Estacionada en la bocacalle, Graciela abre la cajuela de su coche en el momento en que Blanca, su socia en la venta de comida, baja de un taxi cargando una canasta llena de botellas con diferentes salsas.
Graciela: –¿Qué pasó? Ayer me quedé esperándote.
Blanca: –Perdona que no haya venido, pero es que tuve un problema. En la mañana mi suegra quiso que la acompañara hasta su casa, y después del favor que nos hizo quedándose con los niños, ni modo de negarme.
Graciela: –Pobre de ti, hacer el viaje hasta la San Felipe, y con el tráfico que hay…
Blanca: –El problema no fue el viaje, sino que cuando llegamos a la casa, mi suegra se dio cuenta de que había dejado sus llaves adentro y tuve que ir por un cerrajero. El hombre dijo que iban a ser doscientos cincuenta pesos y se tardó hasta las dos de la tarde. A esas horas, ¿qué caso tenía que viniera?
Graciela: –Cuando vi que no llegabas pensé que Taurino y tú estarían metidísimos en el recalentado. ¿Cómo estuvo la cosa?
Blanca: –Bien. Muy bien.
Graciela: –Como que no te oigo muy convencida. (Hace un guiño.) No seas gacha, por lo menos dime si valió la pena.
Blanca: –Pero, ¿qué quieres que te cuente?
Graciela: –¿Adónde te llevó el Taurino? (Ve que se acerca un cliente.) Yo lo atiendo. Tú mientras ve acomodando las salsas.
II
En cuanto los compradores se alejan, Graciela mete en una bosa de plástico el dinero de las ventas y Blanca revisa los restos de comida en las ollas de peltre.
Graciela: –Ibas a decirme adónde te llevó Taurino.
Blanca: –A un hotel que está cerca de la casa, porque como no tenemos coche… (Dobla unas servilletas de papel.) Entramos a pie y, no sabes, la gente que iba pasando se nos quedaba viendo y me sentí muy incómoda.
Graciela: –¿Por qué? Taurino es tu marido.
Blanca: –Pero la gente ha de haber pensado otra cosa.
Graciela: –¡Y a ti, qué! Lo importante es que Taurino y tú iban a poder pasar el Día de San Valentín juntos, solos, sin que los niños estuvieran interrumpiendo a cada rato.
Blanca: –Ay, sí. Deja que me tome un refresco porque en la mañana, con las prisas de hacer las salsas, no tuve tiempo ni de tomar agua. (Ve la calle desierta.) Creo que ya no va a venir nadie. Vámonos y te sigo contando en el camino.
III
Graciela (al volante.) –¿Cómo se portó el Taurino?
Blanca: –Bien lindo, bien tierno.
Graciela: –¿Llevaron algo de comer? Te lo pregunto porque Ricardo, en cuanto terminamos, luego luego me dice que tiene hambre y ahí va la tonta de yo a calentarle la cena.
Blanca: –De comer no llevamos nada, pero antes de entrar al hotel Taurino se detuvo en un estanquillo y compró un six de cervezas. Me ofreció unas papitas,pero le dije que mejor, cuando saliéramos, pasáramos a comernos unos tacos de birria con El Chamuco, porque él abre bien temprano. Un día te traigo.
Graciela: –Ay, olvídate de eso y ya dime cómo la pasaron…
Blanca: –¿Por qué te urge tanto que te lo cuente?
Graciela: –No sé, me emociona mucho; a lo mejor porque tú y yo nunca platicamos de cosas íntimas. De lo único que hablamos es de que todo está muy caro, de cómo van los chamacos en la escuela, de si estamos atrasadas en el pago de la tarjeta… ¡Qué hueva! (Hace una maniobra forzada.) Espérate, ahí hay un buen lugarcito para que me estacione. A ver, ahora sí, cuéntame.
Blanca: –Te advierto que las cosas no fueron como crees.
Graciela: –No me digas que se pelearon.
Blanca: –Ay, no, para nada; al contrario. Él estuvo de lo más amable y hasta me preguntó qué lado de la cama quería. Escogí la orilla, como en la casa, para estar más cerca de la puerta por si alguien toca.
Graciela: –Tonta, ¡pero si estabas en un hotel!
Blanca: –Por cierto, bonito y nada caro. ¿Sabes en cuánto nos salió el cuarto? Cuatrocientos, y eso que tenía una pantalla gigante, teléfono y agua caliente. Le propuse a Taurino que nos bañáramos juntos y dijo que me adelantara. ¡No sabes qué regadera! A la mía le salen tres hilos de agua, y eso cuando hay. Llamé a mi esposo para que se metiera a bañar, pero como no me contestó salí a ver qué le sucedía.
Graciela: –¿Se sintió mal?
Blanca: –No. Lo encontré bien, pero bien dormido y me dio lástima despertarlo. El pobre vive muerto de sueño: a diario se levanta a las cuatro de la mañana para ir temprano a Jamaica y correr al restorán. De allí vuelve tardísimo y tan cansado que a veces ni me saluda ni cena, nomás se tira en la cama.
Graciela: –Y mientras él dormía, ¿qué hiciste?
Blanca: –Me acosté a su lado esperando a que despertara, pero el colchón estaba tan rico que me quedé dormidísima como hacía años no me pasaba, entre otras cosas porque al lado de la casa abrieron una cantina y los borrachos hacen un ruidero espantoso, pero ni quién les diga nada.
Graciela: –A ver, a ver: ¿gastaron cuatrocientos pesos para ir a dormirse?
Blanca: –Y no me arrepiento: te juro que ha sido mi mejor noche de San Valentín. Es más, el año que entra, si Dios quiere, voy a decirle a Taurino que regresemos a ese hotel. Nada más de pensar en el agüita caliente y en el colchón ya me anda para que llegue otra vez el 14 de febrero.