La voz de David Huerta (1949-2022) no se parece a ninguna de la poesía mexicana y es reconocible prácticamente en toda su obra, desde Cuaderno de noviembre, su segundo libro, de 1976, hasta El viento en el andén, el último, del año pasado.
Así lo afirmó el editor Marcelo Uribe en el homenaje que, a poco más de cuatro meses de la muerte del poeta, ensayista y docente, el pasado 3 de octubre a los 72 años, se le rindió la noche del martes en el Palacio de Bellas Artes en reconocimiento a “su vocación y lo que se ha llamado su centro animador: su inmenso amor por la literatura”.
Organizado por el Instituto Nacional de Bellas Artes y Literatura (Inbal) y la Universidad Autónoma de la Ciudad de México (UACM), el acto tuvo lugar en la sala Manuel M. Ponce, llena a tres cuartas parte de su capacidad, con la presencia entre el público de la escritora Verónica Murguía, viuda del homenajeado, así como varios de los amigos, alumnos y lectores de éste.
Fue una celebración a la amistad y generosidad que siempre mostró y compartió David Huerta, considerado “una de la voces fundamentales de la poesía actual mexicana”, así como una oportunidad para refrendar el reconocimiento a su vida y obra.
Los poetas, traductores y editores María Baranda, Elsa Cross, Hernán Bravo Varela y Fernando Fernández, además de Uribe, fueron los participantes en la mesa redonda, moderada por Tania Rodríguez Mora, rectora de la UACM, quien recordó el privilegio de tener entre la plantilla docente de ese centro educativo al homenajeado y cómo amaba él compartir con muchos otros, particularmente con los jóvenes, “el camino hermoso y abierto de la literatura y la poesía”.
Un gran promotor de la lectura
El tema fue retomado por Marcelo Uribe en su intervención, al referir que David Huerta, de quien fue amigo durante 50 años, acostumbraba regalar los libros que le gustaban entre aquellos que lo rodeaban.
“A lo largo de los años recorrió el país hasta el último rincón, introdujo a cientos de jóvenes a la lectura atenta y al disfrute de la poesía. Creo que se puede afirmar, con muy poco margen de error, que nadie, ningún gobierno, ninguna institución ni persona en el siglo XX y en lo que va del XXI hizo tanto por contagiar el gusto por la poesía como David Huerta.”
En una intervención plena en cariñosas remembranzas y anécdotas, aseguró que aquel autor “vivió la poesía como pasión de vida, como una celebración religiosa del gozo de la palabra”, además de estar siempre en estado “de creatividad total, como (el pintor) Vicente Rojo, a quien ambos admirábamos, amábamos y respetábamos desde entonces como un hombre de rara perfección.
“David está asociado para mí desde siempre, es decir, desde hace medio siglo, al baile, a la travesura, a Lezama, al rock, a las noches largas, a la pasión desbordada por el hallazgo, a la complicidad, al saber, a la novela policiaca, al paso ante algunas joyas literarias encontradas en Tom Waits o en Góngora, a todo el cine. ‘Nadie sabe más cosas inútiles que yo’, me dijo un día.”
María Baranda resaltó que la poesía de David Huerta “se establece en el dominio de lo incómodo y lo que estremece, lo que declina y se exalta, lo que nos lleva hacia adentro y es siempre profundo”.
En tanto, Elsa Cross la consideró “una forma nueva de expresión que abreva en las mejores fuentes de la tradición literaria española y universal, a las que les da un giro personalísimo”, así como “un proyecto cognitivo que se alimenta con las inquietudes de la filosofía y de la ciencia, y que invariablemente se acerca de muy diversas maneras a otras artes”.
Hernán Bravo Varela disertó sobre el estilo del autor y compartió un poema que le escribió la noche misma de su muerte, y Fernando Fernández relató un viaje que hizo a su lado a Querétaro en 2021 para cerrar el Año López Velarde con un encuentro de poetas y pintores.