1. Jürgen Habermas (b. 1929), la principal figura de la “segunda” Escuela de Frankfurt que siguió y completó su “radical separación de la clase obrera” (M. Jay dixit) volteándose hacia los estudios de la comunicación, no sólo sigue siendo un importante teórico preocupado por los temas de la razón y la emancipación inherentes al lenguaje, el discurso y la deliberación en el “espacio público” (su término) −uno que a sus 93 años acaba de publicar un nuevo libro: A New Structural Transformation of the Public Sphere and Deliberative Politics (2022), una actualización de una sus obras clásicas de los 60.−, sino también un gran “intelectual público” que a lo largo de las últimas siete décadas (sic) intervino en una serie de importantes debates políticos. Desde su conocido choque con Martin Heidegger en 1953 por su falta de reflexividad respecto a sus vínculos con el nazismo, cuya “grandeza” seguía defendiendo, el tema principal de sus polémicas ha sido nuestra relación con la historia, algo que él denominó en los 80. como el “uso público” de la misma.
2. Su intervención en la Historikerstreit –“la disputa de los historiadores”− en Alemania Occidental a mitad de la década de los 80. en la que casi por sí sólo repeló tendencias conservadoras y nacionalistas en la historiografía alemana (E. Nolte, A. Hillgruber et al) que buscaban relativizar los crímenes del Tercer Reich −entre otros igualándolos con los crímenes del bolchevismo− sigue siendo paradigmática aquí. Una postura admirable, dado que con el paso del tiempo la idea de la (falsa) equivalencia nazismo-comunismo −el “neonoltenismo” (bit.ly/3lJt4zb)− se ha vuelto un lugar común en los círculos intelectuales (T. Snyder, A. Applebaum et al) influyendo tanto en la opinión pública como en la política (¡la guerra en Ucrania!). Y que el propio Habermas no temió “actualizarse” durante la (mal)denominada Historikerstreit 2 (bit.ly/3YDPzEj) −una disputa en torno a la “tóxica” centralidad del Holocausto en Alemania y las prohibiciones de compararlo con los crímenes del colonialismo− subrayando que “la memoria no debe ser un ‘catecismo congelado’, sino evolucionar para incluir otros traumas históricos”.
3. A contrapelo del consenso mainstream acerca de la reunificación alemana, Habermas alertaba del peligro del resurgimiento del nacionalismo. Recordaba que la Alemania unida había sido “una de las condiciones del nazismo” y que la división servía como “una evidencia de sus crímenes”. Gracias a estas advertencias −y todo un trabajo histórico previo ( Vergangenheitsbewältigung) que inscribió la memoria del Holocausto también en la conciencia histórica del nuevo país− la reunificación dio surgimiento a una suerte de “patriotismo constitucional” ( Verfassungspatriotismus), por el que abogaba Habermas como una vía de escape de las visiones étnicas de la nación. La aparición de partidos como Alternative für Deutschland (AfD), con su afán a resucitar el nacionalismo “völkisch” ha sido una reacción tardía y pormenor a este cambio histórico (bit.ly/3YZwi04), uno que si bien dio frutos, igualmente ya está agotado (bit.ly/3Efoork).
4. El “patriotismo constitucional”, era una suerte de pertenencia “posnacional” que Habermas postulaba también para Europa en su conjunto, depositando en la Unión Europea (UE) −al igual que muchos otros intelectuales de su generación como Zygmunt Bauman− sus esperanzas. E igual que Bauman, supo también criticarla denunciando la deriva tecnocrática de la eurozona y estragos de la desenfrenada globalización en ella ( The Crisis of the European Union: A Response, 2012). Para explicar el auge de la extrema derecha en vez apuntar vagamente a la “irracional reaparición del fascismo”, como gustaban hacer las élites liberales, apuntaba a las fallas concretas de las políticas de la UE. A las promesas incumplidas del neoliberalismo “que abrieron puertas a los falsos senderos del aislamiento nacionalista” ( Brexit). Y al establishment político que en vez de combatir a la extrema derecha se empeñaba a “rebasarla desde la derecha” volviéndose indistinguible de ella y acentuando la xenofobia (bit.ly/3xuFUnE). Todas estas críticas podían parecer un poco light, pero estaban a años luz del conformismo de la demás intelligentsia europeísta.
5. En contexto de la guerra de Ucrania, Habermas salió en defensa de la cautelosa postura alemana (fustigada por muchos como quedó evidenciado por el reciente affaire en torno al envío de tanques). Igual que en otras de sus intervenciones la preocupación central era el recrudecimiento de la extrema derecha, ahora en un clima del “entusiasmo de guerra”. Mientras el propio Olaf Scholz había anunciado “un cambio de época” ( Zeitenwende) −aumento de inversiones en la defensa y exportación de material bélico (aunque no de todo tipo y no en cantidades como quisieran algunos)−, para Habermas la controversia tenía que ver con “una brecha generacional” y “un choque de diferentes temporalidades y mentalidades” con la generación más vieja mostrando “cautelas entendibles” y con la propia Alemania “aún atada por su historia”. Para él lo que hacía Ucrania era “jugar con las culpas de Alemania”, mientras su “mentalidad histórica” también tenía que ser respetada (bit.ly/418nAi2). Si bien Habermas al belicismo anteponía “el enfoque dialógico ganado con tanto esfuerzo por su país”, igualmente apoyó el envío de armas (al final la defensa de Ucrania es legítima), una postura que −con ciertas reservaciones− repitió hace unos días (bit.ly/3IxRftF).