La persecución en la que vivimos, en la que nos encontramos los mexicanos en la actualidad, nos ha acompañado a lo largo de nuestra historia, desde la Conquista española.
No son tan sencillas las decisiones. La historia de México, además de la herida trágica constitutiva de toda la humanidad, es portadora de otras dos penetrantes heridas generadoras de gran persecución que llevamos en el interior: la pérdida de la lengua y la religión cubiertas con la colonización.
Heridas que aún hoy arrastran y se patentizan, en especial en las poblaciones marginales que viven en extrema pobreza, alienadas, excluidas, silenciadas, desterradas de sí mismas y con un mundo interno caótico que se confunde con la realidad exterior. El México enterrado que está y no vemos, que con gran agudeza captó Octavio Paz y luego Carlos Fuentes, entre otros.
¿Cómo se puede aclarar el enigma de la persecución y añadido a esto la corrupción? Cuando una parte mayoritaria de la población vive al margen del lenguaje oficial, con fallas severas en la capacidad de simbolización, agravadas aún más por no compartir la simbología de los citadinos medios y medio altos, distintos de la gente que proviene del campo, de donde son expulsados y acuden al espejismo de la ciudad al ser sometidos por la violencia del lenguaje o el lenguaje de la violencia, los mexicanos del campo emigraron a las ciudades. Y este proceso de adaptación llevará años, ¿o siglos?
Proceso sicológico persecutorio de difícil diferenciación de la corrupción sin origen, lo que a su vez es de difícil diferenciación de lo que se ha llamado el crimen organizado. Vivimos previamente en las pérdidas no elaboradas, sufridas desde la Conquista hasta la Independencia, la Revolución Mexicana o las guerras contra el narco. Mientras, el mexicano se decide “a no decidir”, aplaza, retrasa, posterga, simula y se aliena cada vez más.
Los mexicanos en duelos por pérdidas inelaborables, instalados en la pasividad, sumidos en el letargo, añorando la lengua materna que surge de la madre Tierra, cuyas raíces se hunden en el terruño, brindando sensación de pertenencia que hermana con el sol y con el agua, con la sangre y la tradición, tejiendo mil hebras simbólicas milenarias que arraigan en el canto de la palabra y la palabra del cuerpo.
Lengua natal que es gesto, susurro y quejido. Perdimos lengua y religión. Nuestros mitos fueron arrancados de raíz y peregrinamos como espectros, sin historia por los hijos no nombrados.
No llegan las plegarias de los mexicanos silenciados que han perdido voz y sólo conservan el grito y el sollozo, generadores de la persecución que nos ahoga. Ya no se sabe si el grito provocador proviene de dentro o de afuera. La realidad se confunde entre murmullos, plegarias, lamentos, silencios, persecuciones permanentes, corrupción, túnel del tiempo, agujero negro.