Nuestro racismo es producto de una larga historia de conquista y del prejuicio de la supremacía de la raza que venció y dominó a los pueblos originarios de América Latina hace más de 500 años. Durante la Colonia se estableció un sistema de castas que dividió a la sociedad, producto de la mezcla de tres razas principales: indios, blancos y negros, modelo similar al existente en la India y que fue aplicado por más de 300 años a las colonias españolas.
A lo largo de la existencia de este sistema, los indígenas sufrieron las consecuencias de haber perdido la guerra contra los colonizadores, soportando un duro régimen de dominio legal y explotación de la fuerza de trabajo.
América Latina continúa siendo una sociedad racista, y con esto la desigualdad se ha perpetuado. En la última década, el racismo ha sido abordado y denunciado desde diversos medios, en libros, revistas y películas. La más reciente publicación es un reportaje del periódico español El País, titulado “¿Cuál es el problema de no ser blanco?”, en el que cinco exitosos profesionales de Colombia, Chile, Honduras, México y Perú comparten las dolorosas experiencias que han tenido por el color de su piel.
Frente a esta estructura racista que persiste en la mayoría de los países latinoamericanos, la ONU ha realizado estudios que denuncian cómo este fenómeno obstaculiza el desarrollo en la región, y el Banco Mundial ha señalado que los afrodescendientes representan la mitad de quienes viven en pobreza extrema en países como Brasil, Colombia, Ecuador, Panamá, Perú y Uruguay. En México, la denuncia de este mal se ha hecho mediante estudios como la Encuesta Nacional sobre Discriminación 2017 (Conapred-Inegi) o El color de México, del Colmex.
No podemos negar que el racismo ha tratado de ocultarse por las evidentes ventajas que tiene para los grupos dominantes que gozan del privilegio de haber nacido blancos. Basta con observar la realidad cotidiana y ver quiénes viven en los barrios más elegantes y quiénes en los más pobres.
El futuro del racismo no es prometedor, ha crecido el número de impugnadores, tanto en los grupos blancos como en los de color oscuro, y cada vez son más las denuncias, exhibiendo su irracionalidad y los males que provoca. Se hace evidente que nuestras sociedades no podrán progresar mientras subsista la división muchas veces negada de las castas.