La junta de gobierno del Banco de México (BdeM) decidió incrementar medio punto las tasas de interés, llevándolas a 11 por ciento anual. La decisión unánime “ajusta la trayectoria que se requiere para que la inflación converja a su meta”. Esta junta, con mayoría de miembros propuestos y ratificados por la 4T, persiste en la idea de que aumentando el costo del dinero la inflación se alineará con la meta que miembros de la junta de hace muchos años acordaron: 3 por ciento más/menos un punto porcentual; meta que extrañamente estos 4T respetan. La decisión de aumentar 0.5 puntos porcentuales sorprendió, porque la Reserva Federal (Fed) decidió aumentar en enero sus tasas sólo un cuarto de punto, considerando que la inflación empezaba a ceder.
Este apego de la junta de gobierno a la concepción ortodoxa de la relación entre movimientos de precios y política monetaria está conceptualmente sustentado en el consenso monetario neoliberal. Consenso que, como sabemos, sirvió de base para modificar la legislación de muchos bancos centrales, autonomizándolos y otorgándoles el mandato fundamental de “mantener una inflación baja y estable”. Para esta visión ortodoxa los aumentos de precios se explican por excesos de demanda agregada. Por ello, para detener los incrementos de precios hay que frenar la demanda, lo que se logra aumentando las tasas de interés, encareciendo el crédito y, en consecuencia, encareciendo lo que pagan quienes tienen pasivos con los bancos.
Cuando se desataron los incrementos de precios en el mundo, muchos bancos centrales pensaron que se trataba de aumentos transitorios derivados de la reanimación de la actividad económica luego de superar la parte más dura de la pandemia. El problema inflacionario se mantuvo, lo que llevó a que los bancos centrales replantearan su manera de entender los aumentos de precios, acudiendo al modelo de economía convencional en el que se entiende que si aumentan los precios es que aumentó la demanda agregada. Para detener la demanda hay que aumentar las tasas de interés, lo que empezó un ciclo global de incrementos decididos por los banqueros centrales.
Se ha demostrado que los aumentos de precios que hemos vivido estos meses derivaron, como escribió Stiglitz en estas páginas, de choques de oferta ligados a la pandemia y cambios en el patrón de demanda, es decir, en lo que compran los consumidores. Por esto aumentar las tasas de interés no sirve. Lo que provoca es que se detengan procesos de inversión y compras de bienes duraderos. Se provoca que la recuperación que tímidamente restaba en curso se detuviera y que incluso hubiera riesgos recesivos. Los banqueros centrales dijeron que era el costo que había que pagar por detener la inflación. Frenarla es fundamental, nos dijeron, porque es un impuesto regresivo que afecta a quienes menos tienen.
Es cierto que los precios aumentaron en enero por encima de lo esperado, llegando a 7.91 por ciento y que la inflación subyacente, la que mejor refleja la inflación, llegó a 8.45 por ciento. Pero de esto no se sigue que persistir en incrementos de las tasas, llevándolas a 11 por ciento, vaya a conseguir que la inflación regrese a su meta de 3 por ciento. Por supuesto que los ortodoxos y junto con ellos los miembros de la junta de gobierno del BdeM piensan que sus decisiones monetarias lograrán que hacia finales de 2023 la inflación llegue a 4.9 anual y que para el cierre de 2024 por fin alcancemos el 3.1 por ciento de incrementos anual de precios.
En realidad, la inflación en el mundo está claramente enrutada hacia la baja y los precios que nuestra economía recibe a través de las importaciones que realizamos irán reduciéndose, independientemente de las decisiones del BdeM. De modo que los estímulos negativos a la actividad económica que derivan de las decisiones restrictivas de la junta de gobierno no habrán servido para contener la inflación, pero habrán castigado a los millones de deudores de la banca comercial y a quienes estaban en el proceso de concretar un crédito para mantener su emprendimiento con vida. Habrán premiado también a los dueños de los bancos comerciales que seguirán incrementando sus utilidades.
Por fortuna, hay información que indica que la economía estadunidense evitará la recesión. De ser así, las empresas que han decidido instalarse en México podrán mantener sus exportaciones aprovechando, además, las decisiones comerciales del gobierno de Biden contra China. De este modo, pese al Banco de México, nuestra economía crecerá y la inflación se reducirá.