máscaras –continúa Monsiváis en esa cinta–, la variedad de la lucha libre sería mucho menos expresiva. En los años 50 eran dos o tres luchadores muy famosos, el Santo, Blue Demon o Médico Asesino; para los 70 se masificó, y en este momento (años 80) podemos decir que de los 4 mil luchadores que hay en México, 2 mil 800 usan máscara, lo cual puede tener que ver con razones sociológicas, estéticas o de toda índole, pero, sobre todo, con la construcción social de la lucha libre como fenómeno evidentemente teatral”.
Fiel aficionado y coleccionista de multitud de objetos relacionados con la lucha libre, Monsiváis acertó al afirmar que en el pancracio la máscara “permite imaginar qué clase de rostros anidarán tras esas telas y se presta a la imaginación de sastres o familiares.
“A las razones que propongo para el uso masivo de la máscara seguramente se opondrán los luchadores, a quienes no les queda de ningún modo reconocer el carácter tan esencialmente teatral del espectáculo, al margen de todo lo que tiene que ver con la resistencia física y su capacidad deportiva. Por eso creo que es importante oír cómo explican los luchadores el uso”, propuso en esa ocasión el autor de Los rituales del caos.
Leamos ahora qué opinan los enmascarados del siglo XXI, mascareros, coleccionistas y vendedores, todos ellos, a fin de cuentas, apasionados por esa prenda que prodiga desde amor patrio, hasta misterio y poder transfigurador.