El próximo día 24 se conmemora el Día de la Bandera, entrañable símbolo nacional que une a todos los mexicanos, por lo que en todo el país se van a realizar solemnes ceremonias. Alguna vez comentamos que el caso del lábaro patrio, por fortuna, no es como el de muchas mamacitas, que las festejan el 10 de mayo y el resto no les echan un lazo.
A la bandera todos los días le rinden homenaje, entre otros sitios, en el Zócalo capitalino, en las emocionantes ceremonias de izamiento y arriamiento de la bandera que se llevan a cabo a las ocho de la mañana y a las seis de la tarde. Al toque de tambores, tras emotivo saludo, es bajada lentamente y un grupo de soldados doblan con elaborado ritual el inmenso lienzo en un alarde de maestría, para escoltarla con solemnidad a su nicho en el interior del Palacio Nacional. Pesa más de 200 kilos, por lo que, a pesar de contar con un mecanismo eléctrico que la sube y baja, se necesitan 15 militares para doblarla y cargarla.
El asta, de 50 metros de altura, se colocó en 1952 y fue hasta 1957 que la plancha del Zócalo adquirió su aspecto actual. Sin embargo, el protagonismo que guarda ahora se dio a partir de la creación, en 1999, de las llamadas “banderas monumentales”.
Estos emblemas tienen un rico antecedente histórico en nuestro país, ya que eran utilizadas por los ejércitos prehispánicos. Los tlaxcaltecas, los aztecas y tecpanecas mostraban símbolos del Estado o de los jefes militares en sus banderas. Los cronistas españoles las describen con admiración. El estandarte azteca era impresionante por sus adornos de oro y plumas finísimas de mil colores. Clavijero cuenta que el abanderado llevaba el palo del estandarte fuertemente atado a la espalda.
Los estandartes de los tlaxcaltecas, que se aliaron a los conquistadores para dominar a los mexicas, impactaron al soldado que después haría la excelsa crónica, Bernal Díaz del Castillo, quien dice: “Aparecieron con sus banderas tendidas; y el ave blanca que tienen por armas que parece águila, con sus alas tendidas y traían sus alférez revolando sus banderas y estandartes”.
Los españoles, por su parte, tenían sus enseñas, entre las que resaltaba, según testimonio de Boturini, “la que tenía pintada una efigie de María Santísima, coronada de oro y rodeada de 12 estrellas, con sus manos juntas, con que ruega a su hijo proteja y esfuerce a los españoles a subyugar el imperio idolátrico a la fe católica”.
Durante el virreinato no hubo una bandera oficial; algunos virreyes utilizaban alguna española o con una imagen religiosa. Fue hasta la Independencia que surgieron como símbolo del nuevo país libre. El Supremo Consejo, reunido en Michoacán, emitió en 1815 un decreto para crear tres enseñas; el decreto lo firmó José María Morelos. Fray Servando Teresa de Mier escribió en 1816 que la bandera utilizada por los insurgentes era “blanca con la orillita azul, encarnada, amarilla y blanca y en medio el águila y el nopal”.
Los colores de nuestro actual pendón aparecen por primera vez en manos de los que enarbolaban las tropas de Guadalupe Victoria. En 1821, Agustín de Iturbide mandó confeccionar una bandera tricolor con una estrella en cada franja y, en la central, una corona imperial orlada con las palabras: Religión, Independencia y Unión, por lo que a esa bandera se le llamó de las Tres Garantías. El blanco representaba la Iglesia, el verde la Independencia y el rojo la Unión.
Consumada la Independencia, la Junta Provisional Gubernativa, por decreto del 2 de noviembre de 1821, ordenó un nuevo emblema tricolor, con el nopal y un águila coronada en el centro. Dos años más tarde, por Ley del Congreso Constituyente, se le quitó la corona al águila y se le adornó con los símbolos republicanos de las ramas de encino y laurel.
En lo sucesivo tuvo pocos cambios; uno de los más relevantes fue el que realizó Venustiano Carranza quien, prestando atención a un ensayo de Manuel Gamio –publicado en su libro Forjando Patria (Porrúa 1915)– mandó cambiar el águila europea por la mexicana, que ahora luce la bandera nacional.
Me parece que hay que festejar nuestro querido lábaro con comida mexicana y como es fin de mes y la patria personal está magra, vamos a comer unas buenas tortas al legendario Rey del Pavo, en la calle Palma 32. Obviamente la especialidad son las tortas de pavo y no cantan mal las rancheras las de ternera y las de bacalao. Una agua de guanábana o una cervecita para acompañar.