A un año del inicio de la Operación Militar Especial (OME) ordenada por el presidente ruso, Vladimir Putin, contra el régimen neonazi de Volodymir Zelensky, el Kremlin libra una guerra en toda regla contra el “Occidente colectivo”: el bloque de la OTAN (salvo Turquía y Hungría) hegemonizado por Estados Unidos. Rusia ha sobrevivido a la avalancha de sanciones y la casi total desconexión de su economía de los círculos comerciales y financieros controlados por EU y sus aliados, y se ha sumado a la construcción de un orden mundial multipolar sin la hegemonía del dólar, no exento de riesgos incluido el nuclear. La guerra entró en una nueva fase el 30 de septiembre pasado, cuando tras la integración de cuatro regiones ucranias (Donietsk, Lugansk, Jersón y Zaporiyia) a Rusia, Putin declaró la oposición del Kremlin a la hegemonía liberal occidental −dando inicio a una “guerra de civilizaciones”− y procedió a la destrucción periódica de infraestructuras técnico-militares y energéticas de Ucrania con bombardeos de misiles.
Hoy el conflicto bélico se caracteriza por un relativo equilibrio de poder, dada la decisión de Washington y Kiev de continuar lo que de facto ha devenido en el inicio de una tercera guerra mundial (Emmanuel Todd dixit) hasta ahora limitada, que podría derivar en un apocalipsis nuclear. Putin ha dicho que si Rusia llega a enfrentar la posibilidad de una derrota militar directa ante los países de la OTAN, con ocupación de su territorio y pérdida de soberanía, utilizará armas nucleares (tácticas o estratégicas, con la consiguiente destrucción de la humanidad). Para Rusia se trata de un desafío existencial como país, Estado y pueblo. Putin y el Kremlin ya no creen en Occidente. Con Joe Biden y su hermético círculo neoconservador en la Casa Blanca (el combo rusófobo integrado por la capo Victoria Nuland, el secretario de Estado, Antony Blinken, y el consejero de Seguridad Nacional, Jake Sullivan), Rusia fue arrinconada por la estrategia de expansión geopolítica EU/OTAN y para Moscú la guerra pasó de ser una defensa de la soberanía nacional a un choque de civilizaciones.
En ese contexto cobran relevancia las versiones sobre la autoría intelectual y operativa de los sabotajes con explosivos C4 a los gasoductos Nord Stream 1 y 2 en el Báltico en septiembre pasado, y la repentina histeria con fines diversionistas sobre los “globos espías chinos” en Estados Unidos. En particular, el informe de Seymour Hersh, basado en una fuente anónima, que atribuyó directamente a Biden y sus tres tóxicos halcones: Blinken, Sullivan y Nuland, la decisión de destruir la infraestructura gasística rusa −cuyo tramo 2 fue construido con financiación de varias compañías: 49 por ciento de la petrolera británica Shell, la francesa Engie, la austriaca OMV y las alemanas Uniper y Wintershall Dea y 51 por ciento de la corporación rusa Gazprom−, calificándola como un “acto de guerra” que comenzó a planificarse en diciembre de 2021, dos meses antes de la OME lanzada por Putin.
Según Hersh −quien citó amenazas de Biden y Nuland previas al sabotaje en el sentido de que si Rusia invadía Ucrania el Nord Stream 2 sería destruido−, la operación militar encubierta se planificó durante nueve meses en reuniones ultrasecretas convocadas por Sullivan en la sede de la Junta Asesora de Inteligencia Exterior del presidente, con participación de miembros del Estado Mayor Conjunto, la CIA y los Departamentos de Estado y del Tesoro. Hersh ubica al gobierno y la Marina de Noruega como un accesorio esencial de los sabotajes (considerado “terrorismo internacional” por Rusia), y afirma que la colocación de los explosivos C4 en las tuberías usó como cobertura el ejercicio militar Operaciones Bálticas 22 de la OTAN, realizadas en la isla danesa de Bornholm en junio del año pasado.
Pese a incoherencias narrativas, existe consenso en que la filtración a Hersh provino de un miembro del Deep State (Estado profundo) con una agenda muy precisa en la interna estadunidense, ya que golpea a Biden y su combo de neoliberales straussianos: Sullivan, Blinken y Nuland, y deja limpios a la CIA, al M16 británico, a la alianza de espionaje Cinco Ojos (integrada por EU, Reino Unido, Canadá, Australia y Nueva Zelanda), y a los gobiernos de Polonia, Dinamarca, Alemania y Suecia.
Según el portavoz chino Wang Wenbin, tras la difusión del artículo de Hersh los medios hegemónicos occidentales enmudecieron y cayeron en una suerte de “afasia colectiva”; aunque algunos decidieron disparar al mensajero presentándolo como un periodista “desacreditado”, “teórico de la conspiración”, “conspiparanoico”. A su vez, y de acuerdo con una carta anónima recibida por el periodista estadunidense John Dugan, quien facilitó el texto a la agencia rusa RIA Novosti, los explosivos C4 habrían sido colocados en las tuberías del Nord Stream 1 y 2 por buzos de EU que fueron recibidos el 15 de junio de 2022 por un vicealmirante de la Sexta Flota en el marco de los ejercicios BALTOPS22.
La semana pasada, cuando Nuland alentaba al régimen de Zelensky a lanzar ataques contra blancos militares en Crimea por ser “objetivos legítimos”, existían indicios de que la “burbuja” narrativa de Ucrania está pinchada y la derrota militar de Kiev a corto o mediano plazos parece inevitable. Sectores del Pentágono sostienen que Ucrania está “comiendo” demasiado del inventario armamentístico de EU y que hay que apretar de inmediato el “cerco de disuasión” militar en torno a China, el “enemigo principal” según consenso bipartidista. En su viaje secreto a Kiev en enero, el jefe de la CIA, Bill Burns −quien no toma partido por el programa de Nuland−, le habría dicho a Zelensky que la ayuda financiera de Washington se estrechará el próximo verano y terminará en el momento en que esté en pleno apogeo la temporada de primarias en EU. El principal desafío de la CIA es China, ratificó Burns. A ello se suman la marcha atrás de Blinken en retomar Crimea, considerado una “línea roja” por Putin; un informe de la RAND que afirma que un conflicto militar directo de la OTAN con Rusia no redunda en interés de EU, y la operación sicológica ovni como refuerzo de la histeria de los globos chinos. A su vez, Olexii Arestovich, asesor de alto rango de Zelensky, dijo a finales de enero que “es posible que la guerra no termine como los ucranios esperan” y esbozó un escenario similar al de las dos Coreas…